El modelo iraní, México y los marsupiales

Para entender lo que está pasando en Irán

¿Desconcertado por el sistema político iraní? ¿Buscando pistas en el mensaje de las últimas “elecciones generales” de la República Islámica? He aquí dos pistas: México y los marsupiales. México proporciona la clave para entender el sistema político que ha cobrado forma en Irán durante las 3 últimas décadas. Respecto a los marsupiales… lea y lo sabrá.

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AMIR TAHERI/FUNDACIONBURKE.ORG
 
México, en la forma previa a su total conversión en el sistema democrático pluralista hace sólo dos décadas, es el modelo que la elite jomeinista en el poder parece haber adoptado, inconscientemente quizá. El modelo tiene varias características importantes.
 
En primer lugar, promueve el mito de la legitimidad revolucionaria. Afirma ser el heredero de un movimiento popular contra el dominio extranjero, americano en especial, y un régimen nacional despótico. Después, insiste en que solamente aquellos con credenciales revolucionarias tienen derecho a reclamar una parte del poder político. En tercer lugar, se percibe a sí mismo como una coalición entre los pobres y la clase media-baja, respaldada por el ejército y bendecida por el clero.
 
El modelo mexicano dio lugar al famoso Partido Revolucionario Institucional (PRI) que gobernó el país durante décadas. El PRI creó su propio partido de la oposición. Y es aquí donde la palabra “marsupial” es útil. El partido oficial de la oposición recordaba al bebé marsupial, seguro en bolsa sujeto al vientre del PRI, la madre marsupial. Los leninistas habían inventado el concepto de estado de partido único. El PRI mexicano inventó el concepto de estado de partido y medio, un sistema en el cual un partido gobierna siempre mientras el otro, mucho más reducido, actúa siempre como oposición leal.
 
Islamismo con tamales
 
Con la forma final del próximo Majlis Consultivo Islámico (parlamento) clara ya, el parecido entre los sistemas iraní y mexicano antiguo es llamativo. Al igual que México bajo el PRI, la República Islámica divide a la sociedad entre revolucionarios y no revolucionarios, y niega a los segundos el derecho a gobernar disfrutando incluso del apoyo de la mayoría del pueblo.
 
El nuevo Majlis consta exclusivamente de aquellos que tienen una dosis de revolución en su currículum. Como dijo en tiempos Jomeini, no es suficiente con ser musulmán, ni siquiera un buen musulmán, y un buen sirviente de la sociedad para solicitar un papel en el gobierno de la nación. Cualquiera que busque un escaño en el Majlis debe también ser “absolutamente leal a nuestro sistema“.
 
En esta ocasión, sin embargo, casi todos aquellos con credenciales revolucionarias de primera hora han sido expulsados. La dirección ha decidido ascender a una generación de revolucionarios más joven, de 40 y tantos en su mayor parte, y por tanto incapaces de eclipsar al “Guía Supremo” Ali Jamenei, hoy virtualmente solo como uno de los “padres de la revolución” aún en la cima del poder.
 
El segundo mensaje de las recientes elecciones es que la elite en el poder se ha resistido a las tentaciones de desplazarse hacia un sistema monopartidista de corte leninista. El sistema de partido y medio copiado al antiguo México ha sido conservado, con una reducción no obstante de la cifra de escaños asignados a los llamados independientes y grupos leales de la oposición. Estos grupos acaban con alrededor de 60 escaños, en el mejor de los casos, de los 290, muy poco para tener algún impacto real sobre la legislación pero lo bastante elevado para respaldar la afirmación de que la República Islámica tolera cierta oposición dentro de su parlamento.
 
Las familias de la mayoría
 
El sistema jomeinista guarda otro rasgo más en común con el antiguo montaje mexicano: el partido con la mayoría en el parlamento se divide en varias formaciones. En el caso del Majlis islámico, la nueva mayoría refleja el equilibrio de poderes dentro del poder, con el Cuerpo de la Guardia Islámica Revolucionaria llevándose la parte del pastel más grande.
 
Es probable que cuatro formaciones emerjan dentro de la mayoría. Una facción, cercana al antiguo mando de la Guardia Mohen Rezai, puede ocupar el centro mientras que otra, encabezada por Ali Larijani, también antigua figura de la Guardia y candidato presidencial, ofrece un discurso más radical. Una tercera facción se constituirá en torno al General Mohamed-Baqer Qalibaf, también de la Guardia Islámica y hoy alcalde de Teherán. La cuarta facción, probablemente la mayor, verá como su abanderado al presidente Mahmoud Ahmadinejad, la figura más radical actualmente dentro de la directiva.
 
Las divisiones entre las distintas facciones atenúan los posibles efectos del dominio de la Guardia del Majlis. Cada facción tendrá su línea directa con el “Guía Supremo”, que continuará ostentando un inmenso poder como árbitro definitivo de las decisiones al más alto nivel. El hecho de que los mulás ya no representen el mayor bloque del Majlis no supone ninguna pérdida de poder significativa para el “Guía Supremo”, a corto plazo al menos.
 
Las diversas facciones podrían servir de peones diferentes en las manos del “Guía Supremo”; podría maniobrar con cada uno de ellos según se presente la necesidad. Si juzga necesario realizar un juego pragmático, podría respaldar a Qalibaf. Si contempla que puede respaldar el radicalismo a un precio pequeño, podría quedarse con Ahmadinejad.
 
El ascenso de la Guardia refleja los crecientes miedos del régimen por su seguridad al tiempo que se enfrenta a ciertas revueltas armadas nacionales, mientras la amenaza de la guerra contra Estados Unidos sigue vigente, al menos mientras el Presidente George W Bush siga ocupando la Casa Blanca.
 
¿Y qué puede hacer el marsupial?
 
Con el nuevo arreglo, los llamados “reformistas“, en los que tanto el Departamento de Estado como varios países europeos habían puesto sus esperanzas de cambio pacífico en Irán, se enfrentan a un dilema. ¿Deben aceptar su frustrada postura y seguir jugando con un marcador liderado por sus rivales? ¿O deben romper con un sistema que, al margen de sus orígenes, parece haber conducido a Irán a un callejón sin salida históricamente peligroso?
 
La opción en el caso de los “reformistas” no es fácil, especialmente porque no hay garantías de que si rompen con el sistema, del que han formado parte durante décadas, vayan a tener un sitio en cualquier sistema futuro que emerja en Teherán.
 
La tentación de poner cara de póker y seguir adelante es enorme. Después de todo, el ejemplo mexicano demostró que un sistema de partido y medio no puede durar mucho más que los modelos monopartidistas. El bebé marsupial no salió de la bolsa de su madre, sino que permaneció dentro y se hizo lo bastante grande para hacer valer su independencia. Bajo el PRI, México logró el grado de madurez necesario para deshacerse del PRI, y desarrollar un sistema democrático genuino. La oposición dentro del sistema sufrió, pero no retiró su consentimiento hasta el momento adecuado.
 
Ese razonamiento, sin embargo, está aquejado de un fallo fundamental: Irán no es hoy lo que era México en los años 50, mientras que el mundo también ha cambiado de manera drástica. Y ese es siempre el problema de las analogías históricas.
 
© 2008, Benador Associates

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