«Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer y, sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre».
José Martí: «Tres héroes», texto aparecido en el primer número de la revista La Edad de Oro, publicación de 1889.
Grande es la polémica generada porque el rey Felipe VI no se levantó ante el fetiche de la espada de Simón Bolívar. El hecho ocurrió durante la toma de posesión de Gustavo Petro. La primera pregunta que podríamos exponer es la de qué hacía el rey legitimando con su presencia la asunción al mando de Colombia de un bolivariano de manual como es Petro; es decir, el inicio del hundimiento de ese país. La segunda sería si de verdad las cosas de Bolívar nos merecen tanto respeto. En el caso del cubano común, hay que decir que este sabe de Bolívar, poco más o menos, lo que en el siglo xix les contara José Martí sobre el personaje. El llamado «apóstol de la independencia de Cuba» no lo hizo honrando la verdad y por tanto la profesión de maestro. Martí prefirió asumir el rol de político, usando a Bolívar como una pieza más dentro de su propaganda en favor de la separación de Cuba del resto de los territorios de España.
Lamentablemente, todo el que ignora la historia real de Hispanoamérica y, sobre todo, la vida de Simón Bolívar —como ocurre hoy con cualquier escolar adoctrinado en la religión del Estado nacional— desconoce igualmente que el presunto «libertador» fue más bien el desguazador de la patria grande. Bolívar solo sirvió para «independizar» (mejor sería decir «secesionar») pueblos hermanos entre sí, es decir, a una comunidad unida por una lengua, una religión y una misma mezcla de genes aborígenes, europeos y africanos que, tras una paz de tres siglos, de inmediato se entregará a guerras fratricidas y sangrientas permanentemente. Todo ello en perjuicio de esas «nuevas naciones» y en beneficio, a través de deudas impagables, de los amos ingleses del mantuano. El mismo Imperio británico que, tras usarlo, asistiéndole con dinero y mercenarios, echó a un lado a Simón Bolívar cuando intentó convertirse en el emperador Napoleón del sur del Nuevo Mundo. No por casualidad será desde Inglaterra desde donde uno de los protegidos de aquella, el exiliado alemán Carlos Marx, hará leña del árbol caído con su desacralizador artículo «Bolívar y Ponte», escrito en enero de 1858, en el que habla abiertamente de la injerencia británica, y por tanto del contubernio de Bolívar con el extranjero a fin de librar su presunta guerra de independencia:
«En el ínterin, llegó de Inglaterra una fuerte ayuda bajo la forma de hombres, buques y municiones, y oficiales ingleses, franceses, alemanes y polacos afluyeron de todas partes a Angostura. […] Como aquí todo estaba preparado por Santander, las tropas extranjeras, compuestas fundamentalmente por ingleses, decidieron el destino de Nueva Granada merced a las victorias sucesivas alcanzadas el 1 y 23 de julio y el 7 de agosto en la provincia de Tunja. El 12 de agosto Bolívar entró triunfalmente a Bogotá, mientras que los españoles, contra los cuales se habían sublevado todas las provincias de Nueva Granada, se atrincheraban en la ciudad fortificada de Mompós. […] Con un tesoro de unos dos millones de dólares, obtenidos de los habitantes de Nueva Granada mediante contribuciones forzosas, y disponiendo de una fuerza de aproximadamente nueve mil hombres, un tercio de los cuales eran ingleses, irlandeses, hanoverianos y otros extranjeros bien disciplinados, Bolívar debía hacer frente a un enemigo privado de toda clase de recursos, cuyos efectivos se reducían a cuatro mil quinientos hombres, las dos terceras partes de los cuales, además, eran nativos y mal podían, por ende, inspirar confianza a los españoles. Habiéndose retirado Morillo de San Fernando de Apure en dirección a San Carlos, Bolívar lo persiguió hasta Calabozo, de modo que ambos estados mayores enemigos se encontraban apenas a dos días de marcha el uno del otro. Si Bolívar hubiese avanzado con resolución, sus solas tropas europeas habrían bastado para aniquilar a los españoles. Pero prefirió prolongar la guerra cinco años más».
En otro momento del mismo artículo se expone la vocación dictatorial del «Libertador»:
Mediante su guardia de corps colombiana manipuló las decisiones del Congreso de Lima, que el 10 de febrero de 1823 le encomendó la dictadura; gracias a un nuevo simulacro de renuncia, Bolívar se aseguró la reelección como presidente de Colombia. Mientras tanto su posición se había fortalecido, en parte con el reconocimiento oficial del nuevo Estado por Inglaterra, en parte por la conquista de las provincias altoperuanas por Sucre, quién unificó las últimas en una república independiente, la de Bolivia. En este país, sometido a las bayonetas de Sucre, Bolívar dio curso libre a sus tendencias al despotismo y proclamó el Código Boliviano, remedo del Code Napoleón. Proyectaba trasplantar ese código de Bolivia al Perú, y de este a Colombia, y mantener a raya a los dos primeros Estados por medio de tropas colombianas, y al último mediante la legión extranjera y soldados peruanos. Valiéndose de la violencia, pero también de la intriga, de hecho, logró imponer, aunque tan solo por unas pocas semanas, su código al Perú. Como presidente y libertador de Colombia, protector y dictador del Perú y padrino de Bolivia, había alcanzado la cúspide de su gloria. Pero en Colombia había surgido un serio antagonismo entre los centralistas, o bolivistas, y los federalistas, denominación esta última bajo la cual los enemigos de la anarquía militar se habían asociado a los rivales militares de Bolívar. Cuando el Congreso de Colombia, a instancias de Bolívar, formuló una acusación contra Páez, vicepresidente de Venezuela, el último respondió con una revuelta abierta, que contaba secretamente con el apoyo y aliento del propio Bolívar; este, en efecto, necesitaba sublevaciones como pretexto para abolir la constitución y reimplantar la dictadura. A su regreso del Perú, Bolívar trajo además de su guardia de corps mil ochocientos soldados peruanos, presuntamente para combatir a los federalistas alzados. Pero al encontrarse con Páez en Puerto Cabello no solo lo confirmó como máxima autoridad en Venezuela, no solo proclamó la amnistía para los rebeldes, sino que tomó partido abiertamente por ellos y vituperó a los defensores de la constitución; el decreto del 23 de noviembre de 1826, promulgado en Bogotá, le concedió poderes dictatoriales.
»En el año 1826, cuando su poder comenzaba a declinar, [Bolívar] logró reunir un congreso en Panamá, con el objeto aparente de aprobar un nuevo código democrático internacional. Llegaron plenipotenciarios de Colombia, Brasil, La Plata, Bolivia, México, Guatemala, etc. La intención real de Bolívar era unificar a toda América del Sur en una república federal, cuyo dictador quería ser él mismo. Mientras daba así amplio vuelo a sus sueños de ligar medio mundo a su nombre, el poder efectivo se le escurría rápidamente de las manos. Las tropas colombianas destacadas en el Perú, al tener noticia de los preparativos que efectuaba Bolívar para introducir el Código Boliviano, desencadenaron una violenta insurrección. Los peruanos eligieron al general Lamar presidente de su república, ayudaron a los bolivianos a expulsar del país las tropas colombianas y emprendieron incluso una victoriosa guerra contra Colombia, finalizada por un tratado que redujo a este país a sus límites primitivos, estableció la igualdad de ambos países y separó las deudas públicas de uno y otro.
La Convención de Ocaña, convocada por Bolívar para reformar la constitución de modo que su poder no encontrara trabas, se inauguró el 2 de marzo de 1828 con la lectura de un mensaje cuidadosamente redactado, en el que se realzaba la necesidad de otorgar nuevos poderes al ejecutivo. Habiéndose evidenciado, sin embargo, que el proyecto de reforma constitucional diferiría esencialmente del previsto en un principio, los amigos de Bolívar abandonaron la convención dejándola sin quorum, con lo cual las actividades de la asamblea tocaron a su fin. Bolívar, desde una casa de campo situada a algunas millas de Ocaña, publicó un nuevo manifiesto en el que pretendía estar irritado con los pasos dados por sus partidarios, pero al mismo tiempo atacaba al congreso, exhortaba a las provincias a que adoptaran medidas extraordinarias y se declaraba dispuesto a tomar sobre sí la carga del poder si esta recaía en sus hombros. Bajo la presión de sus bayonetas, cabildos abiertos reunidos en Caracas, Cartagena y Bogotá, adonde se había trasladado Bolívar, lo invistieron nuevamente con los poderes dictatoriales. Una intentona de asesinarlo en su propio dormitorio en Bogotá, de la cual se salvó solo porque saltó de un balcón en plena noche y permaneció agazapado bajo un puente, le permitió ejercer durante algún tiempo una especie de terror militar. Bolívar, sin embargo, se guardó de poner la mano sobre Santander, pese a que este había participado en la conjura, mientras que hizo matar al general Padilla, cuya culpabilidad no había sido demostrada en absoluto, pero que por ser hombre de color no podía ofrecer resistencia alguna».
Visto lo visto, y por mucho que duela al sector nacionalista de la oposición venezolana, el chavismo debería contar con toda la legitimidad del mundo para declararse «bolivariano». Bolívar, hasta en la dependencia de intereses extranjeros, fue en realidad un Hugo Chávez adelantado en el tiempo, eso sí, multiplicado por lo nefasto de las consecuencias de sus actos. Poco importa que se diga, entre otras barbaridades, que Simón Bolívar fue «un católico practicante como ninguno». Es lo que llegaría a expresar el ya fallecido monseñor Alfonso de Jesús Alfonzo Vaz. Resulta gracioso ver cómo hay hombres de la iglesia que se inclinan ante los fetiches de la religión secular del Estado nacional. En este caso han querido convertir al implacable de Bolívar en un hombre de fe con tal de quitárselo como bandera al bolivarianismo. Esto no es raro, en Cuba la Iglesia católica no muestra el menor reparo en que se califique de mambisa (separatista) a la Virgen de la Caridad, patrona de la isla. No importa que no sepamos de una misa, ni de un solo cura en la manigua luchando contra España, como sí lo hubo en la guerrilla de Fidel Castro combatiendo a Batista. Por si fuera poco, si vas a la Ermita de la Caridad de Miami, no habrá de extrañarte que en su interior se encuentre la bandera nacional, la de la estrella luciferina, se cante el himno nacional surgido en el fragor de la guerra de independencia o se conmemore el nacimiento de la república moldeada durante la ocupación norteamericana a imagen y semejanza de la existente en el país vecino, protestante y anglosajón. Allí la misa se realiza frente a mural plagado con el rostro de miembros de la masonería, fraternidad rechazada por la Iglesia. Los íconos llevan años en el lugar participando del culto de los feligreses solo porque eran figuras del separatismo a las que los cubanos rinden la misma pleitesía que disfrutan, en cualquier secta, gurúes y santones.
Pero volvamos a Bolívar. Fue él, sin lugar a duda, uno de los responsables del enfrentamiento de ibéricos contra americanos, de colombianos contra «venezolanos», de peruanos contra esos inventos meramente ideológicos, que son los ahora denominados «ecuatorianos», «bolivianos», «paraguayos» y «chilenos». Fue en resumen un genocida en vida —recordemos el caso de los ochocientos pastusos, mujeres, ancianos y niños, violados y masacrados por sus tropas en la Navidad de 1822— y la causa primera de numerosas matanzas futuras en toda Sudamérica. Ya vimos lo que nos decía Marx sobre el independentista. Pero visto el fracaso de la utopía anunciada por el fundador de la Internacional, muchos podrían dudar de lo que se dice en ese o cualquier otro artículo suyo. Sin embargo y pese al culto a Bolívar generalizado dentro de la izquierda iberoamericana, aún quedan marxistas por cuenta propia en ella que se atreven a actualizar, con más o menos rigor, aquella crítica hecha por «el clásico» en 1858. Tal sería el caso del español Santiago Armesilla, con la publicación en su canal del video titulado La verdad sobre Simón Bolívar.
Armesilla es licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración, con la especialidad en análisis político, por la Universidad Complutense de Madrid. Con un doctorado en el programa Economía Política y Social en el Marco de la Globalización impartido por el Departamento de Economía Aplicada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de esa misma Universidad. Es autor del libro La vuelta del revés de Marx. El materialismo político entretejiendo a Karl Marx y Gustavo Bueno. Es evidente que el joven pensador intenta compaginar los pensamientos del filósofo alemán y del español al tratar la figura de Bolívar desde una perspectiva materialista. Armesilla nos ofrece una charla bien documentada a la que, salvo el que pase por alto a los antepasados no europeos de Bolívar y la falta de matización al abordar el tratamiento de las influencias de la masonería francesa e inglesa sobre Bolívar, hay poco que objetar. Quizás lo más curioso de lo tratado sea el poco conocido intento del caraqueño de reconciliarse con el célebre «rey felón» Fernando VII, ofreciéndole la corona de una confederación de Estados hispanoparlantes. Lo que no he dejado de recordarle a Armesilla, entre otros comentarios en vivo de su video, es que no solo Bolívar, sino también el Ernesto Guevara de la Serna que lleva en su camiseta (tal vez como pararrayos contra bolivarianos) descendía de oligarcas, por si esto es lo que explica la conducta «revolucionaria».
A modo de complemento y contraste de lo anterior, valdría escuchar, también en Youtube, lo que desde perspectivas completamente opuestas a la de Marx se nos puede decir de Bolívar. Para ello nada mejor que los videos Mitos y verdades sobre nuestra herencia hispánica, El auténtico Simón Bolívar y El falso mito de Simón Bolívar. En ellos participan los colombianos Pablo y Pol Victoria, verdaderos especialistas en el tema del «libertador». En los dos primeros videos escuchamos a Pablo Victoria. Él es un destacado hispanista formado en los Estados Unidos, donde obtuvo una licenciatura. Cuenta además con una maestría y un doctorado en economía, y otro doctorado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Es por lo demás miembro de las Sociedades Nacionales de Honor de los Estados Unidos. Victoria pertenece así mismo a la Fundación Pro Colombia Libre, a la Academia Bolivariana de la Historia, a la Academia de Historia Eclesiástica de Bogotá y a la Sociedad Colombiana de Economistas.
Por su parte en el último video tenemos de entrevistado a Pol Victoria. Este realizó sus estudios universitarios en Madrid, estudiando Humanidades entre 2000 y 2003, Economía entre 2003 y 2008 y especializándose en posgrado de Pensamiento Económico entre 2008 y 2010, a la vez que cursaba otros variados estudios no oficiales. Hoy se destaca como conferencista, tertuliano y debatiente. Es invitado a diversas universidades de España e Hispanoamérica para enseñar sobre emprendimiento, economía, política e historia. Además, es analista en canales de televisión, emisoras de radio y artículos de prensa en geopolítica y en economía. Disfrutemos de lo que nos cuentan estos dos sudamericanos. Aprendamos de ellos —aunque sea de manera crítica como haríamos con Marx—, partes poco conocidas de la verdadera historia de la América hispana. Luego sabremos si vale la pena levantarse frente a la espada de Bolívar o si no sería mejor tomarla y lanzarla al mar; para que desaparezca con ella la maldad que simboliza.
https://www.youtube.com/watch?v=lGMxnIzp-tc
https://www.youtube.com/watch?v=vfpIlIOgOus
© Laus Hispaniae
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