Contra la superstición científica

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El nombramiento como ministro de Sanidad de Bernat Soria, un científico especialmente señalado en la defensa de la experimentación con embriones humanos, debe poner necesariamente de actualidad el debate sobre estas técnicas terapéuticas. La cuestión es bastante simple: para ensayar los posibles efectos terapéuticos de las células madre, es posible extraer estas células de embriones o de individuos adultos; si se extraen de embriones, el procedimiento implica la muerte del embrión, esto es, de un ser humano. Las células madre adultas han demostrado ser muy efectivas y no implican matar a nadie; por el contrario, hoy es una evidencia que los embriones humanos son ya individuos genéticamente diferenciados. Pese a todo, una gruesa corriente de científicos insiste en experimentar con embriones y una parte notable de la sociedad parece dispuesta a aceptarlo en nombre de la salud y del progreso. La situación retrata perfectamente muchas de nuestras enfermedades colectivas: la superstición de la ciencia, el progreso como máscara de la pura voluntad de poder, la técnica como religión capaz de imponer sus dogmas por encima de la evidencia. Todo esto hace que la polémica sobre las células madre sea la gran cuestión de nuestro tiempo: nunca se había planteado de manera tan brutal y directa la explotación de los estratos más hondos de la naturaleza –en este caso, de la naturaleza humana. Nosotros no somos partidarios de la experimentación con embriones humanos. Creemos que el trabajo científico, en sí mismo, no es capaz de dar cuenta de las razones últimas de las cosas. Creemos que el avance técnico no es necesariamente un progreso moral, y sostenemos que la ciencia debe estar sometida a criterios éticos. Estas posiciones no son extravagantes: coinciden con la mayor parte de la reflexión filosófica durante este último siglo. Y es curioso: aunque la opinión de los filósofos sea, casi unánimemente, que hay que domar al despotismo tecnocientífico, gobiernos de todo el mundo, organizaciones internacionales de corte “humanitario”, consorcios industriales y financieros, escuelas científicas y grandes medios de comunicación convergen en la defensa de la superstición de la técnica. Esto demuestra con claridad cuál es el verdadero poder de nuestro tiempo. Pues bien: nosotros estamos en la resistencia.

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