Quiero ser minoría

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En España, el país más democrático del mundo, todas las minorías tienen derechos, no sólo meticulosamente reconocidos por las leyes sino improfanables, intocables desde cualquier perspectiva o punto de vista que se utilice para ejercer razonable crítica contra posicionamientos concretos de alguno de dichos sectores.

Todas las minorías tienen derechos excepto la cultural.

Quienes no se plegan a la tiranía mediática del ocio consumible, no transigen con la manipulación de las grandes editoriales, circuitos artísticos, promotoras musicales, productoras cinematográficas, etc, y encima se empeñan en una línea de creación alternativa a la zafiedad de la cultura de masas -cuyos máximos valores son el entretenimiento y la obsecuente sumisión a los valores del sistema -, no tienen derecho a nada. En todo caso tienen derecho al postergamiento, el ninguneo y a ser declarados personas no gratas en las gélidas alturas donde imperan, entre la arrogancia y el olor a pies, la manipulación ideológica y la estupidez considerada como virtud cívica.

Está claro que van a por nosotros. (Pinche usted si le apetece).

O quizás se hayan propuesto acallarnos hasta tal punto que, de puro desaparecidos en el panorama cultural español, ni siquiera sea necesario ir a por nosotros. No existimos, luego no molestamos.

Hay que ser minoría y reivindicar con sosiego y todo el ruido posible el derecho de la minoría a ser escuchada, o bien a incordiar y tocar las ingles y zonas aledañas a la cutricia intelectual (con perdón), mandante en el reino de la cultura de andorga opípara que las masas y quienes las teledirigen consideran el no va más de la estética y, de paso, la ética.

Por poner un ejemplo entre un millón, hay que señalar los errores de traducción y altanera negligencia en la edición de obras como Las intermitencias de la muerte, de José Saramago, obra en la que se confunde "lapso" de tiempo con "lapsus" de idem, lo que perpetra un lapsus de juzgado de guardia, imperdonable para quien se da pisto y bruñe su talante cultural publicando a un premio Nobel; o dar su cabal importancia a la frase de A.P. Reverte que ya se ha hecho célebre: "La guía de teléfonos que entregase firmada a Alfaguara, publicarían sin cambiar una coma".

Hay que proclamar, sin complejos ni ñoñeces ni falsas poses elitistas, que ningún autor está obligado a desarrollar su proyecto artístico acorde con el gusto del común, entre otras razones porque, al día de hoy, el gusto del común es sencillamente aborrecible.

Hay que exigir a nuestro gobierno, el de ahora y el que venga, que dedique los medios necesarios, materiales y pecuniarios, para discriminar positivamente a la minoría cultural alternativa, lo mismo que se discrimina a otros sectores más chillones aunque, desde luego, mucho menos necesarios y útiles para la vida pública. La reacaudación del canon digital, para la minoría. Y si no quieren y no entran por el aro, para viviendas sociales.

Hay que mandar a hacer gárgaras (por no decir a otro sitio más comprometido), a tanto inútil analfabeto, fatuo incompetente, tuercebotas y mangantes como medran en los ámbitos más roñosos del desguace en que han convertido a nuestra cultura cotidiana.

Minoría, hay que decir. Y a mucha honra. Y quiero que los poderes públicos de la nación se ocupen desde ya de mis necesidades y mis intereses. Agravios comparativos, los justos, prendas míos.

Quiero ser minoría y no pedir perdón a nadie por no haber escrito El código Da Vinci, o cualquier otra gilipollez de esas.

Quiero, sí, ser minoría. Para siempre. Y al que me señale con el dedo que se le pudra y se le convierta en una entrada para el último concierto de la Pantoja.

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