Elogio del gilipollas

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Aunque no lo parezca, el gilipollas español tiene algunas virtudes esenciales que lo caracterizan, distinguen y enaltecen entre la extensa nómina de gilipollas planetarios, siendo la principal de ellas, sin duda alguna, la de hacerse notar a dos kilómetros. Se anuncia. Se le ve venir. Sabe uno a qué atenerse desde el mismísimo principio.

Por ejemplo, si un domingo por la tarde un sonido estruendoso rompe la placidez de la siesta, y uno se asoma al balcón y ve apalancado en acera a un tío subido en un qad (se escribe así, ¿no?, qad), sin casco ni leches, platicando entre gritos y risotadas con la pava de la vecina de enfrente, sin que se le ocurra apagar el motor del armatoste para que se escuchen más mejor las garambainas que suelta por esa bocaza, uno da por buena la interrupción sestera. Algo hemos aprendido fijo: el novio de la vecina es un gilipollas.

Lo mismo sucede cuando pasa de extremo a extremo de la calle un niñato con los altavoces del tuneado a todo tronar, amenizando la vida del barrio con el estrépito del último reggaetón. Nada sabemos sobre la vida del osado piloto, si tiene nombre de pila o si nada más nacer ya le pusieron sus padres un mote que le aparejase, El Bullas o algo similar. Sin embargo, hay una evidencia insoslayable que reluce en la existencia de este individuo: es un cabal y perfecto gilipollas.

Si va uno de paseo y se cruza en la vía pública con un jubilado que camina deportivo, en chándal, con su bastón y todo, y tras el venerable senderista marcha un rotweiler de setenta kilos, más suelto que los monos en la películas de Tarzán, y el rotweiler se acerca a olerte los huevos y el jubilado te anima, "no se preocupe, que no hace nada... si no se lo ordeno yo"; y después de repasarte la entrepierna el animal, vaya usted a saber porqué, se anima y se caga en la acera y el vejete contempla la defecación con mirada de complacencia, como quien piensa "una mierda menos que pienso recoger", en fin, para qué seguir que me enciendo... lo dicho. Las pruebas son irrefutables. El anciano caballero es un gilipollas con la agravante muy cualificada de veteranía, al menos veintidós trienios ejerciendo en el gremio.

Podrían ponerse miles de ejemplos, desde ese diecinueve por ciento de la audiencia televisiva que ve Gran Hermano a los no sé cuántos miles que hace unos meses, en una encuesta de Antena 3, señalaron a Isabel Pantoja como el personaje más relevante de nuestra historia; pasando por el irreductible 15´9% de la población que inicia sus correos electrónicos con un pimpolludo “hola a tod@s”. Y etcétera. Et, cétera.

Ah, está bien claro. En contra de lo que se afirma por ahí fuera (cochina envidia), no somos un país de gilipollas sino un sanísimo territorio donde los gilipollas, por deferencia y consideración, se hacen notar lo debido, o sea, mucho. Favor que nunca les agradeceremos bastante porque, como dice muy bien dicho el dicho, el que avisa no es traidor.

Gracias por todo ello, gilipollas de España.


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