Mi abuela y los rojos

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Decía George Santayana que la mejor forma de probar el calibre y consistencia de una filosofía es preguntarle qué piensa sobre la muerte. De la misma manera, para saber hasta qué punto una ideología es de izquierdas -en el riguroso sentido de la actividad política entendida como necesidad de ser y voluntad de transformar -, deberíamos hacer a esos partidos la pregunta clave, la que decanta y define posiciones: qué piensan sobre la economía de mercado, la equidad social y la función del Estado como instrumento para cambiar la Historia. Porque aquí, en la izquierda española, la que está en el gobierno y la que zalea desde la minoría, todo el mundo es muy rojo, muy progre y muy de banderas al viento, sí, para lo que no cuesta un duro ni inquieta una pizca a los dueños del cotarro. Ser de izquierdas, igual que hablar con prosopopeya, es gratis y tiene la ventaja de que queda uno divinamente en esta mezquina sociedad.

Rojísimos para los domingos. A ver, colegas, que se os ve cantidad el plumero. La vivienda ha dejado de ser un derecho constitucional para convertirse en estratosférico negocio, y de negocio evoluciona a lujo sólo al alcance de los millonarios y los blanqueadores de capital. Pues nada, hombre, los superprogres en el poder, como contundente respuesta, se inventan la ley de memoria histórica. El gravísimo problema inmobiliario conocido como Valle de los Caídos ya está arreglado.

Hay más. Que el trabajo asalariado lleva degradándose desde hace un par de décadas, descendiendo de la precariedad a la semiesclavitud, y los proletas españoles soportan con desgana la ignominia, pues nada, allá penas, ya vendrán los inmigrantes, de natural más agradecidos y muy dispuestos a ser explotados en toda regla. Que los sueldos son de dar risa y verter lágrimas y las pensiones de jubilación y viudedad de pasar mucho apetito, pues ni frío ni calor, que no cunda el pánico, tenemos soluciones para todo. El remedio, mano de santo, está sin duda en reformar los estatutos de autonomía y proclamar solemnemente las realidades nacionales; nos hacemos unas sardanas, pagamos una rueda de churros en la feria de abril y a otra cosa mariposa.

Que la barra de pan vale más que un litro de gasolina, que los precios se han disparado un 135% desde la entrada en vigor del patrón euro, que el desempleo crece de nuevo imparable... tranquilidad, impasible el ademán: hay millones de libros de texto sobre educación para la ciudadanía dispuestos para su deglución por nuestra juventud escolar, y tenemos una ley sobre violencia de género que aparte ser la más moderna del mundo se carga a la brava los principios jurídicos básicos de presunción de inocencia, valor probatorio de la testifical y etcétera, y encima, para que nadie se queje, los homosexuales pueden contraer matrimonio por lo civil -por la Iglesia está en estudio -, y hay fundadas expectativas de que Pedro Almodóvar vuelva a ganar un Óscar de Hollywood. Yo no sé de qué se quejan.

A esta izquierda tan progre y tan roja le preguntas qué opina sobre el capitalismo salvaje, la justicia social y la música que baila el pueblo soberano en este tango y te sale con la receta del doctor  Castañares: "Para huesos atrancados en la garganta, cataplasmas en los cojones".

Muy de izquierdas, sí señor. Y en cuanto le concedan a mi abuela la silla de ruedas que tiene solicitada en la seguridad social, va a hacer portes a Zaragoza.

No te jode.

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