Vagabundo, pirata, cazador… genial

Jack London: el lobo solitario de la literatura norteamericana

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Curzio Malatesta
 
Socialista, cuando Marx aún no se había convertido en la excusa de la matanza y la dictadura de la burocracia. Anarquista, con una cierta idea romántica de aquellos terroristas solitarios y agitadores de cafés burgueses de finales del siglo XIX y principios del XX. Nietzscheano, que veía la dramática lucha de la voluntad de poder de la que surgía todo en el mundo. Hombre libre, anglosajón con su escudo ético de gentleman y su cabeza asentada fríamente en los fiordos de sus antepasados vikingos. Darwin y el Doctor Samuel Johnson en su lenguaje. Los zapatos rotos de vagabundo americano. Todos estos adjetivos, juntos y en contradicción, inevitables por las circunstancias personales y de la época, adornaban el sustantivo, la esencia auténtica: el escritor soñador inspirado por las aventuras y la necesidad.
 
Nació el 12 de Enero de 1876 en San Francisco, California, probablemente bajo el nombre de John Griffith Chaney. El que se sospecha fue su padre, un astrólogo llamado William Henry Chaney, desertó de su madre y siempre negó la paternidad del pequeño Jack. Fue educado por su madre, Flora Wellman, profesora de música y espiritista. A causa de una larga convalecencia de su madre, Jack fue criado por una ex esclava negra, Virginia Prentiss.
 
A finales de 1876, Flora se casó con John London, un inválido parcial, veterano de la Guerra Civil. La familia se mudó a un rancho en el área de la Bahía de San Francisco. De esa época, London, en sus notas auto biográficas, cuenta que se hallaba rodeado de gente iletrada, y que la única excepción en su familia era su abuelo, un inmigrante galés al que apodaban “padre John” “a causa de su extraordinario celo y entusiasmo por difundir los evangelios.” Dice London: “Tanta era la ignorancia de cuantos me rodeaban que llegó a impresionarme desde muy niño.”
 
London en la Alhambra
 
Él ya había leído a los nueve años los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving (una visión parcial de España, de un turista anglosajón que califica a España de africana) y le sorprendía “que todos los rancheros ignoraran por completo su existencia”. Incluso había construido con los ladrillos de una chimenea derruida, “una Alambra particular”, “…poblada de torres, patios, miradores y todo lujo de detalles; por lo menos inscripciones y letreros con yeso que señalaban la existencia y situación de tales maravillas.” El pequeño Jack pensó que tal vez se trataba de un problema rural, y que en la ciudad habría gente culta que conocería la obra de Irving y muchos libros más. Pero cuando le enseño su Alhambra a un elegante visitante de la ciudad y éste demostró ser tan ignorante como los rancheros, Jack pensó que sólo existían dos personas en el mundo que supieran dónde tenían la mano derecha: Washington Irving y él mismo.
 
A parte de esta estupenda anécdota, London nos contaba a sus treinta años que echaba de menos una infancia que nunca había podido disfrutar debido al trabajo. Cuando la familia se trasladó a Oakland, Jack completó a duras penas sus estudios alternados con el trabajo de vendedor de periódicos. “A los quince años me sentía tan hombre como el que más, y hasta me gastaba los pocos centavos que vinieran a mis manos, no en bombones y empalagosas golosinas, sino en amargos tragos de cerveza, porque parecíame muy apropiada aquella bebida para un hombre tan hombre como yo imaginaba serlo.”
 
En Oakland conoció el trabajo duro de mil maneras, pero también la biblioteca pública con cientos de obras que consumió ansiosamente. Pero la penuria del trabajo y el ansia de aventuras lo impulsaron a enrolarse en la bahía con unos piratas de ostras con los que cometió innumerables delitos. Más tarde embarcó en un pesquero. Incluso se vió de guardacostas vigilando que no aparecieran aquellos delincuentes entre los que antes se había contado él mismo. Embarcó luego en naves más grandes que lo llevaron hasta el Japón y el Estrecho de Bering.
 
La literatura
 
Volvió a California y anduvo de trabajo en trabajo, siempre soñando con viajes y expediciones. Durante la irregular asistencia a la escuela escribió composiciones que fueron encomiadas. Y en los ratos libres de la fábrica de yute donde trabajaba entonces, que no dedicaba a su “vagancia natural”, sacó tiempo, instado por su madre, para escribir un artículo para un concurso de La Voz de San Francisco, que ganaría, quedando delante de un estudiante de Stanford y otro de Berkeley. “Aquel triunfo alcanzado en tan seria y competida lid orientó mis pensamientos hacia la literatura”, reconoció más tarde London.
 
Sin embargo, todavía no viviría de sus artículos ni de sus libros. Vagabundeó por todo el país, a pie, desde California hasta Boston, regresando a la costa del Pacífico por la vía del Canadá. Fue encarcelado por vagabundo durante su viaje y cuando regresó a California anduvo de nuevo de trabajo en trabajo, escribiendo y estudiando cuando podía. Dejó su último empleo en una lavandería y se fue al territorio del Yukón en plena fiebre del oro, a malvivir a orillas del río Klondike entre indígenas, lobos, estafadores y asesinos.
 
Su padre adoptivo murió mientras estaba en el Yukón y tuvo que regresar para ocuparse de la familia. Su suerte comenzó a cambiar con la publicación de un libro en 1900 de historias cortas inspiradas en sus experiencias. Publicó veintitrés novelas, cuarenta y nueve historias cortas, cuatro ensayos, dos libros de memorias autobiográficas y una obra de teatro. Sus obras han inspirado películas, con más o menos fortuna.
 
Se casó dos veces. Del primer matrimonio, con Bess Maddern, tuvo dos hijas, Joan y Bess. Su segunda esposa, Charmian Kittredge fue la inspiración de muchos de los personajes femeninos en su obra. Murió por un fallo renal el 22 de Noviembre de 1916. En su epitafio se puede leer: The Stone the Builders Rejected (La piedra que los constructores rechazaron).

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