Nacionalismo madrileño 2

Compartir en:

Es curioso. Para provocar titulo una entrada “Nacionalismo madrileño” y los lectores que han hecho un comentario (cosa que, de veras, agradezco, pues para eso están los blogs) me azuzan el tema de las lenguas dichas “regionales”. Y filólogo que es uno, y metido en el ámbito de las lenguas y literaturas minoritarias desde el bachillerato, no sé si se trata de una conjura, una mala lectura de mi texto o no me he sabido explicar (a lo mejor, pienso, si no hubiera mencionado nada lingüístico, el resultado habría sido otro; o no hubiera habido comentarios, cosa peor…). Sea como fuere, me veo obligado a aclarar unos puntos.

En primer lugar, quien más ha sentido el “nacionalismo madrileño” (etiqueta que no es sinónimo de Madrid, válgame el cielo, aunque sí de cierto centralismo contagioso) ha sido Castilla, todas las ciudades que se han ido despoblando, junto con pueblos y campos, para ir a vegetar a barriadas, y barriadas de barriadas, de una gran ciudad. Por desgracia, en España ha funcionado el modelo “Francia”, no el modelo “Italia” o el modelo “Alemania”. No hallo, por otra parte, ningún conflicto lingüístico en el par Madrid-Castilla. Como tampoco lo hallo en el nacionalismo canario. Cuando los romanticones regionalistas de Cataluña, Galicia, etc., allá por el siglo XIX, estaban aún con la “dulce lengua de mis abuelos”, los nacionalistas canarios abogaban por la independencia de las islas en rotundo español.

En segundo lugar, no creo que en León haya ningún sentimiento independentista. Conozco bien el Reino, y sobre todo a sus gentes, y jamás me ha parecido intuir ni un asomo de tal cosa. Así, pues, siendo todos españoles y sin reivindicaciones de algaradas, ¿por qué no se respetó el deseo de los leoneses de ser una comunidad autónoma aparte? ¿Madrid sí y León no? ¿Vamos a ver fantasmas nacionalistas en todos los sitios? En lo que respecta a la cuestión lingüística, ciertamente nadie puede tergiversar la historia. Quien lo haga no tiene conocimientos o falta a la verdad. La lengua propia de León, en su origen, es el leonés, estudiada hasta la saciedad por Ramón Menéndez Pidal y en la que se conservan documentos jurídicos medievales y, posteriormente, una testimonial literatura autóctona en la zona septentrional del Reino. El leonés es la misma lengua que se habla en Asturias (con el nombre de asturiano), en Cantabria (con el de cántabro), en ciertas zonas de Extremadura, y en Miranda do Douro en Portugal (con el nombre de mirandés; lengua oficial, a todo esto, en dicho concejo). Eso es así. Y si los ciudadanos de tales zonas se dedican a escribir en ellas, a estudiarlas, a crear editoriales o a financiar semanarios, a los demás nos ha de importar lo mismo que si hacen barbacoas. ¿No somos individuos libres? ¿O alguien se cree con derecho a decir que un leonés no pueda estudiar la lengua (dialecto, subdialecto, habla, idiolecto) de sus antepasados y, si le apetece, escribir un cuento o traducir la Odisea, porque es un “habla rural sin cultivo literario”? Si no hay problema en esto, no sé cuál es la razón de achuchar con lo de las “lenguas regionales” como animadversión y ofensa. Sin contar, es evidente, que en todas las comunidades mencionadas (añádase, por favor, Aragón, Murcia, Galicia o Valencia) se está muy lejos de que el español recule; bien al contrario, se constata una pérdida continuada de hablantes de las lenguas minoritarias y, por supuesto, la progresiva o absoluta desaparición de monolingües (piedra de toque en la supervivencia de cualquier variedad lingüística). Y esto se ha de solucionar por el bien de la riqueza cultural de España.

En el caso catalán, yo mismo he criticado en artículos o conferencias el intolerable doble rasero de financiar carteles en árabe o en urdu, y penalizar el español en los comercios. Y sobre el ámbito de mi lengua propia: se extiende de Limoges a Guardamar y de Burdeos al Alguer. Como comprenderán, poca reivindicación nacionalista puede haber para un ámbito linguístico que se extiende por cuatro Estados.

Por último, me sorprende la reductio ad absurdum de “la envidia a Madrid” como panacea donde queda englobada cualquier crítica, con el subsiguiente descrédito del criticante, por supuesto. La prepotencia es de dominio común, y los dimes y diretes entre vecinos son universales (a la lista de mi lector añadiría los de Ciudad de Valencia y Alicante, Murcia y Cartagena, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, etc.). Pero intentar ocultar un hecho objetivo (el denunciado en mi anterior entrada) con desdenes, no es aclarar el problema, sino hacerlo evidente. Nadie ha puesto en duda nunca la capitalidad de Madrid, creo yo, espacio donde residiría esa “envidia”. Me parece un argumento de la misma contundencia que pensar que los españoles son republicanos porque tienen envidia del rey.

En resumidas cuentas, no nombro Cataluña, y los lectores me hablan del Barça; no nombro León, y alguien escribe que la lengua leonesa no existe; no hablo de Aragón, y alguien se refiere a su lengua (hablada aún, y oficial en la antigua Corona) como “dialecto”… Sin embargo, nombro “Levante” y nadie asoma el morro para decir esta boca es mía, cuando es uno de los ejemplos que más claman al cielo de esa desconsideración centralista, ¿o esto no les importa porque sólo se refiere a unas playas?; nombro el desprecio hacia nuestras lenguas, y nadie lo ve en ningún sitio (cuando los comentarios son de lo más despectivos –lenguas rurales, catetos…– y un columnista de este mismo diario, querido Javier R. P., se ha permitido toda suerte de lindezas con el gallego); nombro otro comentario bloguero sobre cómo piden las comunidades autónomas, y nadie cae en la cuenta de que damos al Estado más de lo que después recibimos (Valencia, al menos)…

¿Qué tienen que ver estas tres cosas con que Ibarretxe imponga el vasco por decreto o Carod-Rovira sea un impresentable? Seguimos desviando el tema o, peor aún, no viéndolo.

Reducir el nacionalismo (o los deseos de autoestima regionalista) a la cuestión lingüística es un error grave. Entre otras cosas, demuestra que, para muchos, sólo es español quien renuncia a su lengua propia o ha de considerarla por debajo de la más común. En vez de forzar al autoodio desde esa desconsideración de lenguas españolas con la misma dignidad que la castellana, ¿no sería más provechoso defender España en ellas?, ¿no les encantaría oír recitar a los niños catalanes “estem orgullosos de ser espanyols” o “la meva pàtria és Espanya”? A mí, sí.

Con dos frases: hay independentismos españoles sin reivindicación lingüística, y hay reivindicaciones lingüísticas sin nacionalismos. Por el hecho de que a veces coincidan no vamos a ser tan tontos (o tan traidores) de condenar nuestro patrimonio cultural a la extinción.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar