Antes los toreros eran héroes; ahora, marginales

Los últimos toreros catalanes

Compartir en:

Entre los altos edificios de viviendas y la vía del ferrocarril de Hospital del Llobregat, en las afueras de Barcelona, se encuentra la Escuela Taurina de Cataluña. La única. Todos los martes y jueves por la tarde-noche, durante tres horas, algunos muchachos van a aprender a torear en un terreno al lado del campo de fútbol. El día en que yo estuve había tres aprendices de torero. Si tienen un sitio donde entrenarse es gracias al propietario del campo de fútbol, que se lo presta gratis. La Escuela Taurina de Cataluña no tiene la menor ayuda pública. Es privada, pero gratuita. La crearon hace once años algunos viejos aficionados que vieron a un grupo de muchachos entrenándose en un parque público de Barcelona.

«En el resto de España los cursos se dan en las plazas. Y como cualquier centro de formación, las escuelas reciben subvenciones. En Andalucía, por ejemplo, hay 23, cada una de las cuales tiene decenas de alumnos. Aquí… sobrevivimos. Nuestros únicos ingresos proceden de la lotería de Navidad», deplora Fernando Gracia, un antiguo matador que hace de profesor benévolo, mientras sus tres alumnos sacan las muletas y los cuernos de entrenamiento. «Todavía les queda mucho por aprender —añade—. Aparte de las técnicas de la muleta, les enseño a comprender al toro, su ritmo, sus movimientos, su carácter, sus humores…, para que un día —espero— puedan llevarlo con donaire y belleza hasta la muerte… al tiempo que evitan la suya. Es un poco esto el arte del toreo.»
Miguel, con nueve años, es el alumno más joven. También para él la corrida constituye un arte. «La primera vez que vi una corrida me pareció una cosa tan hermosa… Por eso quiero ser torero —declara decidido—. Pero no me atrevo a decírselo a mis amigos o a mis profesores, pues no les parecería nada bien», añade con amargura al lado del gran campo de fútbol en el que decenas de niños juegan al balón. El contraste habla por sí solo…
Alejandro tiene dieciocho años. También todos los martes y jueves por la tarde-noche alimenta entre las torres de hormigón su anacrónico sueño infantil. «Cuando era pequeño toreaba con mi perro valiéndome de toallas», dice mientras esboza una sonrisa. Él sí asume su pasión ante sus amigos. «No comprenden nada, pero lo aceptan… porque son mis amigos». Reconoce que el toreo «está mal visto en Cataluña. Es imposible aquí llegar a ser torero. Lo que deseo con toda mi alma es marcharme al sur para ir a una verdadera escuela. Pero para ello hace falta dinero o tener la suerte de poder entrar en una gran escuela, como un antiguo alumno de aquí, que está en Guadalajara».
Tiene el sentimiento de que «si prohíben la corrida, es para que Cataluña se diferencie de España». Fernando, el antiguo torero, explota: «Nuestro arte es manipulado por los políticos. Es desde arriba desde donde se va a decidir si prohíben o no los toros. Nosotros resistimos ejerciendo nuestra pasión. La corrida es mi vida. Antes los toreros eran unos héroes. Ahora…, unos marginales».
 
Como colofón, unas palabras de Luis Corrales, Director de la Plataforma para la Defensa de la Fiesta, entrevistado en Barcelona
No es posible establecer ningún consenso con los antitaurinos. Una víctima no puede ponerse de acuerdo con sus verdugos. Esta gente quiere colocar legislativamente a los animales en el mismo plano que los hombres: es absurdo. Es una idea propia del urbanita que no tiene ningún contacto con la naturaleza. Si están en contra del sufrimiento de los animales, ¿por qué comen la carne de unos animales hacinados por millares y privados de la menor libertad durante toda su vida? Así es como la sociedad moderna trata a los animales. No es el caso de los toros bravos. Si se prohibieran las corridas, todos los bovinos sólo servirían para ser comidos. Para nosotros, la tauromaquia es una necesidad espiritual, al igual que la música lo es para el melómano. Si el toro no muere en la arena, es como si no hubiera muerte al final de una tragedia. Significa quitarle la verdad a nuestro arte, en el que se mira la muerte frente a frente. Reivindicamos la libertad de seguir practicando esta tradición centenaria. Quizás se extinga dentro de algunas décadas. O quizás no. Es la sociedad quien tiene que decidirlo, no la política.
© Le Soir. Bruselas

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar