A quemarropa

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Curiosas las desigualdades autonómicas en cuanto a niveles térmicos se refiere. Una falta de simetría rayana con el separatismo. De los 22ºC de la Semana Negra de Gijón a la calima entre africana y mesetaria de Mérida, 38ºC que reciben a los visitantes del Festival Internacional de Teatro, hay más de dieciséis rayitas en el termómetro. Es una forma de vivir -las costumbres que diría un costumbrista, los usos sociales que diría un antropólogo -, la que viene determinada por estos vaivenes en la escala centígrada. De tal forma, bien lo tengo comprobado, las nuevas instalaciones de la Semana Negra en el Arbeyal, a las cuatro de la tarde, estaban el pasado lunes hasta arriba de público, libreros expositores, actividades, autores, feriantes, churreros, vendedores de abalorios y, eso sí, y haciendo honor a la denominación del evento, una cantidad peliculesca de individuos de procedencia africana, otrora llamados negros, los cuales montan un poblado inmenso con sus tiendas de campaña en los suburbios de la feria, y allí viven y se hacinan, comen y duermen y et cétera, mientras que, a unos pocos metros de distancia y un infinito en la vida, lo más selecto de la intelectualidad -por algo son selectos por Paco Ignacio Taibo II-, hablan y peroran sobre las excelencias de la literatura policial y el arte en general. Leer es un placer, nos dicen.

Como las temperaturas: un contraste brutal, que diría otro antropólogo, o bien otro costumbrista. La tarde de mi visita a la Semana Negra me tocó aguantar la intervención de un escritor colombiano que, todo criterio, lucidez y originalidad, atribuía el espectacular auge de la delincuencia en su país y en toda Suramérica a la pobreza, la marginación, la injusticia social y esas cosas. De piedra estuve a punto de quedarme. ¿Cómo no se me había ocurrido antes pensar en una explicación tan definitiva a esta clase de fenómenos? Yo siempre había creído que los tironeros, los camellos y demás gallofa se dedicaban al oficio por aburrimiento. Total, que al final nos regalaron un libro y volvieron a advertirnos que leer es un placer, y los negros de la acampada nómada seguían allí, recuperándose bajo el sol de horas y horas de aguante en el top-manta, sin entender papa de español y sin darse por aludidos cuando los escritores de fuste analizan las causas últimas del delito. Las causas reales de la pobreza real en el planeta es otra asignatura, en la que no vamos a entrar ahora porque hace un calor de derretirse la tilde de Mérida, desde donde escribo este artículo.

¿Y qué hay en Mérida, hoy miércoles 15 de julio, a las 21′00? Nada. Todavía nada ni nadie por las calles. El sol aún no se ha marchado, el asfalto y las paredes de los edificios y las piedras romanas están sobrecalentadas, y ni a un caravanero del Sáhara se le ocurriría salir al exterior a menos que fuese en busca de agua para su camella preñada. Dentro de dos horas, a las once en punto, con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide -casos se han dado, estos calores son muy traicioneros -, Rafael Álvarez “El Brujo” estrena en el teatro romano su obra “El Evangelio de San Juan”, un monólogo juglaresco con el que como siempre, es de esperar, arrebatará durante un buen rato al público de las miserias de este mundo, los afanes veraniegos que son de mucho sudar y poco disfrutarlos, las agonías de cada uno, y lo sumergirá en su mundo mullido y sabio de leyendas, relatos, humor y, sobre todo y ante todo, inteligencia. Mientras él esté sobre el escenario, el calor será una fuerza sin punto de apoyo en Mérida. Les aclaro que vendedores de raza negra o circasiana no hay por estos entornos extremeños. No por falta de posibles clientes, sino de ganas de derretirse bajo el sol mientras algún despistado paseante decide si compra la copia pirata de “Milenium” o se coloca trenzas tribales en la melena. Lo que decía al inicio de este artículo: mucha desigualdad regional es lo que hay.

La Opinión de Granada – 19/07/2009

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