El gobierno de la nación, en el verano de 2008, eliminó el impuesto sobre el patrimonio, el cual gravaba, teóricamente al menos, a las fortunas más pomposas de la patria. Tres años después, el consejo de ministros da marcha atrás y restaura dicho impuesto. Los tiempos piden gestos. El candidato del gobierno en las próximas elecciones generales pide gestos. La gente, indignada o no, pide gestos. Y el de señalar a los ricos y pedirles que apechuguen con parte del inmenso déficit de las arcas públicas, se mire como se mire es un gestazo.
Dicen (yo no estoy tan seguro), que este gobierno tiene los días contados. Concretamente los que faltan hasta el 20 de noviembre. Pudiera ser. De lo que estoy convencido es de que, en caso de decir adiós al poder, el motivo fundamental no estará en una reprobación generalizada de su ideario (si lo tuvieran), ni del modelo de sociedad que han preconizado y que hasta hace nada entusiasmaba a la mayoría de los españoles. Ni siquiera habrá un reproche mayoritario a su demostrada incompetencia para enfrentar la crisis económica con mínima solvencia. La gente, los votantes, los ciudadanos, van a darles su adiós porque están un poco aburridos de tanto gesto. Hemos tenido el gobierno más mediático en lo que va de siglo, los ministros y ministras más peliculeros, unos estridentes debates y controversias ideológicas dignas de Tele5. Ese era el tono. Como si hubieran creído en su día, con atenta ilusión, en el mensaje y fulminante eficacia del “gremio de la ceja”, se abandonaron a la teatralidad y dejaron la administración real de los problemas reales en manos de técnicos más o menos preparados. Ellos, los que en verdad mandan, se apuntaron al espectáculo de masas. Grandes comunicadores y enormes actores hemos tenido. Pero no hemos tenido gobernantes.
Seguramente, lo que vengan detrás no serán tan entretenidos. Una lástima. Esperemos, al menos, que se apliquen a la faena con menos cámara y más horario de oficina.