Carlos Dívar, un juez de paz
Ignacio Peyró
28 de septiembre de 2008
Carlos Dívar ha presidido la Audiencia Nacional con tanto acierto que prácticamente nadie lo sabía. Ahí ha ofrecido un contraste de excepción ante tantos jueces –Garzón, Pedraz, Grande-Marlaska- de virtuosismo jurídico presumible y afán de protagonismo constatable: por supuesto, la incidencia pública de algunos sumarios es tan acusada que cualquier crónica de tribunales degenera en poco tiempo hacia la salsa rosa. Entre tanto juez farruco, entre tanto alfa-magistrado, Dívar ha buscado la sombra de la discreción en una Audiencia Nacional cuyas particularidades constitutivas la exponen muy especialmente al escrutinio mediático, día a día. Era el magistrado más antiguo de la casa.
El nombramiento de Dívar al frente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial pone un fin de responsabilidad y de honor a la carrera edilicia de un señor dotado de la gravedad y la prudencia que dan altura a una Administración. Las noticias sobre la justicia española suelen ser tan fangosas que cualquiera puede olvidar la lenta articulación de esfuerzos, esa vocación de limpieza del imperio de la ley, la necesidad institucional de probidad. La ascensión de Dívar parece positiva incluso por la vía negativa pues Conde-Pumpido ambicionaba el puesto. Debe de ser lo único que Conde-Pumpido –un político con toga- no ha podido conseguir.
Como todos los jueces, Dívar se sometió a esas mudanzas, a esa precariedad de los cambios de destino que le llevaron de Castuera a Durango y a San Sebastián, tierras estas donde la condición de juez no lleva aparejada la condición de fuerza viva del lugar. Del País Vasco y de la Audiencia Nacional ha conseguido experiencia e ideas muy claras en contra del terrorismo. Ahora, con Dívar al frente de los jueces, se va a poder contrarrestar el sectarismo intenso de ese búfalo jurídico que es el ministro Fernández Bermejo, barrenero de la justicia española al servicio del PSOE, cuyo nombramiento fue una declaración de hostilidad que su comportamiento ha corroborado diariamente.
Equilibrarse sin mancharse entre PP y PSOE tal vez requiera de más amplitud moral que de estricta cintura política. El sistema español conlleva una capilaridad intensa y malsana entre política y justicia pero un grado de capilaridad es inevitable y la fricción es fatal y permanente. Aun así, seguimos en tiempo de degradación institucional, con el Constitucional tan politizado como el resto de puestos del CGPJ. El mismo Zapatero que ha nombrado a Dívar ha nombrado también a Bibiana Aído. Los periódicos de izquierdas ya subrayan que Dívar es hombre de fuertes convicciones religiosas. Cabe temer que sea un aviso por si Dívar –como hasta ahora- obedece a su conciencia.
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