Rosa Díez

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El ´cursus honorum´ de Rosa Díez no lleva a pensar en un milagro de coctelería electoral y Plataforma Pro ha de quedar no ya como un huracán que pasa sino como una tormenta que no escampa o una magnitud de consistencia incierta pero fatalmente previsible. Tenemos a la mano el caso de Ciutadans, con un comienzo de hiperinflación de la esperanza para estar ahora a la sombra divisoria de Caín. En parte, el elector necesita votar fiabilidades. En el nuevo afán de Rosa Díez hay algo entre el idealismo impracticable y los gestos de una torería necesaria en una hora de gravedad para la causa de la nación en el País Vasco. Plataforma Pro no viene de la nada sino de un malestar de años, de ideas sanas de hombres buenos, de un empuje no menor de regeneración. Añádase ahí la convicción de Rosa Díez, no más estrafalaria que valiente. Plataforma Pro recogerá sin demasiada justicia el reflejo de escepticismo de una prensa que atribuyó a Ciutadans una solidez que en realidad era amateurismo. La fortuna ayuda a los audaces aunque casi siempre los ayuda a estrellarse más rápido. El ´appeal´ electoral de un Savater volteado y corneado por Rodríguez Zapatero es imaginable. El reciclado ultrarrápido de lo progre no es un proceso que se haga sin una merma en la credibilidad, del mismo modo que no se puede ir de Chesterton y ser de izquierdas, ni es lo mismo ser leído porque uno aparece en los periódicos que ser votado porque uno está en las papeletas. Rosa Díez también conoció su reciclado, de ahijada de Ramón Jáuregui a ser el único violín que afinaba en el PSOE. En 1991ocupaba, bajo Ardanza, la Consejería de Comercio y Turismo del País Vasco. Se equivocó al demandar a Mingote -"ven y cuéntalo"- pero fue una reacción de pundonor. En aquellos tiempos, ella y el PSE estaban en el posibilismo todavía. Hoy el PNV hizo imposible el posibilismo y el PSE cambió de opiniones como quien cambia de sastre. Como parias gloriosos quedaban Redondo Terreros y Rosa Díez: se les ha tratado con la impiedad que para estos casos reserva Zapatero. Es tentador pensar que la convicción de Rosa Díez se asemeja a la convicción que se merece a sí misma una ´vedette´. Ahí olvidaríamos que hablamos -tal vez- de la figura más valiente de la política española, cercana a María San Gil aunque el feminismo radical ande en otras causas. Como se sabe, en cuanto un político molesta, se le manda al eje Bruselas-Estrasburgo, a un parlamento que viene a ser el gabinete de monstruosidades de la política europea. Rosa Díez concurrió y perdió a la secretaría general del PSE y a la secretaría general del PSOE. El saldo de los años nos muestra a una mujer que no ha hecho más que perder y -al tiempo- no ha hecho más que engrandecerse: mujer de lealtades y de fe, al cabo, capaz de tanta soledad y tanto cuajo, perfil de heroísmo en los tiempos de la deserción.

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