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Shakespare y Lope contra el etéreo petrarquismo

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El aforismo de Juan Ramón Jiménez no caduca: "Clásico, es decir, actual, es decir, eterno". William Shakespeare sigue acaparando espacio en la mesa de novedades y, entre las publicaciones recientes más fascinantes al otro lado del Atlántico, tenemos que avisar de dos de importancia. Un Chesterton on Shakespeare, editado por Dale Ahlquist, que recoge todos los textos que G. K. C. dedicó a W. S. y que viene a doblar con nuevo material a la yainencontrable recopilación que con el mismo título, nos regalara Dorothy Collins.
La segunda novedad editorial es un nuevo ensayo del incansable Joseph Pearce, que sigue dispuesto a ir esclareciendo obra por obra el catolicismo del Bardo. Le ha tocado ahora el turno, tras el estudio de Medida por medida en el epílogo de Shakespeare, una investigación y tras los ensayos sobre El mercader de Venecia, Hamlet El rey Lear en Por los ojos de Shakespeare, a Romeo y Julieta. Shakespeare on love se titula este trabajo.
Tras su lectura, lo primero un suspiro de alivio egocéntrico. Tuve mucho miedo de que el perspicaz Pearce diese con una clave que destrozase mi propia opinión publicada de la tragedia. No. Básicamente coincidimos en que el quid está en la idiotez del destino de los adolescentes enamoriscados.
Claro que Pearce lo expone con el ritmo trepidante que él consigue dar a sus ensayos. Es un don. Al escritor inglés se le leen sus reflexiones histórico-literario-teológico-culturales como quien devora un thriller. Sus puntos de vista no son para menos. Consigue incluso que no nos molesten las explicaciones un tanto elementales que se para a dar a cada rato de la doctrina católica, pensando en un público actual que tal vez no recibió las más sencillas nociones de religión. A cambio, se permite cada vez osados juegos de palabras, aliteraciones, paradojas y adjetivaciones intrépidas, como quien va ganando confianza en sus propias dotes artísticas. Por ejemplo, cuando, comentando lo sexualmente cargado que viene el símbolo del cuchillo de Romeo, para el que Julieta se ofrece como vaina, apostilla: "una imagen preñada de esterilidad".
El interés de la lectura, no obstante y como es lógico, no descansa en el estilo de Pearce, sino en la profundidad de su lectura de Shakespeare. Recogiendo el guante que el Bardo nos lanza, sabiamente, desde el final de la obra: "Go hence, to have more talk of these sad things", Pearce se propone desentrañar la esencia de Romeo y Julieta. Su tesis es que se trata de un manifiesto poderosamente antipetrarquista, que defiende una concepción mucho más tradicional y realista del noviazgo y del amor, anclada en las virtudes, sobre todo en las de la prudencia y la constancia.
Quizá deje Pearce para posteriores trabajos una visión global sobre el pensamiento de William Shakespeare, que parece oponerse en bloque a los ya entonces consolidados aires renacentistas desde concepciones arraigadamente mediavelistas. Hay un paralelismo claro entre sus críticas al maquiavelismo de la realpolitik, que desarrolla en otras obras, y esta crítica de Romeo y Julieta al petrarquismo más estereotipado.
Los momentos más emocionantes de Shakespeare on love son las conexiones intelectuales de Shakespeare que establece Pearce. Primero, con el realismo filosófico de Tomás de Aquino, frente al nominalismo de Ockham, que es continuamente criticado en ésta y otras obras del Bardo. Segundo, con Dante, presentado como un antídoto de Petrarca. Pearce ve en la historia de Paola y Francesco un precedente ejemplar a la de Romeo y Julieta. Y es una lástima que no caiga en que la preciosa imagen de Romeo sobre su amada:
¡Como paloma blanca entre cornejas
entre sus compañeras resplandece!
parece inspirada en el canto V del Inferno donde los dos amantes son palomas blancas sobre un fondo de estorninos. Por último, Pearce alcanza su mejor tono cuando establece, investiga y sugiere las conexiones de Shakespeare con su primo san Robert Southwell, y las posibles influencias mutuas. Las advertencias implícitas enRomeo y Julieta eran muy caras al santo poeta jesuita inglés.
Una última conexión que Pearce no propone, pero que a un lector español no se le pasa por alto es la coincidencia entre el antipetrarquismo moral de Shakespeare y el divertidísimo de un Lope de Vega, a través de su heterónimo Tomé de Burguillos. Los vasos comunicantes entre España e Inglaterra son innumerables y qué vergüenza venir con puntillos de honra nacionalista o, al revés, con aires cosmopolitas. Es todo lo contrario: ambas literaturas se iluminan mutuamente. Gracias a Burguillos podemos atisbar el humor sutil que los bellísimos versos de Romeo causarían en un público avezado que los vería, aunque tan delicados, como una parodia. Y a cambio, gracias a la altura de Romeo y Julieta, podemos entender que Lope se encarnizara con el petrarquismo, igual que Cervantes con los libros de caballerías, por lo que éstos tenían de literatura de consumo un tanto venenosa. Y es curioso pensar que, igual que Cervantes había padecido en carne propia los sueños caballerescos, Lope había petrarquizado, el pobre, lo suyo. En recuento de Azorín:
Las mujeres de Lope son incontables. De ellas, unas han sido propias, y otras, adventicias. Han sido las canónicas Isabel de Ampuero y Juana Guardo. Fueron las allegadizas Marfisa, Elena Osorio, Antonia Trillo, Jerónima de Burgos, Lucía de Salcedo, Micaela de Luján, Marta de Nevares. De las transitorias, efímeras, no sabemos nada.
El recuento es efervescente, pero la procesión fue por dentro. También por dentro, como nos lo enseña Shakespeare, va la irremediable tragedia a la que aboca el petrarquismo, con su estilización de un deseo desbocado, que es lo que Lope, por boca de Tomé, ridiculiza, dejando al descubierto:
Muérome por llamar Juanilla a Juana,
que son de tierno amor afectos vivos,
y la crüel, con ojos fugitivos
hace papel de yegua galiciana.
Pues Juana, agora que eres flor temprana
admite los requiebros primitivos,
porque no vienen bien diminutivos
después que una persona se avellana.
Para advertir tu condición extraña,
más de alguna Juanaza de la villa
del engaño en que estás te desengaña.
Créeme, Juana, y llámate Juanilla;
mira que la mejor parte de España
pudiendo Casta se llamó Castilla.
Hay muchos hermosos versos de Romeo en los que, como Pearce subraya sin piedad, pretende prácticamente lo mismo.
© Sumacultural.com

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