No alarmarse

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El otro día me dieron una lección magistral sobre cómo funciona este mundo. Telefonea el cuidador de mi perro para concertar la vuelta a casa del chucho, tras un fin de semana que concedí de vacaciones al cuadrúpedo dentado mientras su dueño, o sea, yo, se mojaba hasta la coronilla en Garachico, territorio no-OTAN. Pregunto al profesional del “mondo cane” a cuánto ascienden sus honorarios, y él responde:
-Treinta y tiegfret…
-¿Perdona? Es que ando fatal de cobertura.
-Treinta y dessdfds…
-Sigo sin escucharte.
-¡Cuarenta!
A la tercera, pero bien claro. El guardián de mi perro sabe cómo entenderse a la perfección con los humanos. Pocas palabras y cuentas redondas. Las florituras para los vagos -que son de natural habilidoso -, y los adornos para Sevilla. Dorar la píldora y marear la perdiz, a estas alturas de siglo, no procede. Corremos el riesgo de aparentar tanta calma que, al final, se generan dudas sobre nuestras cabales luces. Tal cual le sucedió al gerente de una discoteca madrileña, el cual hizo instalar un vistoso letrero en cada una de las salidas del establecimiento: “En caso de incendio, no alarmarse”. Ahí estuvo sembrado.
No alarmarse, que sólo quedan seis horas para que el pavo salga del rustidor y empiece el banquete. Ese es el mensaje y es a lo que vamos.
¿Lo de ETA en Mallorca? Nada, los últimos coletazos de una banda criminal, enloquecida, delirante, cuya dirección está en manos inexpertas y cuyos medios son cada vez más menguados.
Llevo cuarenta años oyendo la misma canción. No alarmarse, que a estos les quedan dos peinados. Total, son capaces de colar tres o cuatro camionetas cargadas de explosivos por la frontera -si la hubiere -, francoespañola; se meten en una isla donde, mira tú, veranean el rey y sus parientes; hacen estallar un artefacto a un kilómetro más o menos de donde la ilustre familia pasa sus días de asueto, asesinan a dos guardias civiles, destrozan el barrio de Calviá donde se encuentra la casa cuartel de la Benemérita -quienes conocemos la zona, sabemos cómo retumbó allí el bombazo -; y ya puestos, como los terroristas actúan en territorio insular y allí es difícil moverse sin levantar sospechas ni ser controlados por las fuerzas del orden, se conforman con pegar tres petardazos más, donde han querido y cuando mismísimamente les ha salido de la entrepierna. Haya calma y paciencia: no alarmarse.
¿Habrá alguna vez un político, sea del signo que sea, que nos cuente la verdad de lo que está sucediendo? El discurso sobre “el final de ETA” es tan risible como embustero. Tienen apoyo social, activistas, medios adecuados, financiación, infraestructura, capacidad de maniobra y lo que haya que tener, mucho o poco, para poner en ridículo al Ministerio del Interior, en evidencia a los expertos en lucha antiterrorista y en jaque a las fuerzas del orden. Y el sistema judicial, las condenas, la cárcel y la dispersión de presos les importan tan poco como las vidas que van segando acá y acullá. Un terrorista en prisión, para esa gentuza, es un mártir, un soldado que está cumpliendo con su deber. Un héroe de la patria.
¿Alguien, alguna vez, va a señalar la nieve y decir que es de color blanco? ¿Por qué ETA lleva cuatro décadas dando coletazos, y esos coletazos han costado cientos y muchos cientos de víctimas, y siguen dando coletazos y siguen matando cuando les apetece y nunca acaban de dar la última boqueada? ¿Por qué no nos aclaran, de una vez por todas, que esta enfermedad es crónica, incurable y -los datos cantan -, mortal de necesidad?
A lo mejor, estamos todavía en la fase en que un diagnóstico acertado es más importante que buscar remedios a ciegas, desesperadamente. Para eso sí haría falta un poco de calma. Menos histeria mediática, menos golpes de pecho, menos lágrimas televisadas y menos, muchísimos menos quejumbrosos minutos de silencio. No necesitamos silencio, sino sosiego para reflexionar sobre lo que está pasando, y porqué. Sin alarmarse, por supuesto.

La Opinión de Granada – 16/08/2009

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