Los buenos estudiantes

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 El Tribunal Supremo acaba de echar para atrás una resolución de la Junta de Andalucía, a su vez suscribiente de iniciativa gubernamental, según la cual cualquier estudiante podía pasar a segundo curso de bachillerato con tres o cuatro asignaturas suspendidas. Dice el alto tribunal que el gobierno no ha cumplido la ley y que no le queda otra que dar marchá atrás en su pretensión de construir un bachillerato de "libre configuración", con asignatura sueltas de primero y segundo, ahí, al viva España y ande yo caliente mientras siga pasando de curso.

La Junta de Andalucía, que se ha puesto de armas tomar, contraataca. Como somos la comunidad española con más alto índice de fracaso escolar, abonará seis mil euros, a razón de seiscientos mensuales, a los "buenos estudiantes" para que no abandonen las aulas y continúen en lo suyo, que deberían ser los libros. Que digo yo que buenos estudiantes, muy buenos, no deben ser si hace falta pagarles para que vayan a clase y no deserten hacia esas calles de Dios, a la vendimia, la aceituna o los hoteles en Canarias. Claro que a lo mejor el concepto que tiene un servidor de lo que es un buen estudiante y el que sostiene la Junta, no coinciden. Para ellos, me refiero al poder autonómico, buen estudiante es el que aprueba y no falta a clase. O sea, lo que se ha venido llamando toda la vida un estudiante normal, el que cumple con su obligación y saca los cursos aunque sea por los pelos e intenta no saltarse las clases para ir al parque a beber cerveza y echarse unos canutillos con los colegas.

Pues nada, seis mil euros por año recompensarán esos aprobados y esa asistencia lectiva.

Desde mayo de 1982, primeras elecciones autonómicas, gobierna el socialismo en Andalucía. 27 años en los que, al parecer, tanto se ha avanzado en todos los sentidos que, para muestra un botón, los poderes públicos se ven obligados a pagar a los alumnos para que no abandonen el instituto. Vamos bien, como solíamos. Como dice la Junta: imparables.

Y ya me dejo de reflexiones porque algunos artículos no deberían escribirse; sólo sirven para una cosa: encabronar a quien los redacta conforme las letras van saliendo del teclado.

Seis mil euros por ir a clase. Hay que joderse...

 

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