Más champán para Fernando Alonso

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Han sido muchas las ocasiones en las que Fernando Alonso ha enseñado al mundo que la bravura es mejor que la fortuna; han sido muchas las ocasiones en que llovía y el coche terminaba en la cuneta y se perdía el trabajo realizado y –además- le adelantaba un rival para culminar la burla. Ni a los campeones ni a los héroes les espera una continuidad de apoteosis sino que conocen –como una purificación- la rabia santa del perder. Esas seguramente son cosas que se olvidan cuando uno vuelve a lo alto del podio a morrearse con un ‘magnum’ de champán, o quizá las derrotas vividas sirvan para recordarle que sigue siendo mortal incluso en ese espectáculo mayor que el mundo que es la fórmula uno.
 
Los novelistas clásicos hubieran atribuido a Alonso un espíritu de determinación a partir de su ceja espesa y la mandíbula prominente. En este caso acierta la fisiognómica pues Alonso pierde a veces pero se sabe que antes o después volverá a ganar como por predeterminación genética. Acaba de hacerlo en Singapur, para contentar a una afición que en muy buena parte desconoce qué pueda ser un árbol de levas pero que en cambio lo sabe todo sobre peraltes y ‘chicanes’, neumáticos y tácticas de repostaje. Esas arbitrariedades de la fórmula uno premian al coche más que a la pericia y a la estrategia más que al arrojo pero Alonso –como lo hicieran Senna o Schumacher- ha venido a afirmar que el carácter aún es diferencial.
 
Posiblemente la competitividad tan arisca del reñidero de la fórmula uno no sea mayor que la que hay en cualquier empresa de consultoría pero el deporte aún habla ejemplarmente de superación propia o de trabajo de equipo. Está claro, por lo demás, que en la fórmula uno quizá sobran vanidades estelares y falte un cierto espíritu caballero. En lo que respecta a Fernando Alonso, lo único que cabe reprocharle es que haya venido a turbar esas siestas tan dulces de domingo de cuando ganaba y aburría Nigel Mansell y el pobre español quedaba el último.
 
De Nadal a Gasol y a Alonso, el deporte español tiene un papel creciente en términos de prestigio y diplomacia pública, aunque sólo sea por ese minuto tan grato en que suena el himno nacional. Mal que bien, hay que acostumbrarse a que la calidad de un país venga ya más definida por sus deportistas que por sus poetas. Ahí está Alonso, con un perfil más discreto que estruendoso, tan jaleado –al parecer- en Hungría como en su Vetusta natal, donde casi le suspenden el carné de conducir por ir muy lento. Como fuere, Alonso vuelve a ganar y vuelve a arrasar esa ‘alonsomanía’ que llevó a tantos a apurar la frenada en una curva o a soñar por un momento que estaban en el yate de Briatore. Quizá no esté tan mal si no obligan a llevar esas camisas y esas gorras fluorescentes que se ponen.

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