Benach, del coche oficial al carril bici

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 Televisor, reposapiés, una mesita en madera de raíz: es lástima que la casa Audi no incluyera entre sus extras una orquesta de cámara para que Ernest Benach viera pasar el mundo lánguidamente tras las ventanillas tintadas de su coche oficial. Al parecer no hay mejor lugar para darse a las filosofías: entre conspiración y conspiración, el coche oficial es la materialidad que a uno le recuerda su poder, la cifra de su fortuna, su condición de ‘master del universo’. El Estado es ciego y Benach jamás hubiera podido optar a ese coche de trabajar en una empresa. Por esnobismo, hubiese salido más barato que a Benach le diera por viajar en bicicleta. Por ecologismo también pero en ese bestiario que es Esquerra Republicana a Benach le ha tocado el papel de elefante y así no hay quien dé pedales.

A Benach no sólo le gustaba el tuneo –¡ponga otra de alerón!- en el coche sino también en el currículo. Es tanta la inocencia que casi hay que perdonársela pues estas cosas se cogen siempre, siempre, siempre, cuando uno es político y tiene por tanto gente que le odia. En su web personal, Benach se esfuerza en demostrar que no es tan matón como parece y que, en realidad, es un tipo tan profundo como usted y como yo: ‘la música me inspira y me hace sentir’, ‘el arte me sugiere admiración’. Volviendo al aire de matón, tan característico de la Esquerra, Benach haría bien en quitarse esas corbatas. Volviendo a los tuneos, Benach haría mal en seguir ocultando que empezó por ser barrendero y jardinero. En la primera frase de su semblanza personal, Benach nos informa no sólo de que es ‘escorpio’ sino de que está encantado de serlo. Seguramente también esté encantado de ser de Reus, capital mundial de la avellana.

En los años treinta, Esquerra utilizó el reclamo ‘pena de muerte al ladrón’ como propaganda electoral. Han cambiado muchas cosas desde entonces, no la burricie del partido ni el espíritu disruptivo que Pla cifraba en un mítico ‘anarquista de Terrassa’. Esquerra pierde votos, lejos ya del momento de sincronía que tuvo con el electorado: desde siempre se ha sabido que Esquerra es un fenómeno de enajenación colectiva, como un concierto de Elvis sólo que en peor, y que su voto es de naturaleza combustible. Al final habrá que agradecerle a Benach su espíritu versallesco. Sí, algo le quedó de la jardinería.

La pretensión de Benach ya había quedado de manifiesto en unas recepciones en el Parlament que dejaban a las recepciones en la Generalitat como cosa pobre y deslucida. Al margen de este gusto por la extravagancia, del jardinero de Reus sólo se recordará que visitó la Zarzuela como quien se adentra en el corazón de las tinieblas. Fue el episodio del ‘hablando se entiende la gente’, interpretado en general con mala intención. Lo que no es mala intención es preguntarse cómo Benach llegó donde ha llegado.


 

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