En la edición digital de siete u ocho periódicos leo con sobresalto que, según Alex Kapranos, “el soporte CD desaparecerá a corto plazo” Horror. La tecnología me desorganiza la vida cada dos por tres. Mis viejos ordenadores, mi desfasada consola de videojuegos, mis grabaciones en VHS, mi música almacenada en cintas magnéticas... todo acabó en el desván (porque uno es persona de orden, con desván y todo lo que hay que tener), durmiendo el sueño de la modernidad caída en obsolescencia. Sigo leyendo y de la alarma paso al estupor. Resulta que el tal Kapranos no es un experto en ingeniería multimedia, ni un profético innovador tecnológico, ni siquiera un diseñata famoso por haberle proyectado las mechas a Michael Jackson. Es el cantante de un grupo escocés llamado Franz Ferdinand. Anda ya, qué susto me había dado el nota. Su teoría, pintoresca y tranquilizadora, es que “el vinilo volverá a ponerse de moda porque es más romántico que el CD”. Pues vale, si llega el caso ya subo al desván, desempolvo los discos de Karina y santas pascuas. Y esta noche duermo del tirón, con mis CD´s sanos y salvos.
O sea que las cosas hay que tomarlas según de quien vengan. No es lo mismo escuchar a un experto con pulcra y concienzuda trayectoria en su menester que a cualquier pelafustán recién llegado al patio y con ganas de pregonarse. Casos hay para demostrarlo, y situaciones en las que una de dos: o se relativiza la importancia de un asunto en función de quién lo protagonice o nos volvemos todos tarumba. Imaginen por ejemplo que un tribunal compuesto por curtidos magistrados hubiese dictado sentencia absolutoria en favor de Jacobo Piñeiro, tal como ha sucedido en Vigo hace unos días. ¿Qué hizo el angelito? Nada, irse de copas, ligar con un camarero homosexual, colarse en su domicilio, asestarle 35 puñaladas y, ya puestos, otras 22 a su compañero de piso; llenó una maleta con todos los objetos de valor hallados en la vivienda, colocó los cadáveres bajo unos focos para aumentar el efecto calórico y les metió fuego, a ellos, a la vivienda y si no andan espabilados los vecinos, al edificio entero. Pues me lo han absuelto, oigan. Según el jurado popular que emitió su veredicto el lunes pasado, el tal Jacobo actuó en legítima defensa. Cuando el autor confeso de los hechos declaraba y contaba lo triste de su vida, su adicción a los drogas y el alcohol, lo muy arrepentido que estaba, etcétera, dos miembras del jurado se echaron a llorar de la misma pena. Animalico. De ahí a la libertad, por la cara. Eso sí, condenado por incendio y hurto. Los muertos, muertos son y no hay quien los resucite; total, para qué vamos a amargar la vida al bueno de Jacobo por dos maricas de más o de menos en este mundo.
No alarmarse que la cosa tiene arreglo. El acuerdo del jurado -dos miembros y siete miembras -, no es vinculante para con la sentencia definitiva y, por otra parte, el juicio se celebró en primera instancia. El fiscal va a apelar al Tribunal Supremo.
Cosa de llamar la atención es que los votos del jurado se emitieron de tal forma: culpable, 2; inocente, 7. No hay que echarle mucha imaginación para deducir el sentido de la decisión de miembros y miembras. Si se hubiesen observado los legales criterios de paridad, otro habría sido el resultado y ahora no sentiríamos un poco más de desconfianza ante un nuevo escándalo surgido de esa institución llamada jurado popular. Que popular no digo yo que no sea, pero de jurado tiene el nombre y la guasa de las películas de Buñuel: surrealismo hispano versus racionalidad democrática. Aquí no obtiene justicia quien la merece, sino quien bien pregona sus miserias y gana el corazón de los trémulos ciudadanos. “El monstruo de Amstetten” llora cada noche por la desgracia de no ser español. Con suerte, en el país de la bondad extrema lo condenarían por haber construido sin licencia municipal el zulo donde encerraba a sus víctimas. ¿Que no? Casos más flagrantes se han dado. El de Vigo, sin ir más lejos.