La música clásica tiene la habilidad de transmitir un nivel de emoción que la música lirica frecuentemente oscurece. Los efectos que el discurso y el lenguaje tienen en nuestras mentes hacen que la música instrumental se vuelva suplementaria a las palabras. En la era del “yo” (auto-absorción, auto-engrandecimiento y auto-priorización) las palabras son aun mas superficiales porque no ocultan la poca profundidad emocional, ni el entendimiento mediocre de la psique humana. Ya casi no sabemos crear arte que exprese (sin palabras explicitas) como nos relacionamos hacia los otros y hacia el mundo. Incluso se podría decir que el arte hoy solo se justifica por medio de la explicación verbal en la que se le dice al público cómo se debe sentir sobre dicho arte y por qué. Es decir, el arte ya no habla por si mismo.
Este hecho demuestra una decadencia intelectual y espiritual de nuestra parte. El arte verdadero no debería necesitar la facilitación del lenguaje para justificarse. Las palabras son sólo un nivel en el cual podemos entender el mundo, y, francamente, es un medio vacío si no es inicialmente interpretado por un sentido alterno como el sonido o la visión, ya que estos sentidos están mas íntimamente conectados a nuestra imaginación. Nuestros “sentidos” provienen de la pallatina sensus, es decir de la capacidad de sentir. Por esta razón se dice que el arte se siente.La música clásica es un ejemplo perfecto para ilustrar la importancia de volver a conectar nuestros sentidos con una sensibilidad artística. El sonido de hoy día se basa más en ritmos repetitivos, rimbombantes, y letras explicitas poco imaginativas. Esto no expande la mente. Si lo que buscamos en la música, o en cualquier otro medio de expresión, es la autovalidación, entonces sólo nos basta el lenguaje. Pero si lo que buscamos es un reto estético que nos ayude a crecer emocionalmente, entonces la música clásica nunca puede ser despedida de nuestras librerías musicales. El acostumbrar el oído a la música clásica es un ejercicio artístico de dos partes. Nos ayuda a comprender la mente de un artista en un nivel más profundo, uno que funciona únicamente a través de la emoción. En este proceso, también nos revela a nosotros mismos nuestras propias emociones, poniéndonos en contacto con una faceta del ser humano que sólo el arte puede liberar.
A menudo suponemos, erróneamente, que comprender la complejidad artística y aprender a disfrutarla requiere un estudio minucioso de dicho artista. Alternativamente, a veces se nos dice que cuando nos acercamos al trabajo de un genio por primera vez no hay necesidad de saber demasiado sobre la biografía del artista o sus técnicas y conocimientos: su genio es fácilmente discernible por nuestros ojos, oídos o mentes inexpertos. Pero aquellos de nosotros que no somos conocedores de la música clásica deberíamos objetar especialmente esta ultima noción, ya que fomenta un gran mal servicio al intelecto del hombre que se manifiesta en forma de ignorancia cultural.
Existe un equilibrio que el miembro de la audiencia necesita encontrar entre el conocimiento cultural (contrario a la ignorancia cultural) y el puro disfrute del arte. Hay que esforzarnos un poco para entender la complejidad del arte, pero no al punto de tener que buscar una técnica, sino más bien aprender a discernir por nosotros mismos un conjunto de criterios que consideramos importantes para el buen arte. Además, estos criterios deben estar vinculados a algo más que a nuestra preferencia subjetiva: deben contener elementos y transmitir emociones cuyo valor es universal. El talento artístico no es mecánico, sino emocional.
Oír una pieza instrumental requiere paciencia extendida y una atención de larga duración, cuestiones que hoy día a los hombres modernos les resultan incomodas y tediosas. La música clásica nos priva del sentido en el cual mas confiamos (el visual) y elimina la capa mas superficial de nuestro sentido auditivo (el lenguaje). El resultado es que la música clásica nos esfuerza a sentir algo sin estimulo visual y sin estimulo verbal. En esta ausencia del sentido evidente es donde nace el arte verdadero, sea visual, musical, o literario.
Si la música clásica carece de nuestro sentido de visión, ello se compensa cuando nos esfuerza a escuchar y después a visualizar el movimiento de las melodías. Se puede decir que la música clásica crea sus propias imágenes en nuestras mentes. Y como lo anterior puede sonar muy poético, bueno será que demos un ejemplo: las piezas tituladas Apariciones de Franz Liszt, por ejemplo, demuestran la paradójica complejidad y simplicidad de la música clásica (pausen un momento y escuchen las piezas aquí).
Vale la pena contar la historia que está detrás de las Apariciones porque encapsula la relación entre el arte y la emoción. En el caso de Liszt, esta emoción proviene de un elemento espiritual y transcendente que es inherente al arte de la época. Al escribir sobre estas tres obras, Liszt explicó: “He tratado de expresar en música algunos de mis sentimientos más fuertes, mi percepción más vívida.” Algunas personas dicen que estas piezas representan una aparición religiosa que Liszt experimentó en su vida. Liszt las compuso en Francia en 1834 cuando apenas tenia 22 años. Estas piezas acompañaron su ciclo de piezas de piano tituladas Armonías poéticas y religiosas.
El nivel de atención y sensibilidad que estas piezas requieren es en realidad desafiante tanto para el oyente como para el intérprete. ¡Hay momentos en la partitura donde Liszt le pide al interprete que toque con expresiones variadas como “perdendosi,” “morendo,” “quasi niente,” “dolente,” “lamentoso” y “appassionato” en solo un par de medidas! Al observar la forma en que Liszt le pide al músico que realice la pieza uno puede comprender que realmente está tratando de transmitir un sentimiento complejo que es evocador de una experiencia religiosa (vean la partidura completa aquí). La composición también incluye pausas entre sus melodías. Liszt inserta estos momentos de silencio intencionalmente para señalar un cambio de pensamiento. De hecho, el uso del silencio en sus piezas se ha interpretado como un “lenguaje musical” que transmite conceptos teológicos, como la visión fundamentalmente cristiana en donde la muerte no es “extinción,” sino un momento de paso. Así Apariciones se convierte en una conversación sobre la vida, la religión, y nuestras dudas ante la muerte.
En el caso de la música de Liszt, no es necesario ocultar sus inspiraciones religiosas ya que el nunca las negó. Permaneció siendo un cristiano devoto toda su vida. En sus últimos años, eligió vivir una vida más cerca de Dios en soledad. Recibió la tonsura en 1865 y cuatro órdenes menores en la Iglesia Católica como lector, portero, exorcista y acólito. Su estrecha relación y participación en la Iglesia llevó a algunas personas a referirse a él como “Abbé Liszt”. A pesar de su fe evidente y fuerte, la mayoría de los biógrafos de Liszt no mencionan el papel de la religión en su vida, pero la conexión entre la devoción católica de Liszt y su composición musical es un área que merece más atención. Aun así, la falta de contenido escrito sobre este tema aún puede ser una gracia salvadora para Liszt y su música, ya que debemos determinar su convicción religiosa y espiritualismo por nosotros mismos al escuchar sus composiciones, y tal vez tener un poco de ellos impartidos en nosotros. Aunque no todo el arte es religioso, sí contiene un elemento sagrado y transcendente que ningún artista puede negar. Este elemento de lo sagrado en el arte también necesita ser sostenido mediante el uso y la reutilización. En una carta a una mujer llamada Janka Wohl, Liszt escribió que “la música sacra es escasamente cultivada, y se necesitaría muy poco para que muriera por inanición.” Su pensamiento se aplica al arte que nos queda como reliquia religiosa e histórica: Ya casi no se cultiva y está en vías de extinción. Aunque la música de Liszt se considera de vanguardia en su época, él siempre respetó e intentó preservar un elemento espiritual en su arte. El efecto trascendente de la música de Liszt no es solamente causa de su fe; el artista siempre imparte un componente espiritual en su obra. El crear de la nada es una imitación del misterio de nuestra propia existencia, y al crear, participamos en ese ciclo de vida que, aunque no lo conozcamos, lo intentamos entender. Por eso, el arte no puede ser explicado con palabras, pues el artista mismo no tiene la respuesta de su obra, sólo está iniciando sus pensamientos si es que en realidad está expresando algo complejo, porque lo complejo es una combinación de lo humano y lo transcendente. No se puede escribir y decir tanto sobre la importancia y los efectos de la música clásica. Al comienzo de este ensayo, después de todo, resalté los peligros de expresar música a través del mero lenguaje. Ya es hora de volver a escuchar la música clásica, o por lo menos escuchar las Apariciones de Liszt.
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