La persecución religiosa

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JOSÉ JAVIER ESPARZA

“Si hubo un grupo social especialmente castigado por el Terror rojo, ese fue el de los religiosos, que padecieron torturas especialmente brutales. El coadjutor de Santa María Brihuega, Germán Llorente, fue arrojado por un puente y los milicianos, al ver que aún estaba vivo, le prendieron fuego. Al carmelita Manuel Alcaraz, detenido en Villarreal (Castellón) el 22 de agosto de 1936, le sacaron las costillas una a una antes de darle muerte; después descuartizaron el cuerpo a hachazos. También en la provincia de Castellón, en la localidad de Borriol, el sacerdote Miguel Carbó fue asesinado del siguiente modo: tiroteado primero en las piernas, lentamente, y después rematado a cuchilladas. El cadáver del anciano párroco de Navarrés (Valencia), Vicente Sicluna, fusilado en Bolbaite, fue arrastrado por las calles entre gritos de los milicianos. También fue arrastrado, pero en vida, el sacerdote Guillemo Catalá en Oliva (Valencia), el 27 de septiembre: atado a un camión y llevado así hasta Alquería, donde llegó descuartizado y mutilado. Más casos en Valencia: el párroco de Cheste, José González Huguet, fue sometido a un simulacro de corrida durante la cual le rasgaron las ropas, le hirieron a navajazos y le cortaron las orejas, entre otras torturas, antes de matarlo con dieciocho tiros. Otro testimonio lo aporta el propio fiscal republicano García Torres en el ya mentado escrito que dirigió al Ministerio de Justicia y que recoge la Causa General: “A un sacerdote de Masalavés (dista un cuarto de hora de Alberique) refugiado en casa de sus padres, los dichos del Comité de Alberique, en cuadrilla de varios cientos de individuos, todos armados con pistolas y escopetas, violentaron la casa refugio y sacaron al sacerdote, y por la carretera, en dirección a Alberique, un individuo muy conocido, con una navaja le cortó las orejas, luego le sacó los ojos, y ya moribundo por los varios navajazos, caído en tierra, le cortó las partes y se las puso en la boca; y al día siguiente, en una boda del matador y otros, las orejas del cura iban por las mesas”[1]. 

Un caso ejemplar –y terrible- de asesinato con saña es el del obispo de Barbastro (Huesca), Florentino Asensio, prólogo de una matanza que acabaría con la vida de 51 misioneros claretianos y varias decenas de civiles a manos de milicianos anarquistas. El episodio lo ha documentado perfectamente Gabriel Campo Villegas[2]. Al obispo lo habían amarrado, codo con codo, a otro hombre más alto y recio. Entonces empezó el martirio:

“Entre frases groseras e insultantes un tal Héctor M.,oculista, de mala entraña, Santiago F., el Codina, y Antonio R., el Marta, se acercaron al Obispo. El Obispo estaba mudo y rezando. Santiago F. le dijo a un tal Alfonso G., analfabeto: ‘¿No decías que tenías ganas de comer co... de Obispo? Ahora tienes la ocasión’. Alfonso G. no se lo pensó dos veces: sacó una navaja de carnicero; y allí, fríamente, le cortó en vivo los testículos. Saltaron dos chorros de sangre que enrojecieron las piernas del prelado y empaparon las baldosas del pavimento, hasta encharcarlas. El Obispo palideció, pero no se inmutó. Ahogó un grito de dolor y musitó una oración al Señor de las cinco tremendas llagas. En el suelo había un ejemplar de Solidaridad Obrera, donde Alfonso G. recogió los despojos; se los puso en el bolsillo y los fue mostrando, como un trofeo, por bares de Barbastro. Le cosieron la herida de cualquier manera, con hilo de esparto, como a un pobre caballo destripado. Los testigos garantizan que aquel guiñapo de hombre, el Obispo de Barbastro, se habría derrumbado de dolor sobre el pavimento si no hubiera estado atado al codo de su compañero, que se mantuvo y lo mantuvo en pie, aterrado y mudo. El Obispo, abrasado de dolor, fue empujado a la plazuela, sin consideración alguna, y conducido al camión de la muerte (…) El heroico prelado, que el día anterior, el 8 de agosto, había terminado una novena al Corazón de Jesús, iba diciendo en voz alta: -¡Qué noche más hermosa ésta para mí: voy a la casa del Señor! (…) Al recibir la descarga, los milicianos le oyeron decir: ‘Señor, compadécete de mí’. Pero el Obispo no murió aún. Lo arrojaron sobre un montón de cadáveres, y después de una hora o dos de agonía atroz, lo remataron de un tiro. (…) Después de muerto, Mariano C. A. y el Peir lo desnudaron; y El Enterrador le dio a Mariano C. A. los pantalones, que se puso dos días después, ‘porque estaban en buen uso’; y a José C. S. El Garrilla le dio los zapatos. ‘Los llevé hasta que se me rompieron’, declaró él mismo después de la guerra, antes de ser ejecutado”. 

Por otro lado, los episodios de caza de religiosos evidencian una tenacidad que cuadra mal con el carácter supuestamente “espontáneo” de la represión; más bien ponen de manifiesto una red eficazmente organizada de información y búsqueda. Un ejemplo: el 21 de julio de 1936, en Barcelona, los milicianos asaltan el Palacio Episcopal en busca del obispo, Manuel Irurita Almandoz. Éste logra huir en compañía de unos familiares y se refugia en la casa de un amigo, Antonio Tort. Las milicias prosiguen sus pesquisas hasta dar con el prelado el 1 de diciembre. Monseñor Irurita será fusilado el 3 de diciembre junto a varios miembros de la familia Tort. Otro ejemplo de caza bien organizada: en Valencia, las milicias asaltan el convento de las religiosas de la Doctrina Cristina en Mislata; éstas, en total 17 monjas, habían huido al noviciado de la congregación, en Valencia capital. Los milicianos proseguirán la búsqueda hasta dar finalmente con ellas tras sucesivos registros. El 20 de noviembre son detenidas las 17 y fusiladas en el picadero de Paterna.

Las matanzas masivas de religiosos serán suceso habitual. Algunas destacan por su cuantía y su crueldad, como el citado asesinato de 51 claretianos en Barbastro (Huesca), en el mes de agosto. En Paterna, el 24 de noviembre, son detenidas y asesinadas 11 religiosas carmelitas. Al día siguiente, en Valencia, 12 monjas de la Casa de la Misericordia. No faltan casos de familias enteras, como las cuatro hermanas Masiá Ferragut. Las cuatro eran monjas: una agustina descalza y tres carmelitas descalzas. Todas se habían refugiado en casa de su madre, María Teresa Ferragut, de ochenta y tres años. Madre e hijas fueron detenidas y encerradas en la prisión que los milicianos habían habilitado en el monasterio de Fons Salutis (Algemesí), de obediencia comunista. Las cinco fueron asesinadas el 25 de octubre de 1936 en Alcira (Valencia). El 11 de marzo de 2001 serán beatificadas junto a más de 200 católicos españoles asesinados por el Frente Popular. El 23 de septiembre de 1936, en Paterna, es asesinada por su fe católica Sofía Ximénez Ximénez junto a su hijo Luis, su hijastra María Josefa y, con ellas, una hermana de Sofía que era carmelita descalza. También en Paterna, el 1 de octubre, dentro de una matanza masiva, los milicianos asesinan a cinco hermanos: Manuel, Rosa, Josefa, Trinidad y María Cuevas Ribes. El 29 de noviembre, acusados de haber refugiado al religioso Alfredo Simón Colomina, son asesinados en Valencia cuatro hermanos, los Feliú Ferrando, junto a sus esposas e hijos, y otras tres personas que trabajaban con ellos. El 31 de enero de 1937, en Picasent, son asesinados los cinco hermanos Montesinos Orduña (Severino, Isabel, Antonio, Rafael y Luisa), junto a su madre, Concepción, todos ellos por su fe católica. Luisa Montesinos será posteriormente beatificada”.


[1] La práctica de emascular a los religiosos no se limita a ciertos casos significativos. En realidad fue muy común cuando a la ejecución precedió tortura y encierro en alguna cárcel miliciana. Los exámenes forenses son especialmente elocuentes. También ilustran sobre otro tipo de mutilaciones que, por lo generalizado, bien pueden considerarse rituales en el Terror rojo, como la amputación de las orejas o la enucleación de los ojos. Casi todos esos informes se han hecho públicos con ocasión de la beatificación de las víctimas. Los textos judiciales son algo más opacos, pero el lenguaje eufemístico que emplean guarda pocos secretos: el término “horribles” o “bárbaras mutilaciones”, por ejemplo, siempre significa emasculación si la víctima es varón y amputación de pechos si se trata de una mujer. Las referencias periciales a este respecto se cuentan por miles.

[2] G. Campo Villegas: Esta es nuestra sangre, Publicaciones Claretianas, Madrid, 1995. Hay un completo relato del mismo autor en Internet: Sangre Inocente. Los mártires misioneros de Barbastro (www.barranque.com/guerracivil/sangreinocente.htm).

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