Siempre es lo mismo. Llega un indocumentado cargado de razones, aunque sus razones sean chofas como melones, y en virtud de la solemne autoridad que le confiere ser un insensato -o una insensata como es el caso-, lanza los improperios que se le ocurren, contra quien le da la gana y con la impunidad que hoy día gozan los hueros de seso, gracias a la estupidez oficial vigente. Si el osado es ministro, o ministra la osada, ya ni les cuento el estropicio que pueden organizar en menos de lo que tarda un cura loco en santiguarse.
A ver, que a un servidor le trae al pairo la manía esta, tan de moda y tan hortera, de feminizar el resultado fónico de las palabras, a consecuencia del cual todo segmento discursivo que acabe en la muy femenina vocal O, es machista. Allá cada cual con su ignorancia y con las ganas que tenga de hacer el ridículo. Lo que sí me inquieta es que la protagonista del enroque mental tenga cargo de ministro (huy, perdón, quería decir ministra), y su cartera se llame nada menos que ´Igualdad´, sagrado valor para los demócratas que al día de hoy, a 219 años de la toma de la Bastilla, acabamos de enterarnos de que la igualdad consiste en decir ´miembra´. Claro. Y la libertad en ser forofo del equipo de fútbol que uno quiera y la fraternidad en ir a comer los domingos a casa de mi hermana La Pelos sin que el cuñado ponga mala cara.
Ministra es, sí señor. Échate a temblar o coge piedras. Que la niña está preparadísima, oyes, lo dijeron el otro día en TV. Es licenciada en administración de empresas y además ha hecho un máster superguay.