¿A casa por navidad?

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 Lo dijo Su Majestad el Rey, en el discurso de navidad leído ante las cámaras de TV el pasado 24 de diciembre: “Todos los españoles son iguales ante la ley”.

 

Por ese motivo, y no por otro, Miguel Francisco Montes Neiro, el preso más antiguo de España, indultado por el consejo de ministros el 16 de diciembre, ha celebrado estas fiestas entre rejas.


Esbozar cualquier argumentación sobre agravios comparativos, la pretendida igualdad de los españoles ante los tribunales de justicia y los jueces encargados de administrarla (y ante los gobiernos que otorgan los indultos, para qué nos vamos a engañar), sería a estas alturas un empeño ocioso. Inútil por demás. Quien no sepa del caso es porque no le interesa, y nunca se va a enterar. No merece la pena explicarlo más veces.

 

Lo último sin embargo: el juzgado de guardia de Granada desestimó el mismo sábado 24 una petición de habeas corpus, presentada por la familia de Neiro, en la que se solicitaba la comparecencia del cautivo y su puesta en libertad. (Lo de “cautivo” va escrito a propósito). Todo ha sido una cuestión “de papeles”, parece ser. Burocracia. O sea: ganas de enmendar (en lo posible) una injusticia o perpetuarla un poco más. Voluntad de llevar sosiego a una familia o amargarles la vida. Total, pudiendo hacer las cosas con inquina, los dientes apretados y la ceja levantada, con bilis en las entrañas... ¿para qué hacerlas de buena intención? Lo de paz y amor para los hippies, que son unos vagos. La navidad es una época del año tan apropiada como otra cualquiera para hacer sufrir al prójimo.

 

Joder, una de las primeras cosas que me llamó la atención cuando dejé de vivir en Granada, hace ya seis años, es lo poco que se habla de mi ciudad en los medios de comunicación; y lo poquísimo que importan a lo largo y ancho del mundo los “asuntos granadinos”. Como si no existieran. De Granada, la Alhambra, la sierra en temporada y pare usted de contar.

Aunque, eso sí: cada vez que Granada aparece en los periódicos, la televisión, las alertas de Google... es por una mierda de estas. Cabal sucede y tal cual lo digo.

 

Miguel Francisco Montes Neiro, al final de su dilatada existencia como recluso, ha ido a dar con esa maldición. Era el último castigo que le quedaba por soportar: el padecimiento en propias carnes de la genuina mala leche granadina.

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