Con ocasión de su nuevo libro "Siguiendo mi camino"

Mauricio Wiesenthal en la Feria del Libro de Madrid

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Hacía tiempo que Mauricio Wiesenthal no se dejaba caer por Madrid. Pero ahora estará entre nosotros. Mauriico Wiesenthal, sin duda hoy el mayor y, como dice Arnoldo Liberman, el más “poético” prosista de las Españas —el término es lingüístico, cultural, civilizacional…—, estará en la Feria del Libro en las fechas que seguidamente se indican. Invitamos a todos los amigos de El Manifiesto a saludarlo y a tener el placer de intercambiar unas palabras con este fenómeno tan excepcional: el último hombre Renacentista que se pasea por nuestras calles.
Mauricio Wiesenthal estará en la caseta de la editorial El Acantilado (n.º 309) en los siguientes horarios:
- viernes 14 de junio, de 19 a 21 h.
- sábado 15 de junio, de 12 a 14 h.

 
Siguiendo mi camino, el último libro de Maurcio Wiesenthal
Por Arnoldo Liberman
Mauricio Wiesenthal acaba de publicar un nuevo libro en su excepcional sendero de humanista lúcido y escritor dotado. Los que hemos conocido, leído y transitado entrañablemente sus libros anteriores, sobre todo su “Trilogía Europea” (Libro de Réquiems, El snobismo de las golondrinas y Luz de vísperas), volvemos a encontrarnos otra vez, jubilosamente, con sus pentagramas de tránsito por el mundo que le ha tocado vivir y que él ama tan singularmente.
Y digo pentagramas porque Wiesenthal no sólo narra estupendamente, sino que canta a la par (nunca olvidaré cuando en la Universidad de Deusto nos dio una notable conferencia sobre Verdi —con arias cantadas incluidas— y yo me pregunté: ¿quedan todavía humanistas así?). Este libro viene a probar que mi pregunta no iba descaminada. Sólo un humanista auténtico puede recorrer el mundo como lo hace él, con ternura, con agudeza, con gracia, con entrañable solidaridad, apreciando lo apreciable y, cuando es imprescindible, despreciando la necedad.
Si no fuera que es éste un libro de un prosista excepcional, diría que Wiesenthal es, antes que nada, un poeta, y que en lo profundo —no puedo dejar de lado mi pertenencia profesional al psicoanálisis— él es intraducible a la prosa. Wiesenthal es un coleccionista de imágenes múltiples y todo valor escolástico o intelectual es ajeno a su intento.
Recuerdo a Vicente Huidobro: “Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra. El adjetivo, cuando no da vida, mata”. Wiesenthal da vida con una fruición, un amor, una proximidad, una cercanía, que conmueven. Sin excitaciones vanas, sin estrépitos prescindibles, Wiesenthal es de esos seres que sólo descansará muerto. Porque para él la vida es diálogo, conocimiento, encuentro, sendero, movimiento, y a veces trance.
En un mundo donde parecen haberse apoderado de la verdad los agnósticos, los ateos, los incrédulos, los fundamentalistas de toda laya, leer a un hombre que —judeocristiano— nos hace compartir una verdad humana que nunca lo dejará solo, gracias a la audacia fraterna de su talante y al rigor de su encuentro con la vida, es un privilegio.
En esa alquimia fortuita que constituye la singularidad —nuestro autor no escribe para confesarse, escribe para participar— estamos frente a un escritor al que no me extrañaría oír decir que el más notable escritor que existe es Johan Sebastián Bach, o Gustav Mahler, claro. Wiesenthal no es un administrador de indulgencias pero sí es evidente que ama las formas excelsas y creativas del ser humano y ante ellas rinde homenaje con la pasión del que sabe que cada día es irrepetible. Yo lo aprendí a querer en aquella tarde de Deusto y lo sigo queriendo cuando en cada nueva entrega nos hace mejores, más cálidos y más generosos.

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