A favor del arte arriesgado, sacrificado y audaz

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Asumámoslo señoras y señores, vivimos bajo la égida del conformismo y la falta de ímpetu. La vida práctica y facilona, apoyada por una ausencia patente de riesgos, se ha tornado imperio y las ruidosas mayorías rumian pacificas en sus, aparentemente, idílicos pastos. Tal estado de cosas se ha ido gestando en las sociedades civilizadas que trascendieron la última época de revoluciones y frustrados deseos de cambio. El submundo del arte no es la excepción, ni tampoco presenta graves diferencias con el devenir último de un mundo globalizado y banal. 

Definamos antes de empezar que cuando se habla del arte como disciplina humana nos referimos a aquel aspecto de la cultura que muestra la apariencia de la relación entre la sociedad y el espíritu universal que la atraviesa. Es el arte, pues, una suerte de interficie (ruego perdonen el neologismo) entre el hombre y lo trascendente, y todas las muestras sensibles que en ella se produce. Es por tanto una entidad compleja y necesaria en un mundo donde la cultura es llamada patrimonio de la humanidad.
 
Del mismo modo que muchos viven sus vidas a medio vivir, sin tratar de exprimir todo el jugo que de la propia existencia se puede sacar, otros tantos realizan un arte en el que no arriesgan hasta lo más profundo de si mismos. Y se puede afirmar sin maldad que los artes a medias son solo la objetivación banal de una serie de técnicas. Por lo que un servidor reclama que el arte, tantas veces abanderado de los cambios, vuelva a ser el espacio donde se ejecuta la danza del peligro y la vida veraz.
 
Con esta reivindicación no se pretende reemprender los caminos ya trillados de las vanguardias y de las diferentes corrientes revolucionarias. Aquellos artistas pasados ya hicieron su recorrido y establecieron sus relaciones con la sociedad y el mundo y no es preciso repetir sus éxitos ni, sobre todo, sus fracasos. Tampoco se busca que se multipliquen las diferentes creaciones que basan su esencia en la ofensa y en el ataque directo a las tradiciones, instituciones o pensamientos establecidos. La ofensa gratuita solo muestra las carencias del que la profiere y resalta los defectos propios más que los ajenos que denuncia.
 
Puesto que hemos cambio de siglo y ya incluso estamos cambiando la página de la década, creo humildemente que algo de perspectiva, por pequeña que sea para hablar de la centuria precedente. Afirmo sin rubor que el siglo XX ha sido el período del arte ensimismado, pues tanto el autor como las obras han sido víctimas y objetivo de la propia producción y obsesión artística. Retrospectívamente se ve como a medida que avanzó el siglo pasado el autor se fue enfocando cada vez más a sí mismo como proyecto de creación y buscó trascender al medio expresivo para hacerse notorio en el medio social, mercantil y espectacular. Así desde que Duschamps y su malévola fuente creasen la primera implosión dirigida en el mundo del museo y el coleccionismo, se han ido sucediendo los personajes que han querido ser más sin aportar nada intrínsecamente artístico a lo que se ha llamado arte contemporáneo. El paroxismo de todo este fenómeno se halla en la Mierda de artista de infausto recuerdo y reciente actualidad que, junto con la incapacidad creativa del famoso Andy Warhol, llegan a provocar sorna en el amante de lo sublime.
 
El otro proceso de ensimismamiento proviene también del abuso de las vanguardias primeras, y es el que ha producido la casi desaparición del interés por lo estético para fijar la atención en el método y en el procedimiento. De las investigaciones en la simbología y construcción del lenguaje abstracto que a tal efecto llevó a cabo Vassily Kandinsky, podemos enlazar con el inexplicable éxito del arte conceptual en las décadas de los sesenta y setenta. Y de éste, aparte de conseguir que reputados filósofos consignaran la muerte del arte, se puede afirmar sin mucha discusión que ha incidido profundamente en los más recientes movimientos y transformaciones del arte del último cuarto de siglo (videoarte, perfomance, net-art, etc.) y que poco parecen tener que ver con los cánones tradicionales de la creación artesana. Para que quede un poco más claro, se puede decir que la impetuosa evolución de las tecnologías y técnicas han provocado una separación entre el hecho artístico y los productos artísticos que representan más a los medios que a la necesidad de conexión con lo trascendente.
 
Además de esto concibo la idea de que la palabra arte ha sido devaluada por una mala interpretación de la necesidad de su democratización. Cuando se ha tratado de imponer un modelo en el cual todo puede ser considerado arte y todo el mundo es considerado como potencialmente apto para su producción, se pierde la importancia de las técnicas que son precisas para su realización y que podría catalogarse como conceptuales, instrumentales, educativas, materiales y de gusto. El arte requiere preparación, elaboración y esfuerzo. También es preciso el riesgo de implicarse demasiado en la obra y perderse en ella por el exceso de celo creador. Una obra que haya supuesto un gran esfuerzo para el creador podrá ser dignamente considerada. Entiéndase como pequeño apunte que dicho esfuerzo debería entenderse en un plano más esencialista, es decir metafísico, y no tanto como simplemente un sufrimiento físico. Las obras han de haber sido creadas y no solo fabricadas, que para ello tenemos tantos referentes míticos.
 
Por el contrario las obras que surgen de la casualidad o de las producciones mecanizadas son simples artefactos estéticos carentes de vida interior. Con esta ausencia propia no pueden trasmitir ningún valor esencial y son por tanto inertes. El mercado del arte está encantado con las producciones en serie que simulan ser únicas e incunables. Con el fin de enmascarar tales abominaciones se sublimó el concepto de coleccionismo y se crearon unos valores abstractos mercantiles que permitieron dotar los engendros estéticos de una vida artificiosa.
 
Concluyamos con esta idea: el arte que merece ser contemplado ha de ser un arte arriesgado, sacrificado y audaz. Para poder crear y otorgarle un sentido a lo informe se ha de caminar por la cuerda floja, ser funambulista sin red. La verdadera creación es la lucha de las voluntades del artista y del mundo al que se enfrenta por aferrar aquello inasible, lo místico. Cualquier otro intento ha de ser tomado como un intento frustrado e irrelevante.

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