Como focas histéricas exigiendo al domador su ración de pescado, así se resume la carrera del engendro administrativo llamado “Comunidades Autónomas”.
Insaciables en el sálvese quien pueda, en el no seré menos, en el suicidio domesticado de engordar para morir.
Orgullosos rememoran sus autores, pontífices de la infamia, esas madrugadas de mercadeos, de redacciones apresuradas por rellanos y restaurantes, ingredientes todos del cuento chino de la Transición.
Consensos de mentira, traiciones de verdad.
El resultado un Estado ficticio, un castillo de naipes desencauzado con taifillas de medio pelo que se mofan de una autoridad inexistente.
España no sabe qué hacer con lo que queda de su sombra y así transcurre su agonía en la que el patriotismo se ha reducido a una expresión pop y absurda del toro de Osborne en la Bandera.
Sólo nos queda la Historia que ya reserva su reparto de responsabilidades a los “padres de la Constitución”, los abuelos de lo que se avecina.