Hay personas que te hacen sentir bien por el mismo motivo que a veces te hacen sentir mal. Poseen el don (quizás se lo hayamos otorgado, depositando en ellas un anhelo que sabemos imposible de cumplir por nuestros solos medios), de hacer aflorar siempre lo mejor que llevamos dentro. Lo que sucede a menudo es que ese "lo mejor que llevamos dentro" nos enfrenta, de manera irrenunciable, con la obligación de analizar nuestra propia responsabilidad sobre cuanto nos sucede en la vida; lo cual, también a menudo, no es cómodo ni sencillo. Incluso puede que no sea agradable. Pero es lo mejor, para nosotros y para los demás.
Desconfío de la gente que siempre quiere hacerte sentir bien, bajo cualquier circunstancia. Elogian con o sin motivo, halagan, te hacen fiestas y carantoñas las merezcas o no. En suma, ante su mirada benevolente eres un irresponsable al que, más o menos, se tiene entretenido, contento, para que no dé demasiado la tabarra.
Por el contrario, hay gente (en mi existencia escasísima), que tarde o temprano hace que me enfrente con la verdad y con todas y cada una de las consecuencias de lo que hago, digo, pienso, siento... Ayudan a ser yo mismo, aunque duela. Ayudan (como ningún amigo sin condiciones puede ayudarte), a ver lo que hay de bueno y también de equivocado, egoísta atolondrado, soberbio, en el proceder de cada día. Son personas que no exigen nada, pero hacen que uno se lo exija todo. Quizás no te digan la verdad a la cara y a las bravas, pero tarde o temprano harán que te mires en el espejo de esa verdad que necesitas como el aire que respira tu alma. Con esas personas, o manda el corazón desnudo o nada funciona.
Son las únicas personas imprescindibles en la vida de cada uno.
En la mía por lo menos.