Los conceptos ("concetos" en ilustrada pronunciación de un hombre del día) "derecha" e "izquierda" deberían pertenecer al magdaleniense de la Historia. Sin embargo, siguen impuestos por la izquierda como un trágala, para en actitud maniquea deslindar con precisión el terreno y atribuirse, naturalmente, las claves de la ética, la moral y las prácticas generosas, relegando a la derecha al papel de retrógrado explotador de los oprimidos.
Los conceptos (“concetos” en ilustrada pronunciación de un hombre del día) “derecha” e “izquierda” deberían pertenecer al magdaleniense de la Historia. Sin embargo, siguen impuestos por la izquierda como un trágala, para en actitud maniquea deslindar con precisión el terreno y atribuirse, naturalmente, las claves de la ética, la moral y las prácticas generosas, relegando a la derecha al papel de retrógrado explotador de los oprimidos.
A juzgar por las reticencias del Partido Popular para definirse como derecha se confirma que aceptan como válida la discriminación impuesta por la izquierda. De ahí que en actitud vergonzante trate de sacudirse esta calificación y emprenda un claudicante viaje al centro de no se sabe dónde. El centro en política encarna el relativismo, una posición de ambigüedad ante los problemas que toda sociedad tiene planteados.
Como es sabido, los términos izquierda y derecha tienen su origen en el espacio que en la Asamblea Nacional surgida de la Revolución francesa ocupaban las distintas corrientes. A la derecha se sentaban los monárquicos y conservadores de la época, herederos del Antiguo Régimen. Y a la izquierda lo hacían los representantes jacobinos, generalmente revolucionarios y, entre otras actitudes radicales, partidarios de dirigir la educación de los ciudadanos, la Educación para la Ciudadanía, vamos.
El tópico sostenido con machacona insistencia desde ámbitos de la izquierda, tan relativista en asuntos relacionados con aspectos morales, creencias de todo tipo, incluidas las religiosas, como dogmática e intolerante en otros terrenos, establece con precisión canónica que definirse indiferente, cuando no contrario, a la clasificación derecha-izquierda, es una manifestación de derechismo. Trampa dialéctica en la que, para entendernos, ha caído la que se denomina derecha, en una concesión tácita de reconocimiento de una supuesta superioridad, que reside en lo que, para entendernos también, se denomina izquierda.
Al principal partido de la actual oposición en España habría que advertirle de que lo que representa se debe definir en el espacio comprendido por un abanico, más que una horquilla, que va del conservadurismo, liberalismo y aceptación de unos valores representados, sin mayores consideraciones, por un respeto a la Iglesia católica, sin menoscabo de la consideración debida a otras creencias e incluso no creencias. A esta coincidencia de elementos, no necesariamente amalgamados, es a lo que la izquierda, en un alarde monopolizador de la bandera progresista, sataniza con la definición rayana en el improperio como derecha.
Una idea acerca de la oposición
El Partido Popular debe tomar conciencia de que representa, aunque alguna apariencia indique lo contrario, a algo más que su militancia y sus cuadros directivos. Y debe fortalecerse en el convencimiento del aporte que el conservadurismo español ha realizado en el aspecto social y económico. Lejos de avergonzarse, es su obligación esgrimirlo como muestra de avanzada en el progreso social desarrollado por el conservadurismo y un liberalismo muy en las antípodas del tan denostado «capitalismo salvaje» que se le atribuye desde los expendedores de pasaportes de progresía. No se olvide en este punto que el conservadurismo liberal ha practicado, a tenor de los tiempos y de las circunstancias, proteccionismos e intervencionismos que incluso superan a los llevados a cabo por las izquierdas.
Es decir, que muchos de los puntos en que ideológicamente se hace fuerte la izquierda, han sido desarrollados en la práctica por los conservadores liberales españoles. Y no solamente en el campo económico. Al margen de recalcitrantes posiciones de no ocultada inquina hacia el Ejército, ahora englobado en la denominación Fuerzas Armadas, esgrimidas como bandera de progreso desde el extremismo teórico y militante de buena parte de la izquierda, debe recordarse la institución del servicio militar obligatorio, que barría de un plumazo la concesión privilegiada con que se premiaba a determinados ciudadanos al eximirlos de la prestación del servicio mediante la redención en metálico, muestra de una práctica antisocial. Esta medida de igualitarismo social fue impuesta por Maura durante su «gobierno largo» de 1907 a 1909.
Como sostiene Manuel Álvarez Tardío, «a las izquierdas les importa poco el sentido común, conscientes de la importancia que tiene crear la realidad para luego adueñarse de ella y sacarle partido electoral.» De ahí el perenne esfuerzo de la izquierda en acudir al pasado para crearlo en función de un presente manipulado.
Sin embargo, no ha faltado algún prohombre de la izquierda que no ha vacilado en reconocer méritos en quienes, aun enfrentándoseles, han realizado desde el gobierno obras merecedoras de elogio. Tal es el caso de Julián Zugazagoitia. Director de El Socialista el día del asesinato de Calvo Sotelo, al enterarse de ello se hizo una reflexión acerca de quien durante la Dictadura de Primo de Rivera había sido ministro de Hacienda, despacho en el cual se elaboró una de las obras económicas más importantes de la época: la creación de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos (CAMPSA). El destacado socialista, en tono casi elegíaco no tendrá reparos en afirmar: «No se si sabiéndolo o ignorándolo, Calvo Sotelo había iniciado una corriente socialista de la que no pocos socialistas habíamos de admirarnos.»
Según definición de Calvo Sotelo: «Una dictadura, esto es, un gobierno ejecutivo y expeditivo, no podía acometer un programa de realización demorada ad calendas graecas. Tenía que tomar el camino a paso ligero, para que el país comenzase a disfrutar de las obras apenas se iniciaran.» Gonzalo Fernández de la Mora definirá estas prácticas como realizaciones del «Estado de obras».
Según sostiene Ramón Tamames en Ni Mussolini ni Franco: la dictadura de Primo de Rivera, el dictador «padeció de la falta de una idea reformadora global, y buscó simplemente hacer más cosas, y mejor, con honradez por su parte». Y agrega Tamames que «más influyente que la Dictadura en la secuencia venidera de la Historia hacia la Guerra Civil y hacia el franquismo, lo fue seguramente la Segunda República, que presionada por sus dirigentes, por un republicanismo anquilosado, un socialismo dogmático y unas organizaciones a la izquierda entre la utopía igualitaria (CNT-FAI) y el servicio a los soviets (PCE), perdió cinco años en no hacer nada. Para luego, ya en la Guerra Civil, pasar por toda clase de divisiones fratricidas frente al enemigo común personificado en Franco».
Al margen de pomposos enunciados declamativos, llevados en nuestros días a panegíricos acerca de la realidad de la Segunda República, la verdad, planteada certeramente por Juan Velarde, nos conduce a la conclusión de que en los años que van desde la proclamación de la República hasta su derrumbe en julio de 1936, no se produjo un cambio esencial en la estructura económica de España.
Esa, para entendernos una vez más, derecha española, representada hoy por el Partido Popular, debe esgrimir con legítimo orgullo personajes de la envergadura de Cánovas del Castillo, Silvela, Maura, Dato, Calvo Sotelo durante la Dictadura de Primo de Rivera, Gil Robles durante la Segunda República, y una vertiente dentro del régimen de Franco. En la transición y hasta nuestros días destacan tres personajes: Adolfo Suárez, Manuel Fraga y José María Aznar. Todos ellos desempeñaron papeles trascendentes en la conformación de la política y de la economía española. Frente al tópico difundido desde la izquierda dogmática de que el conservadurismo español ha sido rémora para los avances sociales, se puede sostener rotundamente que la presencia de conservadores en la creación y asentamiento de instituciones de avanzada social, ha sido decisiva en la vida española contemporánea.
Para entender el valor representado por los prohombres conservadores de la España contemporánea, el lector encontrará una fuente reveladora de toda una era, que partiendo de Cánovas hasta el modelo Aznar-Rato, ofrece el profesor Juan Velarde en Tres sucesivos dirigentes conservadores y la economía.
Desde el Instituto de Reformas Sociales a principios del siglo XX hasta la Seguridad Social consolidada durante el régimen de Franco, manos primorosas conservadoras aparecen como inspiradoras y ejecutoras en demostración de que la mejor política social es una buena política económica.
Todos los políticos conservadores afrontaron dificultades de diversa índole para mantener unidas a las organizaciones que les servían de soporte. De entre todos puede afirmarse que el político que logró mayor grado de cohesión y disciplina destaca José María Aznar. Ni Cánovas, ni Maura, ni Dato en el período de la Restauración, ni Gil Robles durante la República, aunque sea obligado encomiar el paso de ellos por la vida política, lograron el grado de rigor y señalamiento de caminos, que desde su llegada a la dirección del Partido Popular y posterior paso por el gobierno ha demostrado José María Aznar.
Resulta obligado plantearse si un animal político como Aznar puede considerarse un capital amortizado o un valor en alza. Se aceptan apostadores.