Doy por hecho que el lector conoce el sentido figurado del título de mi columna. Ya no son sólo las putas y los putos quienes preguntan a sus clientes: ¿te hago un griego, chato? Ahora son los políticos quienes nos los hacen, aunque sin utilizar la expresión, que es incorrecta. Zafarrancho de uranismo. Papandreu quiere sodomizar a sus súbditos metiéndolos en cintura o agarrándosela (lo que facilita la penetración), sus opositores se niegan a correr con el costo de la vaselina y las personas amenazadas ponen culo en pared recurriendo a huelgas generales que sólo sirven para agravar la situación antes de que todos –y todas, como dicen los políticos– se bajen los pantalones o las bragas. Lo harán. Donde no hay harina… En Bruselas, de momento, la hay, pero por poco tiempo, pues si persisten en el empeño de poner lavativas de ese laxante caducado que es el euro en los conductos fecales de un país condenado a la extinción por la sinvergonzonería y la mamandurria en él imperantes nos habrán sodomizado a todos. Europa se va al garete y su divisa también. Locura de los cuerdos fue admitir en la primera a los pigs –las nupcias entre Norte y Sur siempre son matrimonio morganático– y lo fue asimismo, aunque ingleses, daneses y suecos no pasasen por el aro (y bien contentos que están), imponer una moneda única para que los políticos sodomizadores presumieran de atributos viriles en contra de lo que la sensatez sugería. Pero las locuras se pagan, y el precio, esta vez, será muy alto: nada menos que el de la transformación de Europa en corralito tercermundista. Esa metamorfosis ya ha empezado y su desenlace está al caer. Francia quiere volver al franco y Alemania al marco. ¿Por qué la vecina del quinto, los indignados, usted, lector, y yo deberíamos poner dinero de nuestro bolsillo –el poco que nos queda– para ayudar a una partida de gandules cuyos jefes, por añadidura, engañaron en su día a los bobos de Bruselas para que les llenasen el cazo y poder seguir invitando a los ilotas en horario de oficina a tazones de sopa boba en los cafés de la plaza Sinblanca? Ya les pusimos ese enema y no fueron al retrete. Tampoco lo harán ahora. Los socorristas saben que si se les abraza al cuello, en vez de dejarse llevar, quien está a punto de ahogarse, también ellos se ahogarán. Los griegos nos quieren hacer un griego –¡váyanse a vivir con sus dracmas a un tonel, como Diógenes!– y los chupópteros de la eurozona, también. ¡Dimitan, bruselinos! Con mis impuestos, no.
Un griego
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