El otro día mi prójima llamó al banco para modificar las condiciones de la tarjeta VISA y cuando colgó el teléfono le habían vendido un crédito de 10.000 euros a pagar en cómodas mensualidades de 190 en 72 cuotas. Interés real: 6´5%. Tipo de interés: fijo e inamovible. Dinero rápido y barato que el comercial bancario le ofrecía, insistiendo y porfiando hasta que a ella, piadosa y angelical como siempre ha sido, le entró el recunquillo de figurarse que, a lo mejor, al pobre muchacho no le renovaban el contrato por no vender suficientes servicios bancarios. Total, diez mil eurazos no le vienen mal a nadie, y en condiciones de más ventaja sólo los regala Zapatero a parejas que traigan al mundo, del tirón, tres hijos y medio.
¿De dónde sale ese dinero barato que de vez en cuando reflotan los bancos en plan rebajas de enero? ¿Por qué en demasiadas ocasiones un padre de familia agobiado tiene que dar siete mil vueltas y rellenar un saco de papeles e hipotecar su casa para conseguir cuatro humildes munises que lo libren por el momento de apuros y, a la contra, de vez en cuando los bancos te meten como quien dice el dinero en el bolsillo y uno toma la gabela porque sospecha que, caso de decir NO, el banco puede incluirte en alguna lista de personas desagradecidas y, por tanto, no gratas?
Mi padre, que era un valenciano muy ahorrativo y muy fenicio, me enseñó que el dinero no es otra cosa que trabajo acumulado. "Esos cinco duros para el cine", me decía, "significan que alguien, en algún lugar de España, se ha partido el lomo para producir y generar un valor exacto de veinticinco pesetas, o sea, que un respeto por el dinero, niño". Eso me advertía cada vez que le saqueaba el bolsillo con la paga semanal y otras dádivas que no compran el cariño pero le hacen a uno honrar a sus padres igual que se venera al Banco de España.
Ahora no. Ahora el dinero ya no es trabajo acumulado -plusvalía por aplicación de la fuerza de trabajo y los medios a de producción a la materia prima, si no recuerdo mal los seminarios de marxismo, y conste que lo de "seminarios" no va con segundas -. El dinero ha dejado de ser representación en metálico del bíblico sudor de frente para convertirse en un producto, algo sin nombre ni dueño conocido ni origen ni destino que se coloca en el mercado para benefico de quienes necesitan blancura en su contabilidad y aprovechamiento de clientes afortunados que llegan en el momento oportuno.
Mal asunto. Si el sistema comienza no respetar debidamente lo más sagrado, lo único que en realidad le interesa, el dinero, llegaremos a un punto en que los consumidores miraremos al circulante como quien contempla el escaparate de Zara. "¿Compro o no compro?" Pues nos esperamos a las rebajas de noviembre, Maripuri, que seguro que sale mucho más barato y encima nos lo traen a casa. Y las cuentas salen.
Mi padre, tan valenciano, tan fenicio, siempre mantuvo que las cosas de verdad importantes en la vida no se compran con dinero. Ni se compran ni se venden el afecto, la salud, la amistad, la estima propia, el talento... y vive Dios que el dinero, el bien más preciado en nuestro sistema social de come y calla, está deslizándose con mucho peligro hacia la categoría de lo que, faranduleramente, sí se compra y sí se vende.
¿Tendrá algo que ver en este sindiós la exorbitante acumulación de activos inmovilizados favorecida por el ínclito y españolísimo trinconeo del ladrillo? Misterios. El caso es que al día de la fecha, con un poco de suerte, el banquero se te mete en la salita de estar y te pone sobre la mesa, por uebos, la pasta y la vida.
-Firme usted aquí, hombre, tome el dinero de una puñetera vez y no proteste.
Y claro, la carne es débil.
Vivir para ver.