María de la A

Compartir en:

Es lo malo que tiene discutir con gente de pocas luces, o con fanáticos, aunque una cosa y otra vienen a ser lo mismo, digo yo, porque ejercer el fanatismo requiere poquedad de criterio y, a la recíproca, todos los imbéciles que en el mundo son y han sido, tarde o temprano se manifiestan furibundos en causas dignas de su razón. Y si ustedes se preguntan a qué viene este prólogo, de inmediato les explico que en ascuas me encuentro, existencialmente estragado e intelectualmente anonadado por la desfachatada ligereza con que los parvos de entendimiento desautorizan a personas e instituciones doctos en la materia de que se trate, séase el caso de la ministra de igualdades y cruzadas gramaticales, la cual prenda ha tardado un suspiro en llamar machistas a los académicos de la lengua porque, a decir de estos señores y señoras, las ocurrencias de Bibi sobre las formas semánticas que atienden al género de la membresía son una solemne burrada.

Siempre es lo mismo. Llega un indocumentado cargado de razones, aunque sus razones sean chofas como melones, y en virtud de la solemne autoridad que le confiere ser un insensato -o una insensata como es el caso-, lanza los improperios que se le ocurren, contra quien le da la gana y con la impunidad que hoy día gozan los hueros de seso, gracias a la estupidez oficial vigente. Si el osado es ministro, o ministra la osada, ya ni les cuento el estropicio que pueden organizar en menos de lo que tarda un cura loco en santiguarse.

A ver, que a un servidor le trae al pairo la manía esta, tan de moda y tan hortera, de feminizar el resultado fónico de las palabras, a consecuencia del cual todo segmento discursivo que acabe en la muy femenina vocal O, es machista. Allá cada cual con su ignorancia y con las ganas que tenga de hacer el ridículo. Lo que sí me inquieta es que la protagonista del enroque mental tenga cargo de ministro (huy, perdón, quería decir ministra), y su cartera se llame nada menos que ´Igualdad´, sagrado valor para los demócratas que al día de hoy, a 219 años de la toma de la Bastilla, acabamos de enterarnos de que la igualdad consiste en decir ´miembra´. Claro. Y la libertad en ser forofo del equipo de fútbol que uno quiera y la fraternidad en ir a comer los domingos a casa de mi hermana La Pelos sin que el cuñado ponga mala cara.

Ministra es, sí señor. Échate a temblar o coge piedras. Que la niña está preparadísima, oyes, lo dijeron el otro día en TV. Es licenciada en administración de empresas y además ha hecho un máster superguay.

 Ahí es nada. Tan preparada y tan sobrada anda que a resultas de su primera comparecencia pública se ha disgustado con Alfonso Guerra y me ha catalogado a la RAEL como adalid del sexismo, apoyando su conjetura en la contundente potestad ética y preclara visión teórica de Chiquito de la Calzada. Y lo que más perturba de todo: ¿Por qué se apellida Aído, intolerable masculinización de la operística y emblemática Aida? ¿Por qué no predica con el ejemplo y se borra la O y la cambia por una A? O mejor aún: ¿por qué no se borra del todo y se marcha a Cádiz, donde seguro que las peñas del tangay la adoran? En los carnavales, ya se sabe, todo el mundo se disfraza para ser todos iguales. Eso, a una ministra de igualdad le vendría como O al dedo.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar