En su ensayo Non è Francesco [No es Francisco], Antonio Socci sostiene que, desde el punto de vista del Derecho Canónico, la elección de Francisco al trono pontificio no se produjo en forma regular y que el Cónclave de 2013 fue ilegítimo. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Las reconstrucciones de Antonio Socci retoman rumores de Elisabetta Piqué, muy cercana a Bergoglio, y de Austin Ivereigh: parecen verosímiles, aunque no se apoyan en pruebas inequívocas. Pero al mismo tiempo nunca han sido desmentidas por la Santa Sede, lo que ha hecho que se multipliquen las especulaciones sobre la renuncia de Benedicto XVI y sobre las maniobras de la mafia de San Galo en el cónclave, creando consternación, confusión y división entre los fieles.
Si pensamos en las intervenciones del Vaticano en infinidad de temas, su silencio en una cuestión tan importante es desconcertante. Es aún más desconcertante el silencio de los cardenales que participaron en ese cónclave. Algunos apelan al secreto pontificio; pero en presencia de una posible violación de las normas establecidas en la Constitución Apostólica, que invalidaría la elección del Papa, no hay nada que justifique este prolongado silencio.
Sé de fuente segura que el cardenal Giovanni Battista Re —quien como vicedecano del Colegio Cardenalicio presidió el cónclave de 2013—, al ser preguntado en privado sobre la base de qué párrafo de la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis había procedido a una tercera votación en la noche de la elección, se negó a responder, afirmando en forma enfática e irritada que todo se había desarrollado según las reglas previstas.
Tarde o temprano la verdad saldrá a la luz en la Iglesia.
La Iglesia católica apuesta desde hace tiempo por el ecumenismo, y en línea con las lógicas de homologación que propugnan las oligarquías globalistas, parecería ahora apuntar a una religión única, a la creación de un sincretismo que mezcle doctrinas monoteístas y creencias paganas, como el culto andino a la Pachamama. ¿Se trata de una operación asesina o de un gesto suicida?
Ambas cosas. Por un lado, la parte corrupta de la Jerarquía —que llamo Iglesia profunda para abreviar— al estar esclavizada a Satanás odia a la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo y pretende matarla como hizo con su Cabeza. Pero sabemos que, como Cristo ha resucitado, así resucitará también su Cuerpo Místico después de su pasión. Así que sí: quien sirve al Diablo está llevando a cabo una operación asesina, aunque sea una locura y esté destinada al fracaso.
Por otro lado, la parte sana de la Jerarquía está compuesta en su mayor parte por obispos y clérigos que, sin embargo, aceptan las premisas ideológicas de la actual apostasía, porque aceptan el Concilio y la nueva liturgia que transmite sus errores a las masas. No quieren que la Iglesia sucumba: se engañan a sí mismos, contra toda evidencia y después de sesenta años de fracasos, diciendo que el Concilio ha sido mal interpretado, que la nueva Misa se celebra mal, pero que se puede devolver cierta dignidad a la liturgia, que el ecumenismo es suficientemente bueno con los ortodoxos pero no con los idólatras. Pero si no están convencidos de que la crisis comenzó con el Vaticano II, si no entienden que fue el Concilio el que provocó este desastre, y que para remediarlo es necesario volver a la fe, la moral y la liturgia de antes del Concilio, son parte del problema sin saberlo. Estas personas, si bien con las mejores intenciones, representan a esa parte de los moderados que, ante un ataque en todos los frentes, son un obstáculo para la solución de la crisis si no luchan. Su apoyo al Concilio y a la mentalidad secularizada de la Iglesia profunda hacen que su gesto sea ciertamente suicida.
Bergoglio ha intervenido a las Órdenes más tradicionalistas: los Franciscanos de la Inmaculada, los Heraldos del Evangelio, las Hermanitas de María Madre del Redentor. ¿Quizás es alérgico a las vocaciones auténticas o los activos de estas congregaciones son tentadores para alguien?
En un momento en el que la Iglesia está sufriendo la drástica reducción de las ofrendas y donaciones de los fieles debido a la crisis económica provocada por la psicopandemia, el cierre de las iglesias y el disgusto de muchos católicos por la labor de Bergoglio y los obispos, es evidente que rastrillar un poco de dinero e inmuebles es conveniente para las maltrechas arcas vaticanas.
Pero el verdadero motivo, el que mueve cada acción de la Iglesia bergogliana, es el odio implacable a la Tradición, del que las Órdenes contemplativas y conservadoras son una manifestación elocuente. Imagínense la rabia de estos modernistas que, mientras las comunidades más progresistas se extinguen y las Órdenes religiosas desaparecen en la crisis de vocaciones y abandonos, ven reflorecer monasterios e institutos en los que hay disciplina, fidelidad a la Regla del Fundador, verdadera pobreza, penitencia, espíritu de recogimiento y Liturgia Tridentina. Todo esto hace evidente su fracaso y, por tanto, debe ser eliminado, no sea que se vea que la Tradición tiene muchos más adeptos (y tendría muchos más, si no fuera boicoteada sistemáticamente) que la religión postconciliar, con sus sacerdotes sin sotana, sus monjas sin velo, sus religiosos que no rezan y sus iglesias vacías.
En la mente de Bergoglio sólo merecen su aprobación las vocaciones modernistas, inclusivas, dirigidas a las periferias existenciales, hechas de naderías doctrinales, vacíos morales, consignas humanitarias trilladas. En cuanto una vocación muestra el más vago indicio de ser genuinamente católica, animada por el deseo de dar gloria a Dios y salvar almas, se convierte en expresión de clericalismo, intolerancia, fundamentalismo, rigidez…, con todo el repertorio de palabras más o menos ofensivas de Bergoglio que forman parte de las técnicas de criminalización del adversario, ya ensayadas con éxito desde el Concilio.
El papa Francisco ha cantado alabanzas al multiculturalismo, al ecologismo, a la inmigración, ha recibido a Soros y a Bill Gates en el Vaticano y se ha disfrazado de promotor de sueros génicos experimentales. ¿Se podría suponer que hay una correlación entre sus acciones y su formación jesuita?
Si nos limitáramos a “hipotetizar” esta correlación, ello sería, como mínimo, una muestra de ingenuidad y falta de previsión. La Compañía de Jesús, que figuraba entre las Órdenes más importantes de la Iglesia […] es hoy el cuerpo de asalto, por así decirlo, con el que la Iglesia profunda demuele lo que queda de la Iglesia católica, para sustituirla por una ONG amorfa que pueda servir de “contenedor” de la Religión de la Humanidad querida por la masonería y por el Nuevo Orden Mundial, en consonancia con las bases ideológicas puestas por el Concilio.
Como todo jesuita, Bergoglio es primero jesuita y luego católico. Por eso sigue estando prohibido a los jesuitas que asciendan a las filas de la jerarquía, por lo que el argentino tuvo que pedir al papa una dispensa para ser consagrado arzobispo de Buenos Aires. Esa dispensa, de no haber sido concedida, respetando la Regla de San Ignacio, nos habría evitado los desastres que hemos visto desde 2013. Es evidente que los jesuitas desempeñaron un rol destacado no sólo en la realización de la revolución conciliar, sino también en las maniobras para llevar a uno de los suyos al trono de Pedro. […]
¿Estaría usted dispuesto a fundar una especie de nueva Santa Alianza entre todas las fuerzas europeas disidentes, para luchar juntos contra el diabólico totalitarismo tecno-sanitario que nos oprime?
Hace poco tiempo lancé un llamamiento para la creación de una Alianza Antiglobalista, que pueda coordinar la oposición de las fuerzas buenas de las diferentes naciones contra el golpe de Estado de la élite. Pero esta Alianza debe ser una iniciativa de los laicos, al igual que los laicos deben ser los que, como cristianos y ciudadanos, den testimonio público de su fe y se comprometan en la política.
Mientras los conspiradores formaban a sus futuros líderes en el Foro de Davos y los colocaban en las cimas de las naciones e instituciones internacionales -prácticamente todos los que hoy están en el poder, desde Macron a Trudeau, desde Merkel a Zelenskyj-, ¿qué hacían los que se preocupaban por la soberanía del Estado, la protección de la vida y la familia tradicional, la defensa de la religión y la moral? Nada. Ninguna formación, ninguna inversión en las futuras clases dirigentes, ninguna formación académica de los dirigentes católicos, según los principios no negociables. Por el contrario, si miramos de cerca, la traición del clero en este campo ha sido reveladora, porque junto a la labor del Estado profundo en el ámbito civil, y de hecho casi creando su base ideológica y social, la Iglesia profunda se ha vendido a las exigencias de la izquierda, ha preferido el diálogo ecuménico a la predicación y la conversión de las almas, ha aceptado los principios revolucionarios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y fue la primera en arrebatarle a Cristo su Corona Real, haciéndose apóstol de la laicidad del Estado. Hoy, con Bergoglio, la traición se ha consumado en una apostasía […], que además se pone hipócritamente del lado del sistema, apoyando al Zelensky, el títere de Schwab en Ucrania, y yendo en contra del presidente Putin, que es el único jefe de Estado opuesto a la globalización y a los principios criminales que la inspiran. […]
© Canale Italia
Traducción al español por José Arturo Quarracino
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