Mi patria también es mi lengua

Hacer buen uso de la lengua en España: una verdadera lucha por el propio ser, por su historia, su patria y su cultura.

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«Si se empobrece la lengua
se empobrece el pensamiento.»

—LÁZARO CARRETER

 

Cuando comencé estas líneas se me antojaba la idea de divagar sobre el concepto de patria y espíritu en Ramiro de Maeztu. Deleitada ante la idea de escribir sobre el ensayista y filólogo Menéndez Pelayo, Acción Española y otros hitos nacionales como la batalla de las Navas de Tolosa, me propuse analizar los sesudos conceptos de patria, nación y sus connotaciones en España. De repente, cuál relámpago y sin explicación alguna me sobrevinieron también las palabras de Pessoa afirmando «Mi patria es mi lengua portuguesa» y aquel proyecto quedó truncado. Mis disculpas. Otra día quizás me atreva.

Utilizando la épica como instrumento de reivindicación en 2020, he decidido finalmente  dedicar estas líneas a proclamar la proeza de haber nacido en los 90 y hacer buen uso de la lengua en España. Aquesta hazaña se ha convertido en una gesta perfectamente comparable a la de 1212: una verdadera lucha por el propio ser, su historia, su patria y su cultura.

Y es que, haciendo de nuestro castellano una lengua despojada de belleza y rigor, tenemos a los académicos de la RAE perforando nuestros vocablos y convirtiéndolos en expresiones estériles para turistas anglosajones de los que van a Magaluf a beber güisqui, así como para analfabetos nativos que pronuncian crocodilo y asín. Por otra parte, toda una guerra abierta contra el léxico y la retórica en nombre de un lenguaje inclusivo que les denomina a ustedes lectorxs y no lectores para hacer de esta una sociedad de necios y necias en igualdad. Del mismo modo, contamos con una ministra de Hacienda que muy dignamente representa a Doña Rosa en La Colmena mientras sus compañeros maquillan con todo tipo de recursos literarios su nefasta gestión del Covid-19: aquel oxímoron de Quevedo —«es hielo abrasador, es fuego helado…»— ha metamorfoseado en la «nueva normalidad» de Pedro Sánchez. Por último —y para no entretenerme en los juegos de palabras y otras formas de manipulación de la gran mayoría de medios de comunicación generalistas— nos enfrentamos a

Ese torbellino histórico-lingüístico llamado posverdad que revisa cada idea histórica, la contamina, la somete al juicio moral

ese torbellino histórico-lingüístico llamado posverdad que revisa cada idea histórica, la contamina, la somete al juicio moral y la dota finalmente de nueva significación.

En efecto, contemporánea de aquellos y víctima de la LOGSE, LOMCE y demás pifias del sistema bipartidista, a una no le salva de la disfunción léxica y la alteración conceptual ni la mismísima Enciclopedia de Diderot y d’Alembert. Ni la razón de Spinoza ni el empirismo de Berkeley pronostican nuestra realidad actual: La verdad ha muerto. Las acepciones históricas han mutado, las ideas se han deformado y no hay forma de contrastar los discursos. La epistemología ha recogido sus pertenencias y le ha cedido el despacho a un relativismo que lo justifica todo. La validez de los juicios se fundamenta hoy en la cultura del retweet, el poder de las mayorías, los votos cuantificables y los colectivos aglutinadores. Y por si fuese poco, la oratoria de Demóstenes y el discurso ciceroniano han sido aniquilados por un conjunto de diputados sofistas con discursos demagógicos y paupérrimos.

Así, términos como: fascismo, feminismo, colonialismo, liberalismo, comunismo y demás han perdido su significado original e histórico y se convierten en la bandera de discursos falaces y prestados a los intereses de unos cuantos. Es por esto mismo  por lo que nuestro parlamento es testigo de proclamas tan engañosas y distorsionadas como la que Pablo Iglesias pronunció con absoluta ligereza días atrás: «No habría democracia en Francia e Italia sin la acción de los comunistas que son reconocidos como héroes de la patria».

La validez de los juicios se fundamenta hoy en la cultura del retweet, el poder de las mayorías, los votos cuantificables...

Dejando atrás la política y retomando el asunto de la lengua, parafrasearé a Jiménez Lozano: «¿Cuál será, entonces, el destino del español en estas circunstancias? ¿Se consolidará como lenguaje verdadero, para expresar el interior del ánima y el poder del pensamiento, o se conformará con ser puro lenguaje comunicativo cada vez más mediado por aquella lengua prácticamente universal el “inglés americano”, como ninguna koiné lo fue jamás?»

Cuando aún no existía la moda de ir de shopping ni de hacer running decía el inglés Maugham que el español es la mejor creación literaria de los españoles. Quizás aquello sea cierto y la historia que ha recorrido nuestra lengua sea literariamente más extraordinaria que las propias obras que la conforman. Es por ello inadmisible a la par que vergonzoso que usemos nuestra lengua como instrumento y arma arrojadiza, que prostituyamos el español a ser una consigna dogmática y el escenario de batallas ideológicas. Por favor, no demos tan manifiestamente la razón a aquellas palabras de Cabrera Infante afirmando que el español es demasiado importante para dejarlo en manos de los españoles.

La lengua no entiende de PIB, Eurobonos, legislaturas, líderes ni siglas políticas, es patrimonio intangible, imparcial, identitario, colectivo y atemporal. Cuidar nuestro castellano es leerlo, difundirlo, dotarlo de diálogo, mimarlo con la pluma, elevarlo en el discurso y no permitir que nadie lo expulse ilegítimamente ni construya barreras lingüísticas en ningún territorio del que históricamente ha formado parte y esencia.

La lengua es patrimonio intangible, imparcial, identitario, colectivo y atemporal

Escribía Azorín aquello de: «El idioma —el castellano, el español— llega a ser para nosotros como un licor que paladeamos, y del cual no podemos ya prescindir». Así, para concluir reivindico, pues, esta y aquella cita de Pessoa con la que comenzaba este artículo. La lengua configura la cosmovisión, expresión y comprensión individual del mundo, es el hogar eterno, esencia de nuestra fenomenología y primer y último refugio de nuestros valores. Mantenemos con ella un vínculo tan estrecho, emocional, afectivo y espiritual como el creado con la patria. Nos habitamos y existimos en el castellano y conocemos a los demás en el de Calderón, Machado, Laforet, Moratín, Cernuda, Valle-Inclán, Unamuno, Pardo-Bazán, Lope de Vega, Espronceda y muchos más.

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