Lo malo no es que vivamos en un país de ignorantes, sino que la insapiencia se consagra como norma hasta llegar a la presuntuosidad. El "acento" andaluz, es decir, la pronunciación llena de ceceos, seseos y apócopes, de Despeñaperros arriba concita una repugnante conmiseración: hablamos mal pero somos graciosos. Y eso lo tienen por verdad muy verdadera allá donde la inmensa mayoría de la población es incapaz de conjugar correctamente los tiempos verbales, el futuro imperfecto subjuntivo, el condicional y el pretérito perfecto sobre todo. Por no hablar de la omisión de los pronombres, supongo que por desconocimiento de sus posibilidades de uso. Gente que habla como los indios de las películas pero, eso sí, pronunciando muy bien las eses, está convencida de que lo suyo es Cervantes y el habla andaluza "se cura estudiando".
Como dice mi amigo Martín Domingo: "Hasé como que os caéi y me coméi la posha".