Somos la chufla, el país patafísico por antonomasia, una excepción que se rige por soluciones imaginarias y cuanto más arbitrarias y dislocadas mejor. Aquí no hay términos medios, ni prudencia ni justicia ni fortaleza ni templanza. Los ciudadanos se catalogan en dos categorías: los que trincan y los que laboran. Los primeros, a su vez, se subdividen en listos con mando en plaza, a ser posible vitalicio, y tontos con cama pagada en Alhaurín o Albolote. Los que se dedican a ganar el pan con el sudor de su frente -también conocidos como pringados -, no se dividen en nada, para qué, total mil euros son mil euros aquí y en la China. Nuestros altos y dignos representantes en la administración de los asuntos públicos están siempre tan ocupados en sus cosas que nunca tienen tiempo de hacer nada, lo que en el fondo es de agradecer porque cada vez que intentan arreglar algo la cagan bien cagada. La democracia es convivencia, dicen, y la convivencia consiste en ponerse una venda en los ojos y tragar carros y carretas con tal de que el vecino de arriba no se rasgue las vestiduras y salpique espumarajos de ADN milenariamente vernáculo. Total, los hijos de puta de ETA van a seguir matando hagamos lo que hagamos, de manera que una de dos, o nos sentamos a tomar café con ellos y los tenemos entretenidos hablando de Navarra o bien, riza que riza, regalamos unos cuantos diputados a los señoritos del PNV, que para eso sacaron casi trescientos mil votos en las pasadas elecciones, y así por lo menos tenemos satisfecha a esa parte de la parroquia euskalduna. ¿Que otro partido ha sacado un millón de votos y casi se queda en extraparlamentario? Pues a joderse, por comunistas. ¿En qué estaban pensando? Lo de ser comunista se valoraba en tiempos de Franco -que se lo pregunten a los artistas de la ceja, a ver qué tal les fue con el Caudillo -. Ahora la discriminación positiva se aplica a los territorios. ¿Que los demócratas cuentan votos y los caciques tierras? Pues a mucha honra, que la nuestra es una democracia censitaria donde se prima a los propietarios de fincas rústicas y bienes inmuebles. Mucho menos presentable era la democracia orgánica de la dictadura, oyes. Algo hemos avanzado.
Somos la hostia con h. La Administración de Justicia es el eufemismo perfecto. Ni se administra ni es justa. Pero ahí está, qué gavinas, y siempre cabe la posibilidad de que alguien deje de pagar la hipoteca y se le quite la casa por el artículo 43 de la Ley Hipotecaria. Para otra cosa no sirve -me refiero a la Ley en general-, pero vamos, que el negocio del ladrillo -que es lo que importa -, tiene las espaldas cubiertas. Si hay alguna disfunción clamorosa dentro del cachondeo colectivo, pues se echa las culpas al primero que pase por ahí y santas pascuas. ¿Lo de la niña de Huelva? Nada, nada, completa responsabilidad del juez Tirado, funcionario negligente como su propio nombre indica. Asunto zanjado. Ya veremos qué nos inventamos cuando otro pederasta vuelva a asesinar a otro menor. Largo me lo fiáis.
Somos la caña. Nos partimos el pecho de la risa y bailamos yeyé que lo flipas. Vamos, hombre, si hasta nuestros equipos de fútbol más humildes se hacen grandes en Europa, ahí, dando ejemplo. Lo ha dicho sin pelos en la lengua el presidente del Getafe: "Ahora somos el equipo que representa a España". Si señor, con dos cojones. España y viva el vino: once futbolistas de los cuales ninguno se llama Ronaldihno, un juez tumbado, un asesino que andaba suelto porque sí y otros que medran a sus anchas porque también, porque todo gudari tiene derecho a un homenaje, con sus aplausos y sus plazas dedicadas y lo que sea menester, vayamos a joder la cosa esta de la convivencia autonómica. Y al que le guste, bien; y al que no le guste, ya sabe: a hacerse socio del Getafe.
Somos España, señora mía. ¿Qué se había creído usted?