Bernard Madoff, corrupción en Manhattan

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 Bernard Madoff puso su nombre a su empresa para subrayar su honradez cuando la honradez se supone y no se subraya. La vida y hazañas de Madoff han venido cumpliendo punto por punto con el mito del gran dinero neoyorquino. Él era el magnate judío que regía buena parte del mundo a la vista de pájaro de un rascacielos de Manhattan. Casa –y qué casas- en Park Avenue. Presencia activa en la filantropía, en funciones de teatro, en cenas benéficas, como una manera de ser rico y a la vez ser admirable. Madoff solía pescar clientes y cerrar tratos en esos campos de golf de color verde dólar: sí, en América hay mucho dinero y el bueno de Bernie era el hombre más indicado para manejarlo. Al fin y al cabo, respondía con su nombre. Por supuesto, la posición vital de Bernard Madoff era tan segura que incluso podía permitirse el ser de izquierdas.

‘Todo era mentira’, terminó por confesar Bernard Madoff, cantando de plano ante sus dos hijos, ya participantes del negocio. Sus propios hijos, al parecer, lo han denunciado. En esta agitación de pasiones humanas –de la reputación a la codicia- anda, como siempre, muy mezclado lo que es propio del teatro isabelino y el dramatismo de una canción de la Jurado. ‘Todo era mentira’. Sí, todo era mentira pero el agujero negro de los dólares es tan sólido y real como el dolor: las noticias hablan de una estafa del tamaño del mundo, donde algunos bancos y fortunas españolas habrían sido timados –del Santander a las Koplowitz- para demostrar que los ricos también pierden. ‘Un picasso menos’, se habrán dicho. Tampoco a Madoff le faltarán en la cárcel pantallas de plasma y tostaditas para el foie. No es fácil dejar de ser muy rico. Menos aún cuando a uno le han llamado el ladrón más honrado del mundo.

A los megacorruptos se les atribuyen comportamientos infantiles: son capaces de mentir incluso con las manos manchadas de dinero. También se dice que su propia corrupción les genera una especie de burbuja de inmunidad, una racionalidad paralela por la que se creen invulnerables y que –en la práctica- lleva a que el caradura sea no sólo cada vez más caradura sino cada vez más atrevido. Los expertos comentan los atractivos de Madoff: un sentimiento de exclusividad en la inversión, la fascinación humana por seguir a un gurú diferencial, aquí un mago del dinero. El caso de Madoff es nuevo y viejo como el mundo pero en parte es singular: un sistema financiero internacional de complejidad infinitesimal es capaz de convivir con una estafa sin más sofisticación que la cuenta de la vieja. ‘Pero si Bernie era un ángel’, se oye decir en el té del Waldorf.


 

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