Santiago y cierra, España

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Entramos en la semana de Santiago, patrón de España. Durante muchos siglos fue la festividad por antonomasia de nuestro país. La invocación del santo se remonta a los siglos de la Reconquista como grito militar: “Santiago y cierra, España” (no prescindamos de esa coma, fundamental), lo cual significa que España ataca -“cierra”- bajo la protección de Santiago. Como es sabido, en torno al santo y a su tumba de Compostela se construyó también uno de los grandes ejes de la cultura europea que fue, precisamente, el Camino de Santiago. Como dijo Goethe, Europa se construyó sobre la peregrinación. Hoy el papel de Santiago ha quedado visiblemente disminuido. La Iglesia católica sigue considerándolo fiesta de precepto; Galicia ha situado en ese día su fiesta regional. Poco más. Incluso la “tradicional” ofrenda de la Corona al apóstol ha ido perdiendo fuerza. En los ambientes políticamente correctos se reprocha a la figura de Santiago su carácter belicoso: esa representación de Santiago Matamoros, el santo patrón de la España en guerra, cabalgando sobre las cabezas decapitadas de los sarracenos. Puede no ser una imagen agradable, pero es, en todo caso, la imagen de un tiempo en el que la alternativa era que esas cabezas fueran las de los cristianos. Y cabezas al margen, el hecho es que España, guste o no a la sensibilidad contemporánea, se asienta sobre la obra de la Reconquista, sobre la lenta, tenaz y consciente recuperación del territorio peninsular que había sido ocupado por los musulmanes. España existe hoy como es, y nosotros somos españoles como lo somos, porque no se cejó en el empeño desde Covadonga hasta Granada. Santiago prestó su aliento durante la mayor parte del camino. ¿Es poco progresista? La realidad rara vez es “progresista”. Y España se haría un favor a sí misma, a su realidad, si devolviera a la figura de Santiago el relieve que le corresponde en la construcción de la identidad nacional.

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