Andan los cerebros de la patria empeñados en que votar y el derecho a votar, y votar siempre que se quiera y se considere necesario, es el no va más de la modernidad, el progresismo y el buen rollo. ¿Quién lo dijo? Pues ellos, los que saben y la entienden: Jorge Javier Vázquez, Pilar Rahola, Risto Mejide, Sabina aún no repuesto de su último remoto sopor postcoital, Cayo Lara en camiseta flowerpower, José Luis Centella apenas aturdido en su pasión sin límites por la democracia cubana, el inefable podemista Monedero tras recibir el premio a la parida del año, por definir los atentados del 11-S de 2001, en Nueva York, como la "introducción de dos aviones en dos edificios"... Gente así. El cogollo.
¿Quién dijo que votar a mansalva es lo democrático por antonomasia? Quizás el mismo Centella, quien asegura tajante que en Cuba hay una democracia muy avanzada porque "también se vota". Ahí está el núcleo del asunto. Si hay algo que estimule y avive las pájaras de una buena dictadura, es un buen referéndum. En tiempos de Franco los había, y no pocos, y la población acudía a las urnas con tal entusiasmo que los escrutinios oficiales, en más de una ocasión, tuvieron que hacer piruetas matemáticas para que la adhesión a las leyes sometidas a las urnas no rebasara el 107% del censo.
Votar puede ser un acto propio de una democracia, o no. Votar conforme a la ley y en un entorno libre de presiones y coacciones, es democrático. Votar tras furibundas llamadas a desobedecer las leyes y a los tribunales, en plena oleada de demagogia baratera y en un ambiente de sospecha y linchamiento moral de los disidentes, no es democracia. Es un delirio puro de purísima tiranía, el maravilloso sueño de todos los caudillos, visionarios y chiflados que en el mundo han sido... Toda esa legión de demócratas orgánicos, sin derecho a réplica, que a lo largo de los últimos cuatro siglos han convertido este mundo en un lugar bastante asquerosillo.
No tengo argumentos en contra ni me parece intolerable que se celebre un referéndum sobre la posible independencia de Cataluña. Pero conforme a la ley, como en Escocia. Y, como en Escocia, en unas condiciones sociales y políticas que garanticen la igualdad de voz para todas las opciones y el respeto intachable para quienes no comparten el proyecto anexionista de Mas y sus palmeros. (Escribo "anexionista" porque ese señor y quienes le zalean por delante y por detrás, más que segregarse de España lo que anhelan es chuparse un país entero para ellos solos, desde el día del estreno y con derecho a 3%, ITV para las herraduras de los caballos y todo el acopio de bienes contingentes, en metálico o especie, que sea menester).
Hay quien afirma, candoroso, que todo es una cuestión de voluntad política, que las leyes (la Constitución española) pueden cambiarse para permitir el referéndum catalán. Muy de acuerdo en el enunciado (sólo en el enunciado, aunque muy de acuerdo). Pero entonces, ¿por qué no han empezado por ahí? Acaso sea porque convencer a los españoles, todos ellos, de que la soberanía no reside en el pueblo, todo él, sino en los territorios gobernados por regímenes autonómicos, iba a resultar más difícil que seducir a un montón de patriotas numerarios para que cada once de septiembre formen letras, cadenas y mosaicos multicolor. Tal cual lo ven y así se analiza tras las orgásmicas demostraciones de que salir a la calle todavía es gratis: España sigue siendo mala porque no quiere dejar de ser España; y Cataluña es buenísima porque anhela no ser España y convertirse en la patria improfanable, intocable, portentosamente redimida, de los que juntan votos en Reus y milloncetes en Andorra. Y lo demás es teoría, o sea: folclore y tontería.