El problema musulmán es un problema europeo

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El terrorismo se puede combatir: basta con una buena policía. La penetración social y cultural ya es otro asunto: no basta con tener instituciones sólidas, sino que además es preciso que la gente se las crea y, por tanto, pueda exigir a los demás que las respeten y obedezcan. Y esto, a su vez, es imposible si una sociedad carece de unas referencias culturales básicas sobre su propia identidad: ese tipo de referencias que hacen que uno sepa quién es y, por tanto, pueda mirar al otro sin temor ni hostilidad. Europa, hoy, tiene un serio problema de identidad. Ese problema abarca numerosos aspectos: hemos relativizado nuestra religión histórica, hemos abandonado nuestra ética tradicional, incluso nos hemos despegado de las convenciones jurídicas y sociales que organizaban la vida en común. En vez de eso, se está apostando –como corresponde al sistema liberal en el que vivimos– por un relativismo normativo y por una diversidad cultural que pueden llegar a ser francamente peligrosos cuando el otro, el que viene de fuera, no está dispuesto a pagar con la misma tolerancia. Ese es exactamente el problema que hoy nos aqueja a los europeos con el islam. Es injusto identificar a todo islamismo con el fundamentalismo y, aún más, con el terrorismo. Pero es un hecho que el islamismo, como religión, está demostrando una excesiva tendencia al integrismo, y que éste se extiende hoy entre las comunidades islámicas de Europa con una virulencia preocupante. La estrategia musulmana en Europa, liderada por Arabia Saudita, parece orientada a crear un fuero específico para los fieles de la Umma. Ese fuero no afecta sólo a la religión, sino a todos los aspectos sociales. Y Europa no puede –o, al menos, no debe– pasar por ahí. La cuestión es: ¿aún somos capaces de oponer una identidad sólida? Debemos serlo: es cuestión de supervivencia.

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