Contra el voraz síndrome de Harry Potter

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Confieso que no he leído y haré todo lo posible por no leer la saga novelística de Joanne Kathleen Rowling sobre Harry Potter, como un acto de rebeldía frente a la mansedumbre ambiente en los medios de prensa que dan una exagerada dimensión al asunto sin el más mínimo espíritu crítico.

Deben ser unos magos los agentes comerciales de esta serie de best-sellers llevados al cine para poner a trabajar gratis a cientos de periodistas del mundo y a movilizar sin mediar pago alguno agencias de noticias, radios, periódicos, televisiones y revistas, en una cadena publicitaria infernal del todo delirante a la que finalmente me uno sin querer en este instante.

Es probable que sea un fenómeno de ventas y que muchos niños y adultos del mundo estén de plácemes con las historias contadas por esta afortunada escritora que salió milagrosamente de la pobreza, pero decir y hacernos creer que todo el planeta está paralizado y pendiente por la salida del último avatar de la saga, me parece muy exagerado y ridículo, pues se trata sólo de técnicas muy bien orquestadas de marketing editorial, aplicadas con tanto o mayor éxito en materia de promoción de películas de Hollywood, lavadoras, computadoras, whisky, cervezas, televisores, yogures, autos y comida chatarra, entre otros miles de productos de la sociedad de consumo.

Desde semanas antes de la salida de "Harry Potter y las reliquias de la muerte" los comerciantes y los medios nos han bombardeado hasta la saciedad diciéndonos que la señora ya hizo una fortuna de 1.000 millones de dólares y espera con este tomo alcanzar una venta total de 400 millones de ejemplares para su saga, eso sin contar las regalías por las películas y los productos derivados.

Desde la librería Watersotones en Picadilly nos dicen que un hombre disfrazado de mago anunció que el libro ya está en venta y en cascada desde diversas capitales nos ofrecen datos de los pedidos, sin duda hechos por los miembros de las comunidades anglófonas que viven allí y por los nativos anglófilos que desean seguir la moda y sorprender a sus hijos. Pero se trata sólo de un fenómeno marginal de privilegiados, pues en esas capitales los pedidos de preventa se cuentan sólo en miles de ejemplares si nos atenemos a los últimos informes.

El mundo tiene más de 6.000 millones de habitantes y las ventas de este best-seller involucran tal vez a sólo unos cuantos cientos de miles de lectores de las principales ciudades, entre un público adinerado que puede desembolsar los 20 dólares o darse el lujo de leerlo desde ahora en inglés. Pero de allí a decir que el mundo está paralizado por la aparición de un nuevo volumen hay un largo trecho demostrativo de una nueva forma inventiva de manipulación de los
medios, que por inercia y falta de imaginación en estos tiempos borreguiles repiten como loros una noticia fantasiosa.

En países anglófonos pobres que fueron colonias de Gran Bretaña, como Pakistán, Bangladesh o la India, o varios de África y el extremo Oriente, sin duda se verán algunas librerías llenas de compradores, tal vez de las clases altas, muy bien organizados por los felices vendedores encabezados por un payaso disfrazado de brujo, pero los cientos de millones de habitantes asiáticos famélicos sumidos en la miseria, la enfermedad y el analfabetismo ni siquiera deben saber que tal libro y la ex famélica señora Rowling existen. Lo mismo ocurrirá cuando salga en español u otras 40 lenguas habladas en el tercer mundo, donde las ávidas empresas encargadas del negocio difundirán mentiras para atraer como moscas a los ingenuos compradores.

La uniformización generalizada de la literatura, convertida ya en una variante del entretenimiento y su monopolio avorazado por las editoriales multinacionales ha desvirtuado y vulgarizado para siempre el ejercicio de las palabras.

No se dice nada de importantes libros publicados en cada país en los campos del ensayo, la historia, la poesía, la filosofía o la ficción, sino de una o dos tres obras con títulos rocambolescos o de vulgaridad infinita que son los caballos de batalla de los vendedores, como ha ocurrido recientemente en Colombia con las novelas de sicarios y best-sellers tan refinados como "I love you putamente" o "Sin tetas no hay paraíso", que son nuestros Harry Potter tropicales.

En cada país se inventan cada año un éxito de ventas que de manera rutinaria figurará en los medios y en los carteles, dejando en el total anonimato la salida de otras obras más importantes. El autor analfabeta de turno será paseado de ciudad en ciudad y de capital en capital como un loro repitiendo frases manidas y políticamente correctas y no faltará que le gestionen premios o hasta la obtención del mismísimo Premio Nóbel o la gloria. Tal es la fuerza
de la máquina editorial que reina en estos tiempos y que es una aplanadora insaciable de los espíritus y la inteligencia.

Contra esta impostura mundial es necesario luchar con firmeza, porque no sólo se está imponiendo abusivamente una lengua como si fuera la única del mundo, como en los peores tiempos coloniales, sino que los encargados de las lenguas subsidiarias del llamado tercer mundo o la periferia acuden mansos a abrir la sepultura de sus propios medios de expresión. Esto bien podría llamarse el "Síndrome de Harry Potter", que conducirá a un mundo lleno de mudos o tartamudos robóticos y anancefálicos encadenados por la uniformización y a quienes no habrá magos ni alquimia que los salve.

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