Más sobre la polémica del "motu proprio"

Una misa con sabor a Tradición

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Diego Baño
El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote" (San Francisco de Asís).
 
Ciudades como Madrid, Barcelona, Toledo, Sevilla, Palma de Mallorca o Pamplona cuentan a día de hoy, apenas 3 meses después de la entrada en vigor de Summorum Pontificum, con varios lugares de culto donde se ofrece a los católicos la posibilidad de asistir a un rito que forma parte de la liturgia romana desde hace más de 500 años. Un rito que a pesar de lo que muchos de sus desconocedores o detractores puedan pensar atrae a muchísimos jóvenes deseosos de asistir a la misma misa en la que participaban sus abuelos y demás antepasados, y que quedan atrapados por la profundidad que el rito tridentino transmite.
 
Porque si hay algo que caracteriza al rito tridentino es sobre todo un mayor sentido de lo sagrado que se manifiesta a través de un mayor recogimiento en ciertos momentos de la celebración, junto a una solemnidad más acentuada en otros. Desde luego uno percibe de forma bastante clara la presencia de Cristo en el momento de la consagración, así como una mayor adoración y respeto a dicho sacramento en el momento de la comunión, pues la misma solamente es administrada por las manos consagradas de los sacerdotes, y los fieles la reciben de rodillas y directamente en la boca sin llegar a tocarla con las manos. Hechos que además de constituir muestras de adoración y respeto hacia el sacramento evitan por otro lado los abusos que a menudo se cometen con la sagrada forma.
 
Por otro lado está el asunto del latín, que muchos esgrimen como obstáculo insalvable para la participación de los fieles; nada más lejos de la realidad, ya que el latín, además de tener la ventaja de que permite a todos los católicos rezar y cantar juntos en la misma lengua, no debería suponer inconveniente tan grave en una sociedad supuestamente más culta y tan acostumbrada a convivir con tantas lenguas. Y ello sin olvidar que el uso de las lenguas vernáculas a menudo ha vulgarizado la Misa misma, y la traducción del latín original ha provocado errores y malentendidos doctrinales graves. Aunque cabe recordar también que en el rito tridentino se usan las lenguas vernáculas tanto para las lecturas como para los sermones y prédicas de los sacerdotes.
 
Pero además de todo lo anterior hay algo que hace al rito tridentino más atractivo aún si cabe, y es el hecho de que permite al católico de 2008 sentirse muy unido a los primeros cristianos, a la Iglesia más primitiva, la de los apóstoles y primeros mártires. Y ello es así por motivos tales como la tan criticada posición del sacerdote en la misa de cara al altar y dando la espalda al pueblo, que de acuerdo con los bien fundados estudios de Monseñor Klaus Gamber respecto de la posición del altar en las antiguas basílicas de Roma y otros lugares, el criterio para esta posición del sacerdote no era que debían mirar a la asamblea que rinde culto sino, más bien, mirar hacia el Este, que era el símbolo de Cristo como sol naciente a quien se debía rendir culto.
 
Otro tanto podemos decir respecto al canon de la misa, parte central de la misma, que reconstruye la tradición de los apóstoles y se sabe que estaba substancialmente completo en la época de Gregorio el Grande, en el año 600. Algo que queda asimismo reflejado en los ornamentos y vestimentas, signos que en muchos casos tienen su origen en prescripciones apostólicas y en la misma tradición de la iglesia. O el canto gregoriano y la polifonía como elementos musicales de la celebración, que tienen una gran solera y otorgan a la misa una mayor solemnidad y espiritualidad. En fin, como pueden ustedes ver no se trata sólo del latín ni de manías de supuestos “integristas reaccionarios ultracatólicos”. Prueben de asistir a una misa tridentina y ya verán cómo no quedan defraudados.

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