El Frente Popular le expulsó por decir la verdad

Un corresponsal americano en el Madrid Rojo: Memorias

Hace 70 años, el gobierno de la República expulsó de España a Edward Knoblaugh. Su nombre ha sido olvidado, pero durante la Guerra Civil fue el corresponsal en Madrid de Associated Press, la mayor agencia de noticias del mundo. Sus crónicas no gustaban porque decían la verdad. Por eso el comunismo internacional lo declaró persona non grata. Ahora Áltera ha recuperado el libro donde Knoblaugh relata sus vivencias en aquella España bajo las bombas. Su título, Última hora: guerra en España.

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CARLOS SALAS 

En mayo de 1936, Edward Knoblaugh, el corresponsal en España de la agencia de noticias más poderosa del mundo, llamada Associated Press, se acercó a José María Gil Robles, dirigente del partido Acción Popular, y le preguntó si la guerra iba a estallar pronto. Knoblaugh quería irse de vacaciones a Estados Unidos en agosto, después de cuatro años de duro trabajo en Madrid. Gil Robles respondió que era mejor que adelantara sus vacaciones a julio, y que estuviera en España para mediados de agosto, fecha previsible del levantamiento. ¡Menuda exclusiva! Eso significaba que la guerra iba a estallar a mediados de agosto. Pero Knoblaugh no publicó el mayor scoop de su vida porque Gil Robles le hizo prometer que era una información confidencial.

Pero la guerra se adelantó. El 17 de julio de 1936, se hallaba Knoblaugh en un barco a punto de atracar en Nueva York cuando supo que Calvo Sotelo, dirigente monárquico, había sido asesinado, cumpliéndose las amenazas de Dolores Ibárruri, La Pasionaria. Y es que días antes, Calvo Sotelo había denunciado en el Congreso los desórdenes causados por comunistas y anarquistas, y la dirigente comunista había sentenciado: “¡Este es su último discurso!”. 

Knoblaugh regresó a Madrid y empezó a enviar sus despachos a la Associated Press, que eran distribuidos por periódicos de Estados Unidos y de muchos otros países. Las crónicas de Knoblaugh no gustaban al Gobierno republicano. Sometido a la censura, le cortaban párrafos enteros y hasta había recibido varios avisos. Alguien en Gobernación (Ministerio del Interior) le había insinuado que si seguía enviando esas crónicas podía sufrir un “accidente”. Poco antes de ese aviso, una bala había penetrado en su habitación. También había sido asesinada una persona a las puertas de su casa, de modo que Knoblaugh pensó que su vida corría peligro. Un año después, salió de España y volvió a Estados Unidos. En los meses siguientes Knoblaugh escribió un libro para plasmar sus frescos recuerdos de España en guerra. El libro fue publicado en otoño de 1937, pero la versión española no vio la luz hasta treinta años después, y se ha convertido en un objeto de coleccionista. Ahora la editorial Áltera lo ha reeditado con el título de ¡Última hora: guerra en España!.

Un testimonio imparcial 

Y ahora, la gran pregunta: ¿era Knoblaugh partidario de la República o de Franco? Quien lea el libro encontrará la respuesta: Knoblaugh era partidario de la verdad que veían sus ojos y que podía comprobar, tocar y escuchar. “Soy imparcial”, escribió, “y no tengo ningún interés personal en la guerra ni en sus consecuencias”.

Sus descripciones parecen salir del ojo de una cámara de cine, de un documental que recorre paisajes, calles, tabernas y ejecuciones. Una vez fue con otro periodista al depósito, a ver los cadáveres de los ejecutados, y una miliciana desdentada les respondió. “Hoy ha habido poca faena muchachos: sólo ocho”.  

Pocas veces se va a encontrar un relato periodístico tan imparcial y a la vez expresado con tanta belleza. Algunos episodios son terribles, como cuando Knoblaugh describe una cena en casa de un célebre médico, cuyos invitados eran milicianos republicanos que amenazaban con asesinar a curas y monjas. Los doncellas temblaban. Eran monjas disfrazadas de camareras.

La vida en aquellas ciudades (Madrid, Barcelona y Valencia, visitadas por Knoblaugh), asediadas por los ejércitos de Franco y dominadas por milicianos, había atraído a numerosos corresponsales, que todos los días tenían que sufrir la censura republicana. Pero una cosa era la censura, propia de una guerra, y otra la tergiversación. “Ni una sola vez, durante aquellos meses, los observadores militares neutrales y los periodistas pudieron sorprender a la emisora oficial franquista tergiversando deliberadamente los hechos tal y como nosotros los conocíamos”, escribe Knoblaugh. En cambio, los comisarios de la censura del Frente Popular le obligaban a describir desplazamientos de tropas y victorias republicanas que sólo existían en su imaginación. Un corresponsal se puso a sumar las falsas victorias republicanas y concluyó que habían conquistado ya un territorio que era más grande que España. Knoblaugh también relata la falsa leyenda de las ejecuciones en la plaza de toros de Badajoz inventadas por un corresponsal francés, y desmentida por periódicos británicos. O el caso del piloto republicano capturado por los “fascistas”, torturado, metido en un ataúd y lanzado desde un avión sobre Madrid. Los corresponsales extranjeros fueron invitados a comprobar el macabro hallazgo pero uno de ellos siguió la pista del ataúd, y resultó ser un obrero que había muerto en un bombardeo y que el Gobierno republicano quería hacer pasar como piloto torturado. 

Knoblaugh describe el funcionamiento de las chekas, los tribunales populares, el saqueo de edificios, la especulación, el asedio del Alcázar de Toledo y las desapariciones. Cuenta también el comportamiento de las tropas en los frentes, las deserciones, y el desastroso resultado de la brigada de prostitutas que acabó contagiando enfermedades venéreas a todo un regimiento, la famosa “brigada del permanganato”.

Muchos historiadores conocen estas crónicas escritas con pasión periodística, pero distanciadas de cualquier prejuicio, como corresponde a los enviados especiales de una agencia de noticias. Y tienen un valor histórico porque Knoblaugh fue testigo de esa guerra, y tenía contactos con los miembros del Gobierno, con embajadores y militares. El libro se lee como una novela de acción, casi como el guión de una película, y si se deja sobre la mesilla de noche, es para volver al día siguiente a abrirlo de nuevo. Y para asombrarse.

Para saber más. Lea el primer capítulo

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