La ley no es el instrumento adecuado para tratar la Historia

Los Angeles Times, contra la ley de memoria histórica

Lo decían al otro lado del Charco, en Los Angeles Times. Como en el caso de aquel américano en el Valle de Los Caídos, parece que para mirar las cosas con sentido común, cuando se trata de la guerra civil española, su preámbulo y la dictadura que siguió a continuación, hace falta ser de fuera. Ian Buruma, el cosmopolita autor del artículo en cuestión de Los Angeles Times, reconoce que hay ciertos demonios del pasado español reciente que es necesario exorcizar. No obstante, Buruma no cree que una ley, que además peca de unívoca y sectaria, sea el mejor modo de hacerlo.

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Curzio Malatesta
 
Ian Buruma se educó en Holanda y Japón. Estudió sobre la literatura china y el cine japonés. En Japón participó en numerosas obras teatrales, cinematográficas y de otra índole artística. En los 80 comenzó en el periodismo, escribiendo durante sus viajes por Asia. Ahora escribe sobre asuntos de política y cultura para The New York Times, The New Yorker, Il corriere della sera, The Financial Times, y el británico The Guardian. Es además profesor de la asignatura de Democracia, Derechos Humanos y Periodismo en el ColegioBard de Nueva York.
 
Con semejante curriculum nadie podría acusar a Buruma de ser un peligroso reaccionario, desde luego. Puede que en España también existan intelectuales de izquierda que, manteniendo la idea de que exista aún una necesidad de reconciliación entre aquellas dos Españas, crean que el revanchismo y la visión unívoca de aquellos hechos no sea la mejor manera de emprender el camino hacia esa unidad que algunos juzgan inexistente. No obstante, las voces de la izquierda española parecen cerrar filas con Zapatero, en un estilo muy suyo que parece resistirse al paso de la Historia.
 
Recordaba Buruma que en Octubre pasado el parlamento español aprobaba la llamada Ley para la Memoria Histórica. Para que no quepa duda del posicionamiento de Buruma, calificaba al régimen franquista como Régimen Falangista con la alegre audacia que caracteriza a la ignorancia y a los que viven cómodamente rodeados de tópicos muy útiles y manejables.
 
Y decía nuestro amigo Buruma, con buena capacidad de síntesis, que dicho Régimen sería vilipendiado y acusado en su totalidad y sus víctimas rehabilitadas. Añade que hay razones de peso para llevar a cabo dicha ley. Dice, que mucha gente que fue asesinada por “los fascistas” durante la guerra civil permanecía en el olvido en fosas comunes. Otra razón era luchar contra la nostalgia de cierta minoría que aún se reúne en los lugares de culto histórico proclamando, según él, la victoria de aquella trágica guerra, y “denunciando a los socialistas y a los extranjeros, especialmente a los musulmanes”.
 
Todas esas son razones magníficas desde el punto de vista de Buruma, para que Zapatero busque la ley para exorcizar esos demonios que pululan por la ibérica tierra y así lograr la salud democrática. No es un servidor quién habla de demonios y de exorcismo sino nuestro amigo, el ciudadano del mundo y ensayista prolífico de la prensa norteamericana y mundial, Ian Buruma.
 
Pulsión dictatorial
 
Pero, y aquí llega la parte encomiable del cansino Buruma, añade que la ley es un bruto instrumento para manejar la historia. Y prohibir las celebraciones nostálgicas reaccionarias puede ser ir demasiado lejos. El deseo de controlar el pasado y el presente es un rasgo inequívoco de las dictaduras. Esto se puede llevar a cabo a través de la propaganda, distorsionando la verdad u ocultando los hechos.
 
Buruma, que sabe bastante del tema, pone como ejemplo que quien mencione los sucesos de La Plaza de Tiananmen en China se encontraría rápidamente con la reacción de las fuerzas de represión del estado comunista chino. De hecho, añade al ejemplo chino, mucho de lo ocurrido bajo la presidencia de Mao Tse-tung sigue siendo un tema tabú.

España, dice el periodista, sea como sea, es un democracia. Algunas veces las heridas del pasado son tan frescas que incluso gobiernos democráticos imponen deliberadamente el silencio para favorecer la unidad en lugar de la división. Son palabras de Buruma compartidas hasta hace muy poco por los dos partidos mayoritarios en España.

Para ilustrar esto último pone como ejemplo al General De Gaulle en Francia, después de la II Guerra Mundial, que ignoró (el sí, las instituciones de cierta izquierda y sus medios no) la historia de Vichy y la colaboración pretendiendo que todos los franceses habían sido buenos republicanos y patriotas resistentes (cuando la realidad era otra muy distinta). Mientras que los trabajos históricos documentales más acordes con la realidad como Le Chagrin et la pitié , de Marcel Ophuls, señala Buruma, eran, cuando menos, no bienvenidos.

Cuando la revisión de aquellas páginas de la historia francesa se abrió en los 80, comenzaron las cacerías de ancianos pro-nazis, las entonaciones públicas de penitencia…y algo más: el recrudecimiento de las facciones, las indagaciones de cementerios, sótanos y áticos de los asuntos olvidados por el bienestar del presente. De pronto, los nietos de los franceses que habían formado juntos en Indochina y Argelia se dividían entre buenos y malos.
 
España parece estar pasando por un proceso similar, según Buruma. De repente, la guerra civil española está por todas partes: los libros, la televisión, las películas, seminarios académicos y, ahora, en la legislación.

Abrir el pasado para el juicio público es parte de mantener una sociedad abierta. Pero cuando es un gobierno el que lo hace, la historia puede fácilmente convertirse en un arma para ser utilizada contra los adversarios políticos. Esta es una buena razón, añade Buruma, para dejar los necesarios debates históricos a los historiadores.

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