Si no hacemos nada, esto se acaba...

Avanza la Gran Sustitución. En 30 años habrá en Europa 150 millones de africanos

Los datos que aporta este experto en cuestiones demográficas son escalofriantes. Son ellos —no algunas de sus consideraciones políticas— los que merecen que esta entrevista sea reproducida ydifundida al máximo.

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Stephen Smith (1956, Connecticut) es uno de los mayores expertos mundiales en África. Ha sido durante varios años corresponsal en África occidental y central de la agencia France Press y de Reuters, ha dirigido la sección de África de periódicos como Libération y Le Monde, ha sido analista de la Organización de las Naciones Unidas para temas africanos y, desde 2007, imparte clases de Estudios Africanos en la Universidad estadounidense de Duke.

La tesis que expone en el libro La huida hacia Europa es sencilla. Mientras Europa envejece y se despuebla, África crece y rebosa de jóvenes: un 40% de sus habitantes tiene hoy menos de 15 años. A esa explosión demográfica se suma que, por fin, el continente comienza a salir de la pobreza absoluta, lo que significa que cada vez más personas disponen de los medios económicos necesarios para sufragarse el viaje hacia Europa en busca de un futuro mejor.

Todo desembocará en una oleada masiva de inmigrantes africanos hacia Europa que hará que dentro 30 años en el Viejo Continente se cuenten entre 150 y 200 millones de africanos, frente a los nueve que hay hoy. Sólo a España se calcula podrían llegar nueve millones de subsaharianos en los próximos 20 años.

 

África, especialmente el África subsahariana, está experimentando un crecimiento demográfico históricamente sin precedentes. ¿A qué se debe?

En la década de 1930, la población de África era de unos 150 millones de personas, una cifra muy baja en un continente históricamente subpoblado y con un tamaño equivalente a más de seis veces Europa. Gracias a la mejora de la higiene y la atención médica, la población de África ha aumentado a 1.300 millones y alcanzará los 2.400 millones de habitantes en el año 2050. Como resultado de la rápida rotación generacional —la mitad de la población es reemplazada cada 18 años por los recién nacidos— hoy cuatro de cada 10 africanos son menores de 15 años.

 

Usted pronostica que muchos de esos menores emigrarán a Europa en los próximos años. ¿Por qué?

El que el 40% de los africanos actuales sean niños será uno de los principales impulsos de esa emigración. África es un continente donde el «principio de ancianidad» aún prevalece, donde a los ancianos se les concede inmediatamente prestigio, autoridad y riqueza, especialmente a los ancianos hombres. Los jóvenes tratan de escapar de ese gobierno patriarcal, de esa gerontocracia, y de buscar mejores oportunidades de vida en el extranjero. En conjunto, el rápido crecimiento demográfico y la excepcional juventud del continente africano provocarán una migración masiva a Europa tan pronto como más africanos tengan los medios necesarios para hacer las maletas y salir.

 

Porque usted afirma que, en contra de lo que pensamos, los africanos que emigran a Europa no son los «pobres entre los pobres», sino personas con ciertos medios económicos para poder sufragarse el viaje...

Estamos atrapados en tres clichés. Creemos que «los más pobres de los pobres» huyen de un continente que es un «infierno» para comenzar una nueva vida en el «paraíso» europeo. Pero para viajar a Europa, dependiendo por supuesto del punto de partida desde el sur del Sahara, se necesitan al menos 2.500 euros, más que la renta per cápita media de muchos países subsaharianos. Así que no son los más pobres, sino los miembros de la emergente clase media africana los que emigran, los mejor educados. A excepción de aquellos países en crisis existencial como Somalia o Sudán del Sur, la mayoría de los migrantes dan la espalda a los Estados en los que depositamos nuestras esperanzas de un futuro mejor en África: Senegal, Costa de Marfil, Ghana, Nigeria, Kenia, Sudáfrica... Para ellos, Europa es el mejor lugar al que ir no sólo porque es la isla de prosperidad más cercana, sino también porque es la capital mundial de la seguridad social: la mitad de los fondos invertidos a nivel mundial en salud, educación y jubilación se gastan en Europa. Pero su riqueza no convierte a Europa automáticamente en un paraíso para los migrantes africanos, como lo demuestran las dificultades de la integración. El malestar de la segunda generación, aquellos nacidos en suelo europeo, debería alertarnos sobre el hecho de que la integración no es simplemente una cuestión de ingresos. Es el esfuerzo mutuo el que convierte a los extranjeros en vecinos y, eventualmente, en compañeros. Los ciudadanos requieren más que dinero. Es como el desarrollo: no es suficiente dar dinero a países en vías de desarrollo para que se desarrollen.

 

Usted considera que la ayuda al desarrollo es un modo de subvencionar la inmigración, ¿no?

A corto plazo, y en el supuesto cuestionable de que la ayuda externa ayude realmente a los países en vías de desarrollo a desarrollarse, cuántos más africanos salgan de la pobreza absoluta más emigrantes potenciales habrá, ya que un número cada vez mayor de africanos tendrá los medios económicos para poder abandonar su continente. ¿Es ésta una buena razón para no ayudar a África a ser más próspera? Ciertamente no. A largo plazo, una África verdaderamente próspera, que pueda satisfacer las necesidades de sus habitantes, nos interesa a todos.

 

En la actualidad hay alrededor de nueve millones de africanos en Europa. Según sus predicciones en 2050 podrían llegar a ser entre 150 y 200 millones. ¿No está siendo alarmista?

No, eso es lo último que querría ser. Pero para explorar las incertidumbres del futuro sólo se puede partir de lo que se conoce, es decir, de los precedentes históricos. Uno de los muchos precedentes históricos que analizo en mi libro es el de la inmigración mexicana a Estados Unidos entre 1975 y 2014: doce millones de mexicanos entraron, junto con sus hijos, en Estados Unidos, creciendo hasta convertirse en una comunidad mexicano-americana de 30 millones, es decir, algo menos del 10% de la población de EE. UU. Si África alcanzara ahora un nivel de desarrollo comparable al de México en 1975, entonces deberíamos esperar un flujo hacia Europa que desembocaría en unos 150 millones de afro-europeos en los próximos 30 años.

 

La población europea está envejeciendo. ¿Puede la llegada de esos millones de jóvenes africanos ayudar a sostener por ejemplo el sistema de pensiones de jubilación?

No creo que los jóvenes africanos puedan, ni deban, ser «combustible de jubilación» del Viejo Continente. En primer lugar no sólo son homines economici, sino personas reales en busca de una prosperidad no sólo material. Su bienestar no se garantiza con un cheque. Y en segundo lugar, esos jóvenes africanos no pueden corregir el envejecimiento de los sistemas de seguridad social de Europa porque el índice de dependencia —la proporción entre contribuyentes y beneficiarios— no mejorará a causa de su presencia: por cada trabajador africano que contribuya al sistema habrá que contar también a sus hijos (generalmente son familias más numerosas que la media europea) y quienes tendrán legítimamente derecho a la educación y la sanidad públicas. Hablar de la inmigración como una «necesidad demográfica» es una falsedad, una estúpida falsedad: no se «reemplaza» a un europeo por un africano, quien, a su vez, no se convierte en europeo por el mero hecho de poner el pie en el continente europeo. La inmigración debe ser concebida como una oportunidad tanto para el migrante como para quien le acoge.

 

Otra de sus afirmaciones más controvertidas es que cuanto menos integrados están en Europa los inmigrantes africanos, más favorecen la llegada de nuevos inmigrantes. ¿Cómo y por qué lo asegura?

Las comunidades diaspóricas —es decir, los inmigrantes en Europa que quieren preservar su estilo tradicional de vida— constituyen «mostradores de bienvenida» para los recién llegados que también quieren vivir en Europa como vivían en su país de origen. Aquí funciona una lógica negativa: cuanto menos integrada está una comunidad de inmigrantes, más atractiva resulta para los nuevos inmigrantes que no se quieren integrar.

 

El cambio climático y el calentamiento global, ¿puede tener algún efecto en esa inmigración masiva desde África hacia Europa que usted predice para los próximos años?

Sí, pero como cualquier otra catástrofe natural o desastre político es algo impredecible, así que no he tenido en cuenta el cambio climático. Por el momento, es algo incuantificable. No se puede predecir con ningún tipo de certeza cuánta gente podría abandonar el continente a causa del avance de la desertificación o del aumento del nivel del mar.

 

Asistimos en toda Europa al auge de movimientos nacionalistas y de extrema derecha que prometen convertir al Viejo Continente en una «fortaleza» infranqueable para los inmigrantes. ¿Es eso posible?

Efectivamente, Europa ya ha bloqueado a tres millones de refugiados de Oriente Medio en Turquía, y al menos a 600.000 inmigrantes subsaharianos en Libia. Se han levantado verjas en muchos lugares y se han firmado muchas «convenciones de inmigración» —acuerdos para pagar por la retención de inmigrantes— con varios Estados africanos. Así que sí, se pueden reforzar las fronteras, pero sólo hasta un límite. El límite es tanto ético como práctico. Europa no será capaz, ni desde el punto de vista ético ni desde el punto de vista práctico, de contener un flujo migratorio sostenido desde África al nivel que está previsto que ocurra cuando una masa crítica de africanos escape de la pobreza absoluta.

 

© El Mundo

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