Canción del soldado

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Canción del soldado

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Estos dos puntos de sangre sobre la piel marcan el signo de mi suerte.

Desde su cobijo invisible, un aguijón de cabeza triangular se incrustaba fatalmente sobre mi muslo de conquistador.

Hasta entonces, tras el reflejo de esta armadura que aún porto, la tropa había avanzado unida, rompiendo un océano de tentáculos vegetales, muy cerca del rústico venablo que nos lanzaba el nativo.

Algo de profecía guarda el desfallecer en el ecuador del extravío para quien su vida fue un continuo tránsito.

Destilé la grandeza de un imperio con el sudor de mi barbilla. Guardé a los míos del signo grave del rayo y fui voz en la tempestad entonando la oración del pan compartido.

Y ahora, bajo el paladar de este clima inverosímil, me derrumbo en la certeza de haber sido un rodamiento nada más, la prolongación de una derrota que no alcanzó meta alguna.

Sobre mi pierna, dos pupilas de ultratumba me indican el camino del desfiladero.

En el desvarío de la fiebre mortal, creo ver a mi madre, de joven, limpiándome la mordedura.

Un repique de cacatúas celebra mi agonía, este miserere tropical es lo último que escucho.

De rodillas, con el peso de toda la selva sobre mi espalda, tengo la sensación de morir como siempre he vivido: huésped de ninguna parte.

www.fernandoanaya.com

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