Dos mallorquines a la inglesa
Ignacio Peyró
16 de junio de 2007
Quizá Lorenzo y Miguel Villalonga se equivocaron de siglo como quien se equivoca de piso al salir del ascensor. No faltará quien diga que también se equivocaron de lugar: sin duda hubiesen sido grandes franceses o ingleses pero fueron por Providencia mallorquines y españoles. Eso indica que en España ha habido de todo y que también hubo espacio para dos hermanos peculiares y finos, entre los escritores dotados de mayor gracia y elegancia del país. Es importante porque "la gracia puede ser más bella que la belleza". Lorenzo, psiquiatra, creyó en las dulzuras de la edad del cosmopolitismo. Fueron tiempos, en Mallorca, de bailarinas y de sport, de buena sociedad, de turismo y demi-monde, de estirpes viejas y aun así inseguras. En sus novelas siempre estarán la inglesa excéntrica y el dandy pasado que leyó a Voltaire. Después, Villalonga llegaría a la camisa azul, a la nostalgia indefinible, a un catolicismo con toques de reacción. De todo se puede decir que lo hizo con levedad, quizá –justamente- porque este siglo no era el suyo. Alguien le convenció de que le sería más rentable escribir en catalán pero para entonces habitaba en él una noción de pérdida que –en literatura- daría la mezcla de elegancia de la elegía y el humor. Sus páginas podrían tener la cualidad volandera de un perfume pero hay siempre un extra genuino de sustancia, como un afán de literatura perdurable. Nunca abandonó la pose proustiana, en él tan natural. Anagrama, quizá por redimirse, publica precisamente sus Dos pastiches proustianos, con prólogo de José Carlos Llop. Son páginas de imitación en la manera y sin embargo ahí queda todo entero: Lorenzo o Llorenç Villalonga, escritor en esmoquin, sin forzar la voz, maestro de mundos en quiebra y de afectos innombrables y ya idos.
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