Un gigante de los de verdad

Hay en las librerías una novela que ha sorprendido a la casi siempre inmutable crítica literaria. Uno de esos escritos que aparecen sin hacer ruido y poco a poco va calando en el ánima de quienes gustan de saborear las cosas bien cocinadas. El hombre que compraba gigantes (de Luis Folgado de Torres) recupera el estilo tradicional de las narraciones donde el lector llega a vivir el instante mismo en que tuvieron lugar los hechos. Como muestra de lo que decimos valga esta reseña de Luis Sánchez Martín en "Literatura más uno".

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Fascinado estoy ante esta novela que he leído casi de un tirón por tener todo lo que se puede pedir: una gran historia perfectamente contextualizada, personajes bien perfilados, una interesante trama no exenta de giros y sorpresas y una prosa limpia y cuidada. Además se desarrolla en la España de Alfonso XII, finales del siglo XIX, donde no faltan bandoleros, tensiones con los Carlistas, y una baja cultura, supersticiones y fe ciega en las premisas clericales que no hacen sino complicar la vida de tan curioso protagonista o una chica de raza negra que se verá envuelta en la trama desde la mitad hasta el final.
Se narra la historia, basada en hechos reales, de Agustín Luengo Capilla, hombre afectado por una severa acromegalia, que llegó a ser uno de los hombres más altos del mundo.
En la primera parte el joven Agustín es vendido por su padre a un circo con el recorrerá la mitad sur peninsular, siendo el número estrella de la función. Esta parte me han encantado, recordándome por momentos la mítica película “La parada de los monstruos” por la concisa descripción que el autor nos va ofreciendo de la vida circense y de los distintos fenómenos que viven en él, y así conoceremos el origen de la niña contorsionista, el mago eléctrico, la mujer serpiente o el niño gárgola.
En la segunda parte, desarrollada totalmente en Madrid, el gigante se instala en la capital tras protagonizar una actuación privada para el Rey Alfonso XII, entre cuyo público se encontraba el doctor Velasco, fundador del Museo Nacional de Antropología, quien queda fascinado por las proporciones del fenómeno y firma con él un contrato que puede cambiar la vida de ambos.
En esta segunda parte hay dos pasajes, en mi opinión excelentes, con los que el autor me ha dejado fascinado. El primero por la excelente labor de documentación que se aprecia ha llevado a cabo; antes de la función privada del gigante hay una exposición de los inventos más revolucionarios del momento y el autor nos describe las presentaciones en la corte de Alfonso XII de los antepasados del fax, el fonógrafo y el cinematógrafo con numerosas notas a pie de página que completan la información (estas notas son una constante en toda la novela, algo que si bien pudiera parecer un inconveniente para el ritmo de la lectura, no hace sino enriquecerla aún más). El segundo pasaje destacable es un curioso almuerzo con un cadáver como protagonista, escena que los mismísimos Poe o Dickens hubieran sin duda aplaudido.

Y con ese fondo que tan bien sabe utilizar el autor para dar vida a la historia, tenemos a un hombre distinto, maldita palabra en aquella época, que no quiere sino lo que cualquier persona querría: amor, amistad, libertad… Lugares comunes para el más simple de los mortales, pero sueños inalcanzables para el gigante extremeño. 
 

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