¿Qué hace un chico como tú en un sitio como este?

Durero en el Guggenheim: cosa fina

Un gran nombre de la cultura europea: Alberto Durero, el inmenso artista alemán, cuyos grabados han alimentado miles de páginas de reflexión y belleza. Ahora Durero (1471-1528) es objeto de una gran exposición en el Guggenheim de Bilbao. Sí, sí: el Guggenheim. Es una de las iniciativas organizadas para festejar el décimo aniversario del gran ballenato de Gehry. Y la exposición, una selección de grabados del museo Städel de Frankfurt. Habrá que ir a verlo.

Compartir en:

Elmanifiesto.com 

El Guggenheim de Bilbao celebra su décimo aniversario con una importante exposición del pintor y grabador alemán Alberto Durero (1471-1528). Esta exposición es “la más importante y rica realizada desde 1971, cuando el quinto centenario del nacimiento del artista”, ha explicado el Guggenheim. La exposición se compone de una notable cantidad de piezas, esencialmente grabados y aguafuertes, que provienen del Museo Städel de Frankfurt. Podrá ser visitada hasta el próximo 9 de septiembre.

Para este décimo aniversario, el Guggenheim ha previsto también otras exposiciones. Entre ellas, la muestra “USArt”, consagrada a trescientos años de arte norteamericano. 

La obra de Durero, por la profundidad de su planteamiento y la excelencia de su ejecución, ha inspirado infinidad de reflexiones. Una de las más conocidas es el ensayo del escritor francés Jean Cau El caballero, la muerte y el diablo, sobre el grabado homónimo del artista, editada hace muchos años en España por la editorial catalana Nuevo Arte Thor. Esta pieza de Durero no irá a la exposición de Bilbao: se conserva en la colección madrileña del Lázaro Galdiano. A título de ilustración, rescatamos aquí algunas de las reflexiones que a Cau le inspiró El caballero, la muerte y el diablo:

“En esta ‘decadencia universal del hombre’ que valía su precio por un destino (y entonces la humanidad valía por unos cuantos hombres), tengo la tentación de deponer las armas y, con las alas sucias, apoyar mi cabeza sobre el puño y acomodar mi palabra al silencio y mi acto a la inercia.

Y decir: ‘No nos movamos. Los adversarios son iguales en la mediocridad. Demócratas, socialistas, masas, multitudes, robots, ¿qué importancia tiene que el mundo pertenezca a unos o a otros? Son iguales’. Es demasiado fatigoso tratar de encontrar hombres y semidioses en este tropel. ‘El vencedor sólo vale porque ha vencido’; por la fe que aporta e impone; por la belleza de los templos que erige para celebrar su victoria.

Ahora bien, en los dos campos adoran el mismo becerro (el igualitarismo), salvo que uno le construye supermercados a guisa de establo; y el otro, locales del Partido. Pero la ‘calidad’ del bovino es la misma. 

(…)

Por otra parte, nosotros, ‘los vencidos’, tendremos nuestra victoria: un día el enemigo cantará nuestras gestas y se preguntará, inquieto, si nuestra muerte tan insigne no es el signo, bajo una visión eterna, de su derrota.

Pensará, en el fondo de su corazón: hemos quemado sus banderas, pero ¿dónde está nuestra victoria ante su última afirmación? ‘¡Son unos fanáticos!’. ¡En verdad, sí! Han salido del templo, con la cabeza llena de oráculos, y se han dejado llevar por el celo por su dios. 

‘Se han dejado llevar’, ésta es la expresión exacta.”

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar