Democracia sanitaria

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Suelen las gentes confundir democracia con libertades políticas, colectivas e individuales. Menos nuestro vicepresidente del gobierno, que repite contumaz aquella vieja máxima leninista de que la democracia sin derechos sociales es algo vacío —ya saben: “¿Libertad para qué?”—, coinciden políticos y ciudadanos de brega en atribuir calidad democrática a la convivencia cuando pueden disfrutarse, bien garantizadas, libertades esenciales como la de expresión, deambulación, asociación, reunión… Justo las que se ven hoy comprometidas en virtud del Estado de Alarma decretado olímpicamente por nuestro gobierno; seis meses de carencia en los que reunirse libremente, pasear por el territorio nacional de noche o de día, expresar “ideas contrarias” a la gestión oficial del desastre o asociarse en organizaciones no afectas y con fines no unitarios va a resultar problemático y, por supuesto, va a estar muy mal visto. Lo dijo el pasado 29 de octubre, en el Congreso, el ministro de Sanidad —perdón por el oxímoron—: “Las ideas que contradicen la evidencia científica y la opinión de los expertos, matan”. Caray, si las ideas matan habrá que prohibirlas como mínimo. Y a ser posible, perseguirlas.

Mas no nos pongamos dramáticos. Este recorte de libertades por plazo máximo de seis meses —eso prometen al menos, que no va a durar el decretazo más tiempo del señalado—, no afectan en lo esencial a la pureza del sistema democrático porque, en estricto concepto, la democracia no es un sistema de gobierno que se caracterice por acumular libertades, cuantas más mejor, sino porque en una democracia manda el pueblo, como el mismo término implica. Mientras sea la ciudadanía, naturalmente representada por los diputados en el Congreso y el Senado, quien ejerza su incontestable soberanía, todo en orden.

Quizás tenga el lector la impresión de que, en España, el pueblo manda lo mismo que yo en mi casa. Pudiera ser. A veces se da el caso de que en una democracia, incluso en alguna república conocida, el pueblo soberano lo sea sólo de nombre. Imaginen por ejemplo un país en el que ese mismo pueblo, señor y rector supremo de su destino, estuviese representado en el parlamento por 350 diputados, pero que dos terceras partes de esos delegados llevasen desde el mes de marzo en sus casas, viendo Netflix, cobrando sus sueldazos y reenviando por whastapp memes contra “la extrema derecha”. No quedaría muy democrática la estampa, al menos en apariencia. O imaginen —es otro ejemplo-, que en el pleno del parlamento convocado para aprobar el Estado de Alarma, el más largo en la historia de la nación, el presidente del gobierno no hubiese tenido el detalle de comparecer; como si el ministro del ramo se bastase para esa minucia sanitaria, porque de salud se trataba y de nada más. En fin, que la cosa no pintaría muy bien en relación a la catadura democrática de la medida. Que se sepa, el derecho a la salud —no a estar sanos, ese derecho no existe—, no contempla que la autoridad con voz cantante en estos asuntos se presente en las cortes para encabezar una moción que va a convertir el país en un cuartel. Son detalles delicados a los que debe prestarse atención. Ya saben: la democracia es, sobre todo, una cuestión de formas.

Sigamos sin desesperar. Lejos quedan esos tiempos, por nadie deseados, en los que, como diría el salvaje Bukowski, “

una democracia se diferencia de una dictadura en que en una dictadura se sabe quién manda, y en una democracia se sabe quién no manda

una democracia se diferencia de una dictadura en que en una dictadura se sabe quién manda, y en una democracia se sabe quién no manda”. Bien lejos queda ese panorama, y digo bien. Si hoy es jueves, por lo menos hasta el sábado no habremos llegado a esos extremos. Confianza ante todo.

Mientras, si algún político con criterio y autoridad —dos cosas importantísimas, tan valiosas que ninguno suele llevarlas encima—, nos explicase qué tienen que ver las medidas militares con las medidas sanitarias para enfrentar una pandemia y salir de ella con el menor daño posible, sería muy de agradecer. En el debate sobre el Estado de Alarma, el ministro Illa reprochó a Abascal haber vertido ácidas descalificaciones contra el gobierno pero no haber planteado ninguna medida sanitaria. Él, por el contrario, se explicó con claridad: confinamientos perimetrales, toques de queda, control de movilidad. ¡Es la guerra! Lo malo de estas terapias es que no se estudian en las facultades de Medicina sino en las escuelas militares. Que digo yo, sin exagerar ni querer pasarme de listo, que si el enemigo fuese Alemania —por señalar un país, que conste que no tengo nada en contra de los tudescos y tudescas—, a lo mejor el plan tenía algún sentido. Pero contra el ejército invisible llegado de China… Ya me dirán ustedes cuándo un virus ha distinguido el día de la noche, el martes del viernes, los festivos de los días de diario, los autobuses de los aviones y al viajero clandestino que llega del pueblo próximo con el turista inglés de vacaciones invernales en La Gomera, aunque esté sobrio. Ni las mascarillas respeta el famoso covid. Ya pueden ustedes ponerse las más repulidas y efectivas del mercado que de poquito valen. A un servidor, de pequeño, le enseñaron en el colegio que los virus son seres tan microscópicos que atraviesan la porcelana, o sea que las mascarillas serían completamente efectivas si estuviese hechas de látex.

Pero no me hagan caso, pues el último párrafo escrito son ideas disparatadas de mi propia cosecha, prejuicios naturales y lógicos en quien sufrió las incurias de la educación franquista, aquel sistema perverso que obligaba a los niños —y las niñas— a aprender el teorema de Tales, los ríos de España, las capitales del mundo, las cinco declinaciones del latín y monstruosidades parecidas. También nos enseñaban historia, claro. Perdonen el excurso y la batallita pero lo del Estado de Alarma me recuerda a un profesor muy majo que teníamos en historia de España y que una mañana nos sorprendió con una salida espectacular: “No le den ustedes más vueltas”, nos dijo, “una reconquista que dura ocho siglos ni es una reconquista ni es una guerra… Es otra cosa”.

Parafraseo de colofón, y va por aquellos tiempos dictatoriales y los abnegados maestros de la época: un estado de alarma que de salida dura seis meses, no es un estado de alarma. Es un régimen.

Posmodernia, 03/11/20

 

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