Incomodidades

Al señor Vicepresidente segundo del Gobierno " le “incomoda enormemente que se reivindiquen las corridas de toros como algo cultural”.

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En los tiempos que corren, donde todo aquello que se disocia de la cultura progre es vilipendiado, máxime cualquier tema relacionado con España y su tradición, es necesario armarse de valor y cargar la suerte frente a la animadversión que persigue a la Tauromaquia.

Rencor, saña o malquerencia que, de no venir de donde viene, no nos incomodaría como lo hace, pues procede, directamente, de la vicepresidencia del gobierno, a cuyo sujeto “incomoda enormemente que se reivindiquen las corridas de toros como algo cultural”. Palabras que han tenido su praxis en el Real Decreto Ley “por el que se aprueban medidas de apoyo al sector cultural y de carácter tributario para hacer frente al impacto económico y social del COVID-2019”. Ayuda que asciende, nada más y nada menos, a unos 76 millones de euros, de los cuales más de 13 serán destinados al cine y unos 38 millones a actividades escénicas, musicales y proyectos culturales. Montante del que, a nadie sorprende, quedan fuera las corridas de toros, por más que sea la actividad escénica y el proyecto cultural por antonomasia. ¡Qué va a saber un burro de un caramelo!

Sepa, señor vicepresidente, que esta práctica no necesita ser defendida como cultura, pues ya lo es. Lo exiguo es querer censurar cierta práctica cultural, propio de regímenes totalitarios que tanto admiran y de los cuales se llevan financiando años.

Han hecho propio un discurso que se desliga completamente de la propiedad de la Tauromaquia, tildándola como un espectáculo de la derecha rancia de la España decimonónica. Y se equivocan, pues las corridas de toros son y han sido la más exacta mímesis de nuestra existencia y “ser indiferente ante un acontecimiento de tal índole supone la total extrañeza respecto al subsuelo psicológico común”. Con otras palabras, rechazar los toros como espectáculo supone el rechazo, por desconocimiento e incultura, del sustrato histórico y psicológico de la Historia de España. Tomen nota.

Por desgracia, no todo el mundo está preparado para esta representación artística, por ello es necesario que abran sus mentes progres y se dejen educar en la sensibilidad, entendida esta en términos de estética, como la definición cultural de una especie, en la cual los toros no sólo no deben olvidarse, sino que, si queremos conocer la historia de nuestro país, es necesario conocer la historia de las corridas de toros, tal y como señaló Ortega y Gasset. De lo contrario, mediante la damnatio memoriae de la que estamos siendo objeto por el gobierno socialcomunista, el pueblo español está condenado, y merecidamente, a volver a tropezar con la misma piedra.

Siempre es mejor educar que prohibir ya que, esto último, “parece el colmo de la ligereza y de la insensatez. La fiesta, que con razón se llama nacional, brota espontáneamente de las condiciones de nuestro territorio y de nuestra raza, llena necesidades que no sería cuerdo desconocer, arraiga y se desarrolla en nuestras costumbres, y siendo éstas lo menos arbitrarias que se conoce, nunca se respetarán bastante, siendo la misión de los gobernantes hacer de las costumbres leyes y no con las leyes costumbres (…)”. No lo digo yo, lo dijeron, hace años, tanto Enrique Tierno Galván como don Amós Salvador y Rodrigañez. Alcalde socialista uno, ministro liberal otro, amantes y defensores de la Tauromaquia ambos. Y no solamente como espectáculo, sino como idiosincrasia del pueblo español, del que, como buenos políticos, se sentían parte y, sobre todo, cuyas tradiciones admiraban, respetaban y defendían.

Por tanto, frente al incomodo y la irritación mutua, no queda más que educar, y qué mejor manera que viendo toros, pues “viendo toros nos quitamos de encima parte de la actitud moral de juzgar con valores éticos socialmente prefabricados”.

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