Un debate sobre lo esencial, 1

La raíz filosófico-religiosa de la división española

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FRANCISCO JOSÉ SOLER GIL
 
Bajo el título de ¿Dios o la materia? la editorial Áltera acaba de publicar el debate que Martín López Corredoira y el autor de estas líneas hemos sostenido, a lo largo de varios meses, en torno a la cuestión de la existencia de Dios en el marco que nos proporciona la actual imagen científica del mundo. Algunas personas desprecian este tipo de discusiones como una actividad académica alejada de los temas «realmente reales», como un entretenimiento sin contacto con las luchas y las preocupaciones de la vida. ¿De verdad es así?
 
Lo cierto es que, el que adopta semejante actitud, está perdiendo desde el principio la posibilidad de comprender el mundo en el que vive, la situación social y política concreta de esta España de comienzos del siglo XXI. Una España que ―dejando al margen los conflictos nacionalistas― se encuentra dolorosamente dividida desde hace ya más de doscientos años.
 
Y es que la principal raíz de esta división, por mucho que a veces pueda ocultarse bajo tales o cuales conflictos del «orden del día», es de carácter filosófico-religioso. Ciertamente, no todos los votantes del PP son creyentes, pero la principal cantera de la derecha española, de ayer y de hoy, son los cristianos. Ciertamente, no todos los votantes del PSOE son ateos, pero el ateísmo materialista ha sido, y sigue siendo, la visión del mundo dominante entre los ideólogos de la izquierda española.
 
Y de ahí la agresiva política de «secularización» del gobierno actual. Y de ahí la crispación en torno a la idea de familia, o los contenidos de la educación, o el papel de los obispos en la vida pública. Y de ahí la persistencia de unos bloques entre los que no parece haber ninguna posibilidad de comunicación, y entre los que saltan una y otra vez chispas de odio: Es el choque entre dos imágenes del mundo. Es el choque entre los que ―de modo más o menos reflexivo― confían en que el corazón de la realidad está constituido por una Inteligencia creadora, que da sentido a nuestra vida y garantiza el valor de cada persona, y los que creen que la última instancia de la realidad es la materia, y el sentido de la vida, o no existe, o tenemos que crearlo nosotros mismos.
 
Por eso, la superación del clima de enfrentamiento entre las dos Españas no será posible en tanto que no logremos dialogar serenamente acerca de las razones que apoyan una y otra visión del mundo. Sin este diálogo, es decir, sin un esfuerzo por exponer las propias razones, y por escuchar las de la otra parte, es inevitable que el adversario aparezca como una persona despreciable, instalada en una mentira, y que, en consecuencia, debe ser «neutralizada», en beneficio de la sociedad.
 
La huella de Ratisbona
 
Por supuesto, el diálogo filosófico verdadero no debe confundirse con una negociación política. En una negociación, lo correcto es que cada una de las partes ceda en un punto u otro, hasta llegar a un acuerdo llevadero para todos. Pero aquí no se trata de eso. La cuestión de si la clave de la realidad es Dios o la materia no se resuelve construyendo una amalgama de tesis incompatibles. Pero el diálogo en estas cuestiones permite al menos sopesar la fuerza de los distintos argumentos, y permite también valorar el esfuerzo del adversario por acercarse a la verdad.
 
No es poco lo que nos jugamos al discutir sobre Dios o la materia. En su famoso viaje a Ratisbona, el papa Benedicto XVI presentó la cuestión del siguiente modo:
 
«Nosotros creemos en Dios. Ésta es una opción fundamental. ¿Pero es hoy aún posible? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se ha dedicado a buscar una explicación al mundo en la que Dios sería innecesario. Y si eso fuera así, Dios sería innecesario en nuestras vidas. Pero, cada vez que parecía que este intento había logrado éxito, inevitablemente surgía lo evidente: las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran, y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin Él, no cuadran. A final de cuentas se presentan dos alternativas: ¿Qué existió primero? La Razón creadora, el Espíritu que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado matemáticamente, al igual que el hombre y su razón. Esta última, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y por lo tanto, en definitivamente, también irrazonable. Como cristianos decimos: “Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra”, creo en el Espíritu Creador. Nosotros creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad. Con esta fe no tenemos necesidad de escondernos, no tenemos que tener miedo de encontrarnos con ella en un callejón sin salida. ¡Estamos contentos de poder conocer a Dios!»
 
He aquí la perspectiva cristiana. Y he aquí también una invitación al diálogo, al intercambio de argumentos con el pensador materialista. Se puede recoger el guante, e iniciar una investigación sobre la solidez de las dos imágenes del mundo en disputa. O se puede rechazar el tema, como un «divertimento» académico. Las dos opciones son legítimas. Pero las enfermedades no se curan con negarlas. Y por eso, sólo la primera opción podrá contribuir a crear un futuro más allá de las dos Españas.
 
 

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